Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Madama Butterfly de Puccini en la Deutsche Oper de Berlín, protagonizada por Asmik Grigorian
Cuando la belleza era importante
Por Raúl Chamorro Mena
Berlín, 15-VI-2024, Deutsche Oper. Madama Butterfly (Giacomo Puccini). Asmik Grigorian (Cio-Cio-San), Joshua Guerrero (Pinkerton), Irene Roberts (Suzuki), Dong-Hwan Lee (Sharpless), Gideon Poppe (Goro), Byung Gil Kim (Tío Bonzo), Jörg Schörner (Príncipe Yamadori), Meechot Marrero (Kate Pinkerton). Coro y orquesta de la Deutsche-Oper de Berlín. Dirección musical: Yi-Chen Lin. Dirección de escena: Pier Luigi Samaritani
La Eurocopa ha invadido las calles de Berlín, aficionados de las distintas selecciones con sus camisetas correspondientes añaden colorido a la ciudad, pero también se encuentran zonas acotadas y valladas, como la Plaza de París al lado de la puerta de Brandenburgo que dificultan la clásica foto a los turistas.
Eso sí, la intensa programación musical de la ciudad no decae y el mismo día que debutaba el equipo español en la propia capital de Alemania contra Croacia y sabiendo ya que ganaba por tres a cero, me dirigí a la zona de Charlotemburgo para asistir a la Deutsche Oper y culminar este nuevo periplo musical en Berlín con una función de la inmortal Madama Butterfly de Puccini.
Los alicientes se centraban en el protagonismo de la lituana Asmik Grigorian, una de las sopranos más interesantes de la actualidad y poder ver una puesta en escena del año 1987 firmada por Pier Luigi Samaritani. Debo subrayar que se cumplieron las expectativas en ambos casos. Asmik Grigorian posee una voz de lírica con cierto cuerpo, débil en el grave y falta de anchura y carne en el centro para un papel como Butterfly. La emisión es franca, bien resuelta, el timbre no resulta especialmente bello, pero irreprochablemente sano y bien esmaltado, a pesar de que últimamente ha afrontado personajes como Turandot o Lady Macbeth, fuera de sus posibilidades vocales. Como cantante, la Grigorian tiene los papeles en regla, bien armada técnicamente, con buen concepto del canto y fraseo compuesto, aunque no especialmente fantasioso o variado, ni con particular clase. Todo ello sumado a la principal arma de la Grigorian, sus dotes interpretativas, de gran actriz y caracterizadora la convierten en una soprano siempre interesante.
Efectivamente, la Grigorian realizó una muy apreciable creación de la infortunada Cio-Cio-San, transmitiendo todos los estados de ánimo y evolución del personaje. Desde la muchacha dulce e inocente del primer acto, la ya mujer y madre abandonada, pero aún esperanzada del segundo y ese final devastador en el que, junto a su corazón roto, cae como un castillo de naipes toda su ilusión y sentido de su vida. Asimismo y esto es importante, la Grigorian se alejó de todo exceso y supo huir de una expresión demasiado aniñada o «bamboleggiante» en el primer acto, como tantas veces ocurre, o exageradamente sobreactuada cuando la temperatura dramática sube y se avecina el desengaño y la tragedia. En lo vocal, como ya he subrayado, la soprano lituana exhibió su irreprochable escuela de canto, capacidad para las dinámicas, fraseo cuidado, aunque sin especial clase. Efusiva, plena de lirismo en el maravilloso dúo del primer acto, con el Do 5 filado en la mágica salida de Cio-Cio San, atacó «Un bel dì vedremo» en pianissimo como está mandado y lo desgranó con progresiva intensidad, obteniendo una gran ovación del público.
El tenor estadounidense Joshua Guerrero fue el compañero de la Grigorian, al igual que en la Manon Lescaut que les ví en Frankfurt en noviembre de 2022 y reseñé para Codalario. Volvió a quedar de relieve la buena química en escena entre ambos. Guerrero compuso un Pinkerton arrogante, extrovertido e impetuoso en el primer acto, abrumado e incapaz de asumir las consecuencias de su comportamiento en el final. En lo vocal, Guerrero muestra timbre grato y los problemas técnicos tan habituales en los cantantes actuales. La emisión esforzada y retrasada, las vocales no están liberadas y obvia el pasaje de registro, con una franja aguda atacada con presión y de manera forzada. Es joven y de momento, le entran las notas, como en la sucesión de agudos de la frase «E al giorno in cui mi sposerò con vere nozze a una vera sposa americana» o el Do sobreagudo final optativo del dúo y al que no renunció. En el canto de Guerrero predomina el arrojo y el ardor sobre la variedad y aquilatamiento del fraseo. Aunque no con tanta intensidad como la Grigorian, fue ovacionado, pero tuvo que escuchar los desaforados abucheos de un espectador que tenía detrás de mí.
Poco idiomático, pero suficientemente humano y con un material baritonal de cierta pasta, aunque un punto engolado de emisión, el Sharpless de Dong-Hwan Lee. La Suzuki de Irene Roberts aunó emisión ortodoxa, musicalidad y compromiso dramático. Más flojo el Goro de Gideo Poppe, nulamente idiomático, con una pobre pronunciación y articulación del italiano, en un papel en el que el sentido del decir es fundamental.
Ordenada, de impecable factura musical y gran claridad expositiva la dirección musical de Yin-Chen Lin, que obtuvo un radiante sonido de la orquesta de la Deursche-oper, destiladora de tímbricas y pasajes instrumentales de gran belleza. La Taiwanesa aseguró progresión teatral y sentido narrativo y sólo cabría reprochar cierta falta de idiomatismo, un sonido demasiado vigoroso, germánico, sin genuina articulación italiana.
Un placer ver una puesta en escena procedente de un tiempo en que el sentido estético era importante, la búsqueda de la belleza y no el feísmo imperante actualmente, cuando la obsesión es atentar contra la vista de los espectadores. Belleza y buen gusto irradia por los cuatro costados el montaje de Pier Luigi Samaritani, pleno de colorido y delicadeza, con vestuario estupendo. No faltan elementos simbólicos cómo un enorme velo blanco vaporoso, delicado y transparente que, seguramente, representa la pureza de sentimientos de Ci-Cio-San o su destino y que se alza al comienzo de cada acto, para descender y envolver a los dos protagonistas al final del primero y a Butterfly ya exánime al final de la ópera. Muy bella la parte final del primer acto con el dúo de amor bajo un cielo estrellado y una luminosa luna, que logra un efecto de suspensión temporal en apropiada fusión con la música. Interesantes juegos de sombras, que seguramente hoy día nos parezcan muy vistos, pero no lo eran tanto en 1987, y un movimiento escénico eficiente, todo siempre al servicio de la obra justifican la vigencia de esta producción.
Fotos: Bettina Stoβ
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