«El error y el pañuelo». Artículo de opinion de Aurelio Martínez Seco sobre Horowitz, Martha Argerich y Luciano Pavarotti
El error y el pañuelo
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
En la preciosa película Pavarotti, realizada en 2019 magistralmente por Ron Howard, se explica la razón de que el genial cantante de Módena decidiese empezar a usar un pañuelo en los recitales, costumbre que, con posterioridad, le confirió cierta imagen icónica. En realidad, el uso del pañuelo fue una sugerencia de su primer representante, Herbert Breslin, quien le recomendó apoyarse en él al no saber el cantante qué hacer con las manos cuando estaba subido al escenario en este tipo de concierto. Fue la inseguridad de Pavarotti la generó el icono, quizás por la presencia inmisericorde del público y los críticos, o ante la presencia del siempre temible error técnico que pudiera empañar una poética artística de enorme atractivo y sofisticación. A veces sucede que los gestos, en forma de pañuelo o simple arabesco en el aire, por ejemplo de las manos, tienen que ver con la sustantividad de ciertas propuestas.
Es un error, de naturaleza psicológica simplona, una impostura o ignorancia, considerar peyorativa en todo caso la repetición en los alumnos de los gestos de sus maestros. En ocasiones se resta valor, o incluso ridiculiza injustamente a los seguidores de artistas, filósofos o escritores importantes, únicamente porque se expresan a traves de al gestualidad del maestro. Una perspectiva que, a nuestro juicio, con frecuencia se aleja del fetichismo puro y duro para acercarse al reconocimiento honesto. Cuando el gesto se reproduce desde la admiración, merece un respeto. Y cuando es fruto del fetichismo, a veces tambien porque, ¿por qué no fetichizar la manera de poner los dedos de Horowitz buscando uno mismo la verdad de cierta poesía en el arte? O la forma de sentarse y canturrear, o de tocar de Glenn Gould, uno de los pianistas más justamente fetichizados que han existido. ¿O acaso no puede hallarse en ello parte del secreto? El fetiche artístico, que criticamos demasiado, puede encerrar, en el fondo, cierta bondad o perspectiva admirable del ser humano, cuando no una generosidad y lealtad encomiables. Obsérverse con claridad que en el presente artículo no subrayamos lo perjudicial del fetiche.
Si interpretamos el valor del fetiche meliorativamente, hay que ver en su uso una búsqueda sana aunque infructuosa, incluso una fe necesaria, no necesariamente religiosa. El error en el arte, en la música y en el piano en concreto, tambien puede fetichizarse hasta extremos atenazantes, fríos y, tan calculados, que el fetiche parece estar dirigido por autómatas sin alma, o con un alma mítica sustancializada. El error, en el arte de Horowitz, más bien parece una herramienta de su valioso discurso poético. Cuando Vladimir Horowitz ofreció su famoso concierto en la Casa Blanca, con Jimmy Carter entre el público, y sacó su pañuelo por necesidades fisiológicas o por inseguridad, tras el gesto podría encontrarse su discutible manera de enlazar ciertos acordes del himno de EEUU o la conciencia de tocar una de las obras más importantes jamás escritas, la Sonata en si bemol menor de Chopin, en un lugar tan relevante para la historia. Entre el público, en algunos momentos de la interpretación en los que no se oían todas las notas o éstas se ofrecían peculiarmente, la sonrisa de un hombre... ¿Pero qué importancia tiene que a Horowitz no le suene un re bemol ante su perspectiva artística? Mucha, en el buen sentido. A veces importa cuando un pianista confunde un si con un do al final de una obra. En otras ocasiones el error resulta entrañable y pone a prueba, no solo la bondad del crítico y del hombre, sino la bondad de su perspectiva crítica. Hay un revelador vídeo en Youtube en el que Martha Argerich está apreciando el arte de Horowitz con un precioso pañuelo en la mano.
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