Crítica del recital ofrecido por Arcadi Volodos en Zaragoza
Contrastes pianísticos
Por David Santana
Zaragoza, 19-IV-2024. Auditorio- Palacio de Congresos de Zaragoza. Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio. Arcadi Volodos, piano. Sonata en la menor, op. 42, D 845 de F. Schubert, Davidsbündlertänze, op. 6 de R. Schumann y Rapsodia húngara n.º 13 en la menor, S.244/13 de F. Liszt.
Hace casi un mes, el pasado 23 de marzo, nos llegaba la triste noticia del fallecimiento del gran pianista italiano Maurizio Pollini. Ya en febrero, el Auditorio de Zaragoza había anunciado la cancelación de su concierto programado para el 19 de abril debido a los problemas de salud que acusaba el artista y que, en su lugar, sería el pianista ruso Arcadi Volodos el encargado de dar el recital programado para esa fecha. Nos quedamos con las palabras que Juan Carlos Galtier dedica en las notas al programa como pequeño homenaje a Pollini, cuyo recuerdo nos acompañó de alguna manera en el concierto pasado.
No obstante, el protagonista de la velada fue Arcadi Volodos. Solo frente a la sala principal del Auditorio de Zaragoza ofreció un recital largo, muy virtuosístico y lleno de matices muy interesantes que intentaré desengranar en esta reseña.
El programa se divide en tres de los más grandes compositores para tecla que nos ha dado el siglo XIX: Schubert, Schumann y Liszt. A pesar de que el instrumento es el mismo en las tres piezas, el tipo de escritura no podría ser más diferente y, precisamente por ello, la forma de tocarlas también.
Comenzamos con un Schubert intenso en el que Volodos volcó su peso sobre el piano para hacer resonar con fuerza cada sforzato, dándole así al primer movimiento un carácter estático y melancólico. Muy diferente al inicio del Andante: legato y cantabile. En cuyas variaciones pudimos escuchar tanto agilidades, como el carácter violento que ya habíamos podido apreciar en el primer movimiento. Esta alternancia absolutamente orgánica entre pasajes pesados y estáticos y otros ligeros y fluidos dio al movimiento un especial interés, manteniendo al oyente en vilo y sin perder un ápice de atención. Bien marcato el Scherzo con un rango adecuado de dinámicas y un carácter cambiante que derivó en un Rondó atacado un tanto bruscamente, pero en el que enseguida el ruso nos encandiló con los pasajes rápidos.
Tras el descanso, se interpretaron las Davidsbündlertänze de Schumann. Un conjunto de danzas en las que se alternan dos personalidades, casi opuestas, encarnadas por los personajes de La Cofradía de David creada por el propio Schumann: Eusebius y Florestán.
Esta dualidad de la pieza obliga al pianista a alternar la forma de interpretar cada una de las piezas, con el fin de adecuarse al carácter que demanda el personaje al que se le adjudica cada una de las danzas. Volodos mostró un dominio absoluto de esta flexibilidad interpretativa, aunque, con permiso de la Danza n.º 7, profundamente reflexiva e íntima, destacaron los números dedicados a ambos personajes: la muy virtuosística Danza n.º 13 y la interesantísima n.º 18 en la que el juego de dinámicas le permitió crear esa sensación de lejanía que demanda la pieza.
En la Rapsodia Húngara de Liszt que culminó la velada el contraste se produce entre texturas. Escuchando a Volodos resulta sumamente imaginarse las versiones orquestales de estas rapsodias, pues se entienden muy bien las texturas a tutti y las de carácter solista o de melodía con acompañamiento. El ruso llenó la sala con el potente sonido de los acordes de las primeras, mientras que las segundas fueron sumamente cantabiles.
No terminó aquí el concierto, pues el ruso brindó al anfiteatro aragonés cuatro propinas muy variadas. En primer lugar, escuchamos el arreglo del propio Volodos sobre la Romanza n.º 7 del op. 21 de Rajmáninov, muy íntimo y expresivo; seguido por el n.º 3 de los Seis momentos musicales D. 780 de Schubert; de carácter dancístico, el ruso supo darle un carácter muy pícaro y divertido. Le siguió una excepcionalmente virtuosa Malagueña de Lecuona y una pieza típica del repertorio de Volodos: la melodía de Vivaldi de la Siciliana, del Concierto para órgano en re menor BWV 596 de Bach.
Fueron un añadido al programa que permitieron a Volodos demostrar su enorme versatilidad y su erudita forma de comprender el sentido de cada nota que toca.
Foto: Marco Borggreve
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