Crítica de F. Jaime Pantín del recital ofrecido por Arcadi Volodos en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo
Arcadi Volodos interpreta a Schubert en las Jornadas
Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 9-III-2025. Auditorio Príncipe Felipe. Arcadi Volodos, piano. Obras de F.Schubert
Volvía Arcadi Volodos a las Jornadas Internacionales de Piano Luis G. Iberni con un recital íntegramente dedicado a Franz Schubert -uno de los compositores más frecuentemente incluidos en sus conciertos- que sustituía al programa inicialmente previsto.
La penúltima Sonata D. 959 en La Mayor, la segunda de su póstuma trilogía de 1828 que el pianista ruso-francés afincado en España ya había interpretado en este mismo ciclo en 2016 ocupaba la segunda parte de un recital que en su primera mitad exploraba una de las obras más representativas del género lírico breve, tan importante en el repertorio para piano de Schubert, los Seis Momentos Musicales D.780, así como dos de las transcripciones que F. Liszt realizó de algunos de los lieder del autor.
La vuelta de Volodos a las Jornadas suscitaba un interés que se reflejó en una nutrida afluencia de público que aplaudió con calidez durante el recital, si bien el entusiasmo desbordante no se produjo hasta la segunda propina, la Rapsodia nº 13 de Liszt, programada inicialmente.
Una actuación de Arcadi Volodos representa por sí misma un festival pianístico en el que de antemano el aficionado tiene asegurada la contemplación, audición y disfrute de uno de los muestrarios instrumentales y sonoros más deslumbrantes del actual panorama internacional. El poderío técnico de este pianista extiende su ámbito no solo al exhibicionismo funambulesco que le hizo famoso desde los inicios de su carrera sino a un excepcional tratamiento del sonido en cuanto a belleza sensorial, sugerencia tímbrica y gama dinámica, que además maneja con flexibilidad inusual. Precisamente es en este aspecto en el que Volodos parece haberse centrado en los últimos tiempos, adentrado ya en una edad en la que se supone que los intérpretes alcanzan su estado óptimo de madurez, manteniendo intactos sus recursos técnicos. Además de la actitud ante la interpretación, esto se refleja, por lo general, en un paulatino alejamiento del repertorio más brillante y un proporcional acercamiento a territorios musicales en los que la introspección y el culto a la expresión profunda- expresadas a través del intimismo, tanto sonoro como emocional- asumen el protagonismo. En el caso de Volodos esto se ha sustanciado en el acercamiento a ámbitos musicales esencialmente sutiles como las últimas piezas de Brahms, el piano de Mompou y en una decidida inmersión en uno de los estadios más complejos de la interpretación pianística como son las grandes sonatas de Schubert.
Situada entre dos polos emocionales extremos, representados por la protesta existencial latente en la Sonata en Do menor D.958 y la aceptación resignada - desde la concepción humanística más auténtica- de un destino humano ineludible, manifiestamente presente en la Sonata en Si bemol D.960, la Sonata en La mayor D.959 parece asumir una visión positiva, dentro de una ambigüedad permanente que se mueve entre los poderosos ejes de ese Canto del peregrino con el que comienza el Andantino -que en su cierto abandono parece revivir el camino del Viaje de Invierno- y el lied La Primavera, que con su implícita reafirmación vital parece iluminar el entorno global de esta bellísima sonata a pesar de sus vicisitudes y la tensión dramática de sus eclosiones emocionales. Volodos así parece entenderlo, planteando una versión muy fluida, caracterizada por una gran libertad en el tempo - muy cambiante a lo largo de la sonata- en lo que pudiera suponer la búsqueda de una superposición de estados emocionales estancos más que de una evolución interna del tempo, lo que sin duda aportaría una mayor cohesión estructural. Precisamente el problema del devenir del tempo en las grandes estructuras sonatísticas de Schubert se convierte en el eje esencial de su interpretación y, siendo un elemento tan poco tangible, los grandes intérpretes schubertianos siempre han reconocido que -al contrario que ocurre con otros reseñables compositores de sonatas- los resultados en Schubert nunca están garantizados, por lo que no es extraño que, a pesar de la magnificencia sonora, la sensibilidad y la excelsa musicalidad mostrada por el pianista y los muchos momentos de concentración expresiva de gran calado alcanzados, el milagro schubertiano no se produjera en esta ocasión.
Los Seis momentos musicales D. 780 constituyen, junto con las dos series de impromptus D. 899 y 935, el ciclo más importante de piezas líricas compuesto por Schubert. En relación a los impromptus, presentan una elaboración mucho más escueta, así como un ámbito instrumental más reducido, lo que lejos de simplificar su interpretación la hace aún más compleja, ya que cada uno de ellos supone una muestra concentrada de los diferentes aspectos del universo schubertiano. Melodías monódicas, melodías corales, modulaciones imposibles, danzas populares que desde la lejanía anuncian misterios sin solución, movimientos perpetuos, dactílicos obsesivos, reminiscencias bachianas, silencios repentinos, acordes rotos, enarmonías insospechadas, cabalgadas con promesa de tragedia y la ternura melancólica de una sonrisa que parece abarcarnos a todos, siempre sobre la base de un piano que canta y canta sin cesar. La capacidad de hacer cantar al instrumento, controlando al máximo sus posibilidades tímbricas y dinámicas es una de las muchas virtudes de Arcadi Volodos y así se pudo apreciar en su lectura de unas piezas que por su naturaleza parecen adaptarse mejor a sus características. Su enormes medios técnicos y su oído refinado le llevan frecuentemente a explorar al límite la gradación de unas intensidades que en este caso se movieron en los umbrales de lo físicamente audible, lo que en parte limitó la apreciación de determinadas armonías, de la misma forma que un probable exceso de celo en introducir constantes cambios tímbricos, incluso dentro de la misma frase, pudo llegar a distraer de lo esencial.
Se completó el recital con magníficas interpretaciones de Letanía para la fiesta de todos los santos y El molinero y el arroyo, lieder de Schubert transcritos por Liszt, anticipando así el segundo de los tres bises ofrecidos al concluir el programa, verdadera transcripción a su vez de la treceava rapsodia húngara lisztiana, una de las más bellas, donde Volodos abrió la caja de los truenos para exhibir su pasmoso arsenal pianístico, provocando el delirio del público.
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