Crítica: Baiba Skride y Thierry Fischer con la Sinfónica de Castilla y León

Solidez orquestal

Por Agustín Achúcarro
Valladolid, 12-1-2023. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Director: Thierry Fischer.  Violín solista: Baiba Skride. Obras: Preludio para «La Princesa lejana» de Cherepnín, Concierto para violín y orquesta nº2 en do sostenido menor, op. 129 de Shostakóvich y Sinfonía nº4 en fa menor, op. 36 de Chaikovski.   

   Thierry Fischer al frente de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigió obras de autores rusos, con ciertas semejanzas entre las de Cherepnín y Chaikosvki en base al carácter romántico, y una muy diferente, como es el Concierto para violín n.º 2 de Shostakóvich. En todas ellas el director titular de la OSCyL puso de manifiesto una acentuada capacidad para conseguir llevar al máximo la concertación, el dominio de las dinámicas, el empaste orquestal, la afinación y la relación flexible y equilibrada entre las distintas secciones de la orquesta. El Preludio para «La Princesa lejana» de Cherepnín destacó tanto por la amplitud sonora de la cuerda como por su recogimiento. La melodía, tan protagonista, pasaba con fluidez de las cuerdas a las maderas, a la trompa, la flauta o el violín. Así se presentó un ambiente de nostalgia, de temas populares, en el que el compositor recrea el amor caballeresco del medievo en base a una idealización del mismo, en el que la princesa es un ser más de ensoñación que real. La melodía era tratada con diferentes colores, ya fuera en manos del chelo respondido por las violas, del oboe en solitario o de la suma de la flauta y la trompa.

   Después llegaría la obra de Shostakóvich con la violinista Baiba Skride como solista. Una obra compleja, en la que el autor deja entrever la idea de su propia muerte. Skride dominó los aspectos más introvertidos y resolvió con soltura y aplomo todas las dificultares técnicas. Pudo desconcentrarla el hecho de que se le rompiera una cuerda del violín durante el primer movimiento y tuviera que continuar con el de la concertino para, tras arreglarlo, volver a tocar con el suyo. En todo caso fue la suya una interpretación basada en aspectos sombríos más que en los sarcásticos e hirientes que surgen en momentos como el finale. Una sensibilidad, la de la artista, que permitió sentir la sombría luz de esta obra. Fischer se encargó de que la interpretación no quedara solamente en manos de la solista y, con la contribución de la orquesta, sacó a relucir no pocos contrastes tímbricos, como los surgidos entre fagot y violín o en o entre la percusión, las trompas y el piccolo, y supo apoyar o contrarrestar la labor de la solista.

   La Sinfonía nº 4 de Chaikovski fue el mejor ejemplo de la capacidad del director para, partiendo de una simbiosis de la orquesta muy grande, de un elevado rigor formal, conseguir un sonido y unos efectos arrebatadores, lo que se percibió desde el primer movimiento con la fanfarria de las trompas respaldadas por el fagot. Nada sonaba excesivo al tiempo que se conseguía alcanzar las cúspides emocionales, rebajar la tensión y volverlas a alcanzar. En el desarrollo del movimiento principal Fischer controló los contrastes, al tiempo que evitó que resultaran mecánicos. El oboe volvió melancólico el segundo movimiento, en el ostinato en pizzicato de la cuerda se acentuaron sugerentes colores, y de la mano de la melodía popular se alcanzó un brillo ardiente. La Sinfónica de Castilla y León estuvo vigorosa, equilibrada y rotunda, bajo una dirección de Fischer que aprovechó al máximo los recursos de la orquesta. 

Foto: OSCyL