Por Beatriz Cancela
Santiago de Compostela. 1/IV/16. Auditorio de Galicia. Temporada de la Real Filharmonía de Galicia. Director: Eduardo Portal. Violín: Baiba Skride. Obras de Beethoven, Schumann y Brahms.
Tras un lleno absoluto el jueves en el Teatro Afundación de Vigo, era el turno de Compostela, con retransmisión en directo por streaming incluida. El programa prometía: un rotundo y pleno recorrido cronológico por el más universal Romanticismo con cierto soslayo operístico de trasfondo. Y de nuevo la juventud de los protagonistas llama la atención. Es palpable la presencia de jóvenes directores y solistas en esta temporada de la Real Filharmonía de Galicia, algo que hasta ahora va equilibrándose sin dejar malos resultados.
Y para abrir el concierto Beethoven con su Obertura Leonora número 3. Obra significativa del de Bonn, álter ego de Fidelio, único vestigio de incursión operística del compositor. Por su parte, Schumann se ejemplificó en la Obertura, scherzo y finale, op. 52, compuesta precisamente un año después de contraer nupcias con la reconocida pianista Clara Wieck, quien lo alentaría para adentrarse en el terreno sinfónico. En ambos casos el burgalés Eduardo Portal optó por una interpretación rectilínea y densa en la que la intensidad radicó en sus gestos. Sus enfáticos ademanes no se vieron reflejados en la ejecución orquestal, que se caracterizó por un tempo más bien retraído y unos tenues contrastes de matices.
Destacamos el efecto provocado por la llamada de liberación de Florestán, interpretada por una trompeta entre bastidores en el caso de la primera obra; así como la aportación de las distintas cuerdas en la segunda. La orquesta demostró ser un conjunto unificado en el que las diferentes secciones interactuaron con gran calidad en una obra de ricas alternancias tímbricas.
Todo cambió en la segunda parte cuando hizo su entrada la joven Baiba Skride, preparada para reencontrarse con el Concierto para violín en re mayor, op. 77, de Brahms, grabado ya por esta violinista letona en enero de 2009 con la Royal Stockholm Philarmonic Orchestra. Enmascarado y oculto entre los demás instrumentos comenzó a sonar el Stradivarius de casi tres siglos de existencia con ciertas discrepancias puntuales entre la virtuosa y la orquesta, aunque pronto se diluyeron. Skride no tardó en alzarse sobre el conjunto, que caía rendido a su elocuencia, al igual que el público, tras una ardua y expresiva cadenza que provocó la irrupción con inequívocos aplausos -sin titubeos- tras el primer movimiento.
El resto del concierto fue in crescendo de la mano de la virtuosa hasta alcanzar el Allegro giocoso, ma non troppo vivace, en el que la diestra violinista se dejó llevar por el genio y la pasión más extenuante con absoluto control técnico y soltura. Tras aquella demostración de drásticos registros, tanto los músicos como el auditorio terminaron absolutamente rendidos al violín de Skride, brindándole la más efusiva de las ovaciones.
Sin lugar a duda la solista supo dominar la situación y arrastrar consigo a la orquesta dejándonos una interpretación extraordinaria de este Brahms que se impuso con creces.
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