La Orquesta Sinfónica de Castilla y León comienza su temporada 2022-23 de la mano de Baldur Brönnimann y la violinista Midori
El sublime sonido de Midori
Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 8-X-2022. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Solista. Midori Goto, violín. Director: Baldur Brönnimann. Obras: Blumine de Mahler, Concierto para violín y orquesta en re mayor, 0p. 35 de Korngold y La sirenita de Zemlinsky.
Comenzó la Temporada de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León con un concierto que en cierta forma pareció un previo al curso, para poner en antecedentes de lo que ha de venir. Una afirmación basada en el hecho de que el nuevo director titular no se presenta hasta el segundo de los conciertos y en los resultados obtenidos. Baldur Brönnimann desde el podio fue un seguro y certero concertador, al que posiblemente le faltó poner más énfasis en la expresión, en colores y acentos, de manera especial en la primera parte. Comenzaron con Blumine de Mahler, que no deja de ser una obra menor en el fabuloso corpus del compositor, con una cuerda no especialmente nítida y un fraseo que no terminó de cuajar a la hora de recrear una atmósfera entre idílica y poética, lo que provocó cierta sensación de excesiva discreción.
Tras Mahler, al aliciente de poder escuchar el Concierto para violín de Korngold, se sumó la participación de la violinista Midori. Una intérprete que no defraudó desde una concepción profunda de la obra, que trasciende. La partitura le permitió moverse entre unas melodías seductoras y esa profundidad, que es capaz de dotar Midori a lo que interpreta, que no cae en la desmesura, sino en una tendencia a la estilización del sonido. Esta composición de Korngold, un concierto impregnado de cine, es sofisticada y posee melodías fácilmente asimilables a la vez, y ahí estuvo la intérprete desentrañando esa mezcla de lirismo y energía del primer movimiento, la sutileza del Moderato nobile y el dinamismo del último tiempo, aunque pudo incidirse más en su carácter desenfadado y bailable. Midori dominó todo el registro, desde la pureza de los sonidos agudos, a la robustez del grave. A la orquesta, modélica en los aspectos formales a la hora de seguir a la solista, le faltó el que la dirección aplicara algo más de carácter y acentos rítmicos, lo que se hizo especialmente evidente en el último movimiento.
Midori fue muy aplaudida y la obra fuera de programa recayó en J. S. Bach. Nada que decir al respecto, máxime cuando se trata de un compositor tan excelso, del que la violín hizo una interpretación extraordinaria. Pero sí reflexionar sobre que la elección del genial autor se ha convertido en algo bastante recurrente y que tal vez en algunos casos, dado el carácter del programa, sería conveniente escoger algún autor más en consonancia con los del programa, para así darles la relevancia que solamente los grandes solistas pueden conseguir.
En la segunda parte con La sirenita de Zemlinsky, ya fuera por la profusión orquestal de la obra o por otros motivos, la dirección imprimió más viveza y liberó de cierta uniformidad a la Sinfónica de Castilla y León, en base a una orquestación brillante y seductora, por sus cromatismos. Las células motívicas surgían en una orquestación que permite que todas las secciones tengan su protagonismo. Especialmente generosos los tutti orquestales, los destellos de la melodía de chelos y viola, los solos del violín, el color de las arpas... Volvió a relucir la concertación, nada sencilla, con un brioso segundo tiempo, entre lo trágico y los bailes, y un final con un buen desarrollo, que fue creciendo oportunamente. Se pudo ir más lejos, potenciar los colores y los timbres, las frases melancólicas o en la densidad de texturas orquestales. Pero, de momento, ahí está la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, comenzando su nueva temporada, ante la inmediata presencia de su titular Thierry Fischer. Y junto a él empezará un camino por recorrer, sobre el que hay puestas no pocas expectativas.
Foto: Sinfónica de Castilla y León
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