Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Aureliano in Palmira en el Festival Rossini de Pésaro
Fidelidad amorosa y resistencia al invasor
Por Raúl Chamorro Mena
Pésaro, 15-VIII-2023. Vitrifrigo Arena. Rossini Opera Festival 2023. Aureliano in Palmira (Gioachino Rossini). Alexey Tatarintsev (Aureliano), Sara Blanch (Zenobia), Raffaella Lupinacci (Arsace), Marta Pluda (Publia), Sunnyboy Dladla (Oraspe), Davide Giangregorio (Licinio), Alessandro Abis (Gran sacerdote), Elcin Adil (Un pastore). Hana Lee, piano. Coro del Teatro de la Fortuna. Orquesta Sinfónica G. Rossini. Dirección musical: George Petrou. Dirección de escena: Mario Martone.
Tras el enorme éxito de la ópera cómica La Pietra del Paragone (1812), el Teatro alla Scala de Milán ofrece a un cada vez más consolidado Gioachino Rossini inaugurar la temporada de carnaval 1813-14, pero esta vez con una ópera seria, que supondrá la primera colaboración del maestro con el libretista Felice Romani. La obra debía respetar las exigencias del gran Teatro milanés para la ópera seria, es decir, espectáculos monumentales, de gran riqueza escénica, elaborada orquestación y brillante escritura vocal. Con Aureliano in Palmira Rossini revitaliza el ya esclerotizado género de la ópera seria con una obra en la que combina hábilmente la grandilocuencia con la pasión amorosa centrada en la historia sentimental de la reina de Palmira Zenobia y el príncipe guerrero persa Arsace. Ambos resultan una y otra vez vencidos por el emperador romano Aureliano, pero mantienen su fidelidad amorosa contra viento y marea, así como su rebeldía ante el conquistador extranjero.
La ópera no triunfó, por lo que Rossini utilizó muchos pasajes de su música para las posteriores El barbero de Sevilla -incluida la famosa obertura- y Elisabetta, regina d’inghilterra.
Ante todo, hay que valorar en esta reposición de la producción de 2014 de Aureliano in Palmira, la espléndida dirección orquestal de George Petrou, que con una labor transparente, refinada, plena de detalles y de unos primorosos fondo musical y sentido estilístico, logró mantener progresión narrativa en una ópera muy larga y con algunas irregularidades. A pesar de contar con una orquesta, la Sinfónica Gioachino Rossini, con limitaciones e inferior claramente a la de la RAI presente en las otras dos óperas de esta edición, Petrou diferenció planos orquestales, articuló de manera genuina y briosa, garantizó una exposición de gran claridad y acompañó apropiadamente al canto. Sonido un tanto feble el ofrecido por el Coro del Teatro de la Fortuna dentro de una cumplidora profesionalidad.
El que firma se alegra, por supuesto, del merecido triunfo de la soprano española Sara Blanch en el papel de la reina Zenobia. En lo vocal, su voz de soprano ligera, siempre impecablemente emitida, bien sostenida sobre el aire, debe acometer frases centrales y bajadas al grave que la tarraconense resuelve sin forzar nunca, como debe ser. Asimismo y como demostró en su gran aria «Tremare Zenobia?» la Blanch acreditó musicalidad, legato y un destacado dominio de la coloratura -espléndidas notas picadas- y del sobreagudo. En el aspecto interpretativo, pudo faltarle algo de arrogancia y carácter mayestático a su Reina, pero creó un personaje femenino, delicado, sinceramente enamorado y tenaz en ese amor y en su enfrentamiento al invasor romano.
Rafaella Luppinacci, mezzosoprano lírica de agudo holgado, pero desguarnecida en el grave, demostró ser la cantante sensible y musical de siempre en el papel del príncipe persa Arsace escrito para el castrato Velluti. La Luppinacci, con buen sentido del legato e impecable coloratura, acreditó cuidado fraseo, pero se echó en falta mayor variedad en su canto, así como una personalidad más destacada en su encarnación del guerrero, una y otra vez derrotado, pero que nunca se rinde e incapaz de renunciar a su amor por la reina Zenobia. Su voz empastó adecuadamente con la de Blanch en los dúos.
El papel del emperador romano Aureliano pide un baritenore, lo que no es el tenor ruso Alexey Tatarintsev que, sin embargo, proyectó bien una voz bien colocada, grata de timbre, pero no especialmente atractiva, más bien genérica. Su canto fue indudablemente correcto, aunque más bien monótono, avaro en detalles y sutilezas, pero fue capaz de superar -no sin apreciable esfuerzo- su gran aria del segundo acto, pródiga en acentos aguerridos, canto di sbalzo y coloratura dramática.
Cumplidores los secundarios, empezando por una Marta Pluda de emisión engoladísima, pero canto solvente en su aria del segundo acto, continuando por un prácticamente inaudible Alessandro Abis como gran sacerdote, que interpreta un solo escasamente inspirado y que seguramente no provenga de la pluma Rossiniana. Más sonoro Davide Giangregorio, aguerrido Licinio, al igual que el muy entusiasta en escena Sunnyboy Dladla como Oraspe.
A diferencia del montaje de Stefano Poda del día anterior, la puesta en escena de Mario Martone, procedente de 2014, puede calificarse de «realista». Sobre la desnuda escenografía de Sergio Tramonti, que prevé la presencia del fortepiano sobre el escenario. Brilla el magnífico vestuario de Ursula Partzak, incluido el de los pastores en la insólita escena bucólica del huido Arsace. En este pasaje comparecen tres cabras en escena en una producción de eficaz movimiento escénico y en el que se desarrolla la trama con claridad, sin estrambóticos simbolismos que raramente funcionan en la ópera italiana, pero que parece más apropiado para un escenario más íntimo como el Teatro Rossini, para el que se concibió, que para el amplio escenario del Vitrifrigo Arena.
Fotos: Festival Rossini de Pésaro
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