
Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Bánk Bán (El virrey Bánk) de Ferenc Erkel, en la Ópera Nacional Húngara.
Emblema de la ópera húngara
Por Raúl Chamorro Mena
Budapest, 23-III-2025, Magyar Állami Operaház - Opera Nacional húngara. Bánk Bán – El virrey Bánk (Ferenc Erkel). István Kovácsházi (Bánk Bán), Eszter Zemlényi (Melinda, su esposa), Ildikó Komlósi (La Reina Gertrud), István Horváth (Otto, su joven hermano), Csaba Szegedi (Tiborc), Károly Szemerédy (El Rey Endre II), András Káldi Kiss (Petur Bán), Antal Cseh (Biberach), Coro y Orquesta de la Ópera Nacional húngara. Director musical: Dárius Teremi. Dirección de escena: Attila Vidnyánszky.
Un inmenso placer ha sido regresar a esa fascinante ciudad que es Budapest y poder ver en su hermosísima Ópera Nacional de la Avenida Andrássy, la ópera Nacional húngara por excelencia, Bánk Bán de Ferenc Erkel. Si el año pasado presencié y reseñé en Codalario Hunyadi László, la otra ópera más significativa del más importante compositor húngaro de ópera romántica, en esta ocasión Bánk Bán redobla la carga patriótica del otro título y asume igualmente influencias de la ópera francesa y, sobre todo italiana, -Erkel dirigía esas óperas habitualmente como director musical del Teatro Nacional-, que se combinan con la presencia de la música popular húngara, especialmente ritmos verbunkos. Las escenas de masas, el fresco histórico, los numerosos personajes de importancia nos remiten a la Grand Opera francesa y la escritura para la voz al melodrama romántico italiano con un concertante final del primer acto en ritmo ternario cuya escucha remite inmediatamente a Verdi.
La ópera, sobre libreto de Béni Egressy, sufrió diversas modificaciones, no sólo de mano del compositor, desde su estreno en 1861. Entre ellas, la adaptación del papel protagonista a la cuerda de barítono. La presente producción, que se estrenó en 2017, se basa en una edición crítica que se remonta al original de la partitura en combinación con algunos elementos de la versión para barítono, que añade una pátina de sufirimiento, oscuridad y amargura al protagonista.
Al igual que en la reseña de Hunyadi László del pasado año no puedo evitar resaltar el placer que produce ver un espectáculo en una casa de ópera en la que no ha logrado imponerse el eurotrash, el tonto snobismo y juego de egos, que dominan, desgraciadamente, la actual ópera Occidental. La Ópera Nacional de Budapest puede presumir de cuerpos estables de calidad –cimiento esencial de cualquier teatro de ópera- trabajo serio y entusiasta con un ensemble de cantantes bien preparados, sin estrellas, pero que se unen para servir con humildad a la música, nada menos, con respecto y veneración al autor y su obra. Me encantó ver, que en los saludos finales se le entregaba un ramo de flores a la primadonna, como toda la vida, algo que, junto al hecho de que la soprano protagonista saque al director musical a saludar, es calificado por algún indocumentado ¡como machismo!. ¡Pásmense!. Las normas del protocolo, la educación y la urbanidad no son otra cosa que producto de la lógica y el sentido común en un Mundo civilizado.
Muy emotivo resultó el momento en el que el tenor protagonista Bánk Bán entona su gran aria del comienzo del segundo acto con pasajes como “¡Patria mía!, “¡Patria mía!, eres mi todo” y “¡Tú eres mi heroica patria húngara! y observar que la pieza era tarareada por parte del público y recibida por unas interminables ovaciones. Me recordó las veces que he visto cantar el coro “Va Pensiero” de Nabucco en la Arena de Verona y es saludado con gritos de “¡Viva Verdi! y ¡Viva Italia!.
El papel protagonista pide un tenor heroíco con acentos vehementes, pero también capaz de expresar la tristeza. melancolía y desolación de un personaje en el que se funde la decepción y desesperanza por el futuro de la patria y la desolación por la pérdida de su esposa y único hijo, además de asumir la decisión de acabar con la Reina. El tenor István Kovácsházi, de sólida reputación en el lugar como cantante de cámara de la Ópera estatal y poseedor del premio Ferenc Liszt, defendió apropiadamente el papel con sólida voz de tenor oscura, con cuerpo, ribetes baritonales y fondo heroico a despecho de un registro agudo tasado. Le pudo faltar algo de carisma a este vicerrey Bánk, pero fue indudable la entrega, acentos y dominio de la escena del avezado tenor.
