Artículo de opinión de Aurelio Martínez Seco sobre uno de los pianistas más importantes del presente, Mikhail pletnev
Una versión inconmensusable
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
Dedicamos en su día una de nuestras Improvisaciones a Mikhail Pletnev al considerarlo uno de los más importantes, si no el más importante pianista del presente, y uno de los más fascinantes que ha dado la historia de la música. Ya desde muy joven, Pletnev dio muestras de poseer características sublimes. Su arte llamó la atención de Vladimir Horowitz, artista que, como él, está situado en el Olimpo de los más destacados. ¿Qué habrá en el arte de Horowitz, si hablamos de piano, o en el de Furtwangler, si de dirección orquesta se trata, que sus poéticas se encuentran siempre al final de un camino? Es, por lo que parece, un estado arítistico límite, en el que lo técnico pasa en un seguno plano, volcándose en un discurso noetológico que, partiendo de las posibilidades dialécticas de las obras de arte sustantivo, las resuelve sorprendentemente reinterpretándolas, sosteniéndolas como un milagro inaudito. Pletnev no se limita a tocar ciertas invariables escritas, que es, más o menos, lo que viene a hacer casi todo el mundo, muchas veces de forma brillante y rápida; otras, forzando la dialéctica hasta límites antinaturales muy incómodos de oír, sacándolo a uno de la música para mostrar la vanidad intelectual del artista. El equilibrio es ignoto y, su búsqueda, una frustración. Pocas veces las verdades tienen que ver con el miedo, el justo medio o el éxito sociológico. El de Pletnev, que es de un éxito rotundo en casi todo, creemos que algo tiene que ver con lo que estamos diciendo, aunque seguramente muy poco.
Pero hoy queremos centrar la atención en una versión de tal calibre que resulta difícil de sopesar. Se trata de un concierto ofrecido en Budapest, donde Pletnev interpreta el Número 20 para piano y orquesta de Mozart, otro artista que, con frecuencia, se sitúa en la última parte del camino hacia los más grandes, después de Bach e incluso Beethoven, seguramente por ser, en algunas cosas, más fundamental. La versión de Mikhail Pletnev es ciertamente reveladora, magnética y signiticativa de un arte sobre el que convendría reflexionar pero que normalmente se advierte con superficialidad, cuando no con resignación o cara de incredulidad. Sin embargo, hoy nos fijamos, más que en su versión del concierto de Mozart, en la propina que, tras muchos aplausos, ofrece al final. Se trata del conocidísimo Nocturno en mi bemol mayor de Chopin, que Pletnev toca de tal manera que resulta casi imposible hablar de él sin realizar una tesis doctoral. Pletnev se concierte aquí en un crítico mordaz de la música del presente, convirtiendo cada pasaje en una mezcla irreverente pero cálida del significado que se da un comiezo, a una transición, a una coda, a un trino, a un final. Las obras, por el conocimiento que produce la repetición, cuando son sustantivas y las toca un genio, nos replantean ciertas Ideas trascendentales a través de conceptos musicales. Así, podemos decir que Pletnev nos ha hecho, con esta versión sublime, una magistral muestra alegórico autogórica que debería, aunque no lo hará, replantear nuestros cimientos de, por ejemplo, las Ideas de Romanticismo, de Intérprete, de Música, de Occidente, de Finalidad, de Sentimiento, de Límite y de Libertad; de Repetición, de Sutileza, de Arte y de Verdad.
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