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Opinión: 'Recordar'. Por Aurelio M. Seco

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Autor: Aurelio M. Seco
14 de mayo de 2017

RECORDAR

Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
No recordamos las viejas convicciones. Las entierran las nuevas ideas sin remedio ni reflexión. Lo que piensa un niño de catorce años a esa edad sobre cualquier cosa con frecuencia se le olvida al mismo hombre cuando tiene veinticuatro. Por eso después nos cuesta ponernos en el lugar de quien no sabe. Si hablamos de un campo específico del conocimiento, lo que piensa un niño y lo que pensará el profesional son mundos tan diferentes que apenas se tocan. Cuando era niño pensaba que las manos de los pianistas eran mejores cuanto más delicadas y largas, algo que no tiene demasiada importancia a la hora de tocar el piano. Es como lo que uno se imagina cuando va a estudiar una carrera y lo que se encuentra mientras la estudia. Mucha gente lo deja. Es la imaginación la que nos juega malas pasadas.

   En el mundo de la música sólo los músicos –un porcentaje de ellos- saben de la importancia de ciertos aspectos. Un ciudadano de a pie no tiene ni idea de para qué sirve una batuta, ni mucho menos un director. Y es difícil explicarlo así... de pronto. Cuando era niño pensaba, tras ver Amadeus, la obra maestra de Milos Forman que marcó la imagen que muchos adultos tenemos hoy de Mozart –para mal-, que para componer música había que estar inspirado. Que Mozart componía como quien respira. Y que en general se componía así: las ideas le vienen a uno a la cabeza como poso de algo del más allá. No tenía entonces idea de lo que supone el arte de la composición. De las formas musicales. No sabía que la música es un arte absolutamente racional y construido a través de la Historia, con sus formas y desarrollos estrictamente musicales. Eso es la Música. No entendía que los compositores nuevos niegan siempre y de alguna forma a los anteriores. No pasa lo mismo con el folclore, el folclore mediático que nos inunda hoy. Nunca el pueblo -los pueblos y las ciudades- tuvo un saber menos racional (instintivo) pero tan extendido. Mi idea de un genio era un mito tan vacuo y pueril como la imagen que la mayoría de los adultos tienen hoy de lo que debe hacer un pianista para tocar. Yo pensaba que era cuestión de talento tocar bien, aunque no supiera, como no sabe tanta gente, qué encierra esta palabra. Después llegaron las horas y horas tocando sin llegar a ningún sitio. Me falta talento, pues, pensaba...

   No es posible tocar bien sin hacer una reflexión sobre la técnica, salvo que se posea de manera instintiva, de forma natural, lo que me parece peor, en cualquier caso. El que no sabe que sabe..., sabe. Y sí, la técnica pianística existe. Claro que existe. Los grandes pianistas lo son porque hacen sus cosas de determinada forma, dentro de un orden y concepto del piano que ha superado el estado pueril que podría tener un niño de catorce años o incluso un mal pianista de cincuenta, pues hay profesores de conservatorio que son malos pianistas por esta idea equivocada de la técnica, de lo que hay que hacer con un instrumento como el piano para superar los problemas que representa. Y concertistas que no entienden del todo el asunto que se traen entre manos. Esto se ve en el toque, en cómo se empeñan en ligar las notas aún cuando existe el pedal, por ejemplo. En los errores, que pueden no tener importancia o tenerla como un síntoma de una idea equivocada de la técnica. “La diferencia entre mi carrera y la de otros pianistas famosos”, me llegó a decir un día un profesor de piano inconsciente de lo que le faltaba por saber, “son las horas de estudio”. Pasamos de los cuarenta y todos somos grandes maestros lo hayamos demostrado o no. Hay un síndrome pueril y vergonzoso, que se repite en cierto tipo de persona. “Yo iba a ser un gran pianista pero tuve una lesión…”, o tenista, o bailarín o lo que fuera. Y otro ejemplo más: “Yo empecé a tocar el piano a los tres años… como Mozart”. Cuánto daño ha hecho la película Amadeus. El síndrome del genio mozartiano. En los institutos de enseñanza secundaria los compañeros de cierto alumno todavía se refieren al excéntrico y sabiondo como “ése es un Mozart”.

   A la música de Chopin me la describieron un día como "demasiado acaramelada", una ignorante del tres al cuarto que no había llegado a ser el moderno Mozart por una desafortunada lesión que echó por tierra su incipiente y brillante carrera como concertista. Todavía hay quien resta valor a la obra de Chopin porque “gusta incluso a los que no les gusta la “música clásica” (Qué será eso de la música clásica). Se piensa que lo intelectual no debe ser tan accesible. Y no hay compositor en la Historia más inteligente y racional que Chopin.

   Uno es lo que hace y demuestra. Y no lo que habría podido llegar a hacer.

   Uno de los grandes problemas de la falta de consideración de la música es la presencia de estas ideas pueriles en la mayoría de los ciudadanos. Con frecuencia los músicos olvidamos que piensan así. La idea se agrava cuando se trata de un político. Y los hay que tocan el piano para dárselas de intelectuales, sin haber, obviamente, hecho una reflexión sobre la mencionada técnica. Es sólo estética política.

   Yo pienso de verdad que la falta de apoyo que siempre ha tenido la música por parte del sector político tiene que ver con la ignorancia de lo racional en música, tanto en lo interpretativo como en lo compositivo. Se piensa, puerilmente, que quien toca magistralmente lo hace por un instinto elevado y subjetivo pero no se percibe lo calculado de su ciencia. El arte de la interpretación o, en el caso de los compositores, la ciencia de la música, que también es ciencia aunque sus verdades, -como no sucedería en las verdaderas ciencias- se reutilicen. La ciencia de la música es su arte, que permanece misterioso salvo para las grandes personalidades del gremio, para sus grandes compositores e intérpretes.

   Cuando tenía catorce años prefería oír las versiones de Karajan a las de otros directores. No sabía por qué, pero siempre lo elegía a él. Me parecían más hermosas. Era por su manera de frasear; por su sentido del legato. Cuánto consiguió Karajan.... Y qué poca reputación tiene la música. A la verdadera me refiero...

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