Su infortunada esposa Melinda fue encarnada por Eszter Zemlényi, una soprano ligera de centro débil y zona alta un tanto agria, perjudicada por algunos sonidos fijos y de dudosa afinación. Su timbre claro y lozano y modos cándidos e inocentes resultaron apropiados para este carácter propio de soprano angelicato, típica del melodrama romántico italiano. La escritura de la primadonna de Bánk Ban contiene otra circunstancia propia de las protagonistas del melodrama romántico, como es el colapso mental –provocado en este caso por su deshonra lograda por Otto con malas artes- y que da lugar a una gran escena de alucinación tripartita en el segundo acto y otra, de intrincada coloratura y con invocación al canto de los pájaros en el tercero. La Zemlényi cantó con buen gusto y musicalidad el hermoso cantable –con delicado acompañamiento orquestal centrado en el arpa y especialmente la viola solista- de su gran escena del segundo acto y exhibió una asumible coloratura.
Petur Bán, otro líder de los magiares de “pura cepa” dispone de un brillante brindis en el primer acto con ritmos de folklore húngaro, que afirman su carácter. El barítono András Káldi Kiss mostró voz caudalosa y sonora, acentos vibrantes y modos canoros, algo toscos que no casan mal con este personaje.
La referida reina, la alemana Gertrudis de Merania, aprovecha la ausencia de su esposo el Rey Endre II para apuntalar el predominio de su facción, los meranistas, mediante opulentas fiestas, ante la preocupación de los palatinos magiares genuinos. La mezzo Ildikò Kómlosi, que cuenta con cierta carrera internacional –recuerdo haberla visto en el Liceo de Barcelona como Jezibaba en Rusalka y Amneris de Aida- acusa ya desgaste particularmente en la franja grave. Sin embargo, en la aguda conserva sonidos de gran pegada en teatro, además de aportar fondo dramático a su interpretación, especialmente en un acto segundo de gran voltaje en su enfrentamiento con Bánk Bán.
Correcto el tenor István Hórvath como el pérfido Otto y que fue homenajeado al final de la función con la entrega de un galardón en forma de cisne. El Rey Endre II irrumpe en el tercer acto pidiendo justicia para el asesinato de reina y asume una brillante aria cantada con entrega y vehemencia por el barítono - de voz clara pero sana y suficientemente sonora- Károly Szemerédy. Otro cantante de cámara de la casa, el veterano barítono Csaba Szegedi demostró su buena colocación y fraseo bien torneado como Tiborc.
Eficaz, sólida, sin especiales matices, eso sí, pero suficiente sustrato teatral, la dirección musical del joven Dárius Teremi al frente de la magnífica orquesta, de sonido aquilatado y brillante. Espléndido el coro, por ductilidad, empaste y homogénea sonoridad. Se lució particularmente en su gran plegaria patriótica, que surgió genuina, efusiva, intensa.
Como afirma en el programa de mano, el director de escena Attila Vidnyánszky plasma en su montaje y sin tomar partido por ninguno, el contraste entre los dos Mundos que han convivido tradicionalmente en Hungría. El Oriental o Asiático de sus tribus fundadoras –encarnado por los nobles magiares genuinos- y la mirada y vocación hacia Occidente –la reina Gertrud, alemana y toda la cohorte de compatriotas procedentes de Merania que ha introducido en el reino. La regia resuelve bien las situaciones particulares encardinadas en la gran escena de masas del primer acto y prevé que los cantantes emitan siempre en la parte delantera del escenario e incluso en una pasarela situada sobre la orquesta. Espléndido el vestuario e iluminación en la que predomina la tinta oscura acorde con la tragedia. Eficiente el movimiento escénico en una puesta en escena que sirve a la obra y permite su apropiado desarrollo, con claridad y dinamismo teatral.
Fotos: Valter Berecz / Hungarian State Opera