Crítica de José Antonio Cantón del recital ofrecido por el pianista Arcadi Volodos en el Festival Rafael Orozco de Córdoba
Arcadi Volodos, absoluto genio del piano
Por José Antonio Cantón
Córdoba, 23-XI-2024. Teatro Góngora. XXII Festival de Piano ‘Rafael Orozco’ de Córdoba. Recital de Arcadi Volodos. Obras Franz Liszt / Arcadi Volodos, Franz Schubert y Robert Schumann.
Desde que fue anunciada a principios del mes de septiembre la actuación del pianista Arcadi Volodos en la clausura del XXII Festival de Piano ‘Rafael Orozco’ de Córdoba 2024, se produjo entre los aficionados a la música para piano una enorme expectación ante el grado de excelencia que supone siempre la intervención de este músico en todo evento artístico que con él cuente. Todavía recuerdan los melómanos de Córdoba su primera actuación en este mismo Festival en su edición del año 2008 en cuyo recital se pudo escuchar el mejor Scriabin imaginable sin olvidar su trascendente recreación del piano de Liszt, compositor del que se ha convertido desde hace cuatro quinquenios en un referente histórico absoluto como quedó apuntado en su registro monográfico del compositor húngaro del año 2007 en el prestigioso sello SONY Classical, y su constatación pública en su legendario recital en la famosa Sala Musikverein de Viena del año 2009, también editado por la misma discográfica norteamericana.
Su manera de entender la grandeza del piano sólo cabe compararla con la que se puede pensar y más lógicamente imaginar de los grandes intérpretes del siglo XIX como el propio Liszt y Chopin o los grandes pianistas Nikolái Médtner, Emil von Sauer, Carl Tausig, Sigismund Thalberg o la gran Clara Wieck, esposa de Schumann, que engrandecieron el panorama pianístico hasta cotas casi inaccesibles en aquella centuria, cuyo testigo fue asumido por las grandes escuelas rusas como las lideradas por maestros como Alexander Goldenweiser, Heinrich Neuhaus o Leopold Godowsky sin olvidar a Ferruccio Busoni, todos ellos verdaderos gigantes en la evolución histórica del instrumento rey por antonomasia durante el periodo romántico. Referenciar a Volodos con estas figuras significa el alcance de absoluta excelencia que ha significado su actuación en este cada vez más acreditado Festival de Piano de Córdoba.
Inició el recital con la Sonata en La menor, D 845 de Franz Schubert, obra que supuso una inflexión en el repertorio sonatