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Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
El 2 de julio de 1886 se produce el estreno de una obra que marcará un hito en la Historia de la zarzuela, se trata de La Gran Vía de Federico Chueca y Joaquín Valverde, con libreto de Felipe Pérez y González. Su importancia reside esencialmente en ser el primer verdadero gran éxito del Género chico, iniciado años atrás con La canción de la Lola, de los mismos compositores y texto de Ricardo de la Vega, que se estrenó en 1880 y es considerada la primera obra con música del conocido como «Teatro por horas», recurso empresarial ideado inicialmente para el teatro dramático en 1868 por los actores Antonio Riquelme, José Vallés y Juan José Luján.
Con La Gran Vía se vivió un éxito sin precedentes al alcanzar las 570 representaciones en tan solo un año, y eso que sus autores la concibieron como una obrita de verano, escrita sin más intención que servir de entretenimiento a la clase popular madrileña que disfrutaba de las funciones en los teatritos provisionales estivales que se montaban en la capital una vez finalizada la temporada ordinaria. Ese era el caso del Teatro Felipe, un minúsculo espacio, que apenas contaba con una treintena de filas de butacas, además de algunos palcos y galerías, donde se daban cita «lo más selecto de la igilí». El propio Chueca explica en una entrevista el origen de este vocablo que utiliza en uno de los cantables de la obra: «Se trata de una adaptación fonética de la expresión inglesa high-life [abreviado Hi-Li], que quiere decir alta sociedad, y no me negará usted que de la «alta sociedad» a la que me refiero en el chotis, suele haber lo suyo en el Elíseo Madrileño». El teatrillo en cuestión estaba situado en el Paseo del Prado, a la derecha de la puerta principal de los Jardines del Retiro, junto a la verja y cerca de la fuente de Cibeles, y allí se estrenó esta «revista madrileña cómico-lírico-fantástico-callejera», como la calificaron sus autores.
Se trata de una Revista de actualidades que hace evidente referencia a la céntrica calle madrileña que por entonces estaba en proyecto. Lo cierto es que la idea de su construcción venía de lejos, pero los retrasos en su ejecución eran continuos. El centro de Madrid urgía de una vía que desahogara el creciente tráfico de tranvías y lo uniese con los barrios periféricos sin el obligado paso por la Puerta del Sol, lo que supondría además una limpieza de las calles y callejones de los alrededores que se encontraban en bastante mal estado. Como en toda revista, no existe un argumento al uso en el que se narre una historia, sino que se trata de una serie de escenas yuxtapuestas, enlazadas gracias a dos personajes, un Caballero de Gracia y un Paseante en Corte, que recorrerán la ciudad topándose con multitud de personajes, algunos de moda del momento como «La Gomosa» y «El sietemesino», y otros alegóricos como son la fuente de la Puerta del Sol, el salón de baile El Elíseo y barrios, plazas y calles de Madrid, como la salerosa Calle de Sevilla, hermosa por un lado pero con el vestido ajado por el otro, en referencia al lado de su acera que estaba destrozado.
Las revistas solían prestarse a la crítica política y social, en este caso al Ayuntamiento que no acaba de realizar el proyecto de esta gran avenida, pero también a la marginalidad de algunos barrios y la inseguridad ciudadana con el apogeo en la ciudad de los ladronzuelos o ratas convertidos aquí en héroes populares. Precisamente a estos personajes les dedican uno de los números musicales de La Gran Vía: la «Jota de los ratas», donde muy pizpiretos cantan: «Soy el rata primero. Y yo el segundo. Y yo el tercero. Siempre que nos persigue la autoridad, es cuando muy tranquilos timamos más…»; pieza que se repitió hasta en cinco ocasiones en la noche de su estreno y se hizo tremendamente popular, lo mismo que sus autores. La obra tuvo tanto éxito que se ofrecían dos pases diarios y el Ayuntamiento decidió entonces mover unos metros la propia fuente de la Cibeles -gastándose para ello 170 pesetas-, para evitar las molestias de los charcos al público concentrado constantemente en los aledaños del Teatro Felipe. Cuando el verano llega a su fin, la obra se traslada al Teatro Apolo -la «Catedral del Género chico»-, donde continúan las representaciones ininterrumpidamente durante cuatro años.
Se cuenta la anécdota de que, poco después del estreno, unos rateros robaron a Chueca su cartera cuando viajaba en tranvía y que, al revisar el botín y encontrar en ella una foto del músico, se dieron cuenta de quién era el propietario y se vieron en la obligación moral de devolvérsela, acompañándola de unas monedas y de una carta de disculpa que rezaba así:
«Al saber por los periódicos que la cartera sustraída hace unos días en el Tranvía del Este a las seis y media de la noche pertenecía al Señor Chueca, el gremio acordó en Junta general devolverle dicha cartera con los tres billetes de banco que contenía y cinco duros más, gratificación por parte nuestra como muestra de respeto y admiración al guripa de más pupila y más salero de España. Como verá Usted, no nos quedamos con nada de lo que contenía la cartera más que su retrato, como recuerdo para esta Academia. Dios guarde a usted muchos años y le conserve la salud para que se ocupe pronto de nosotros en el escenario.
El Rata 1º
El Rata 2º
El Rata 3º
Visto bueno de La Chata y La Pelos».
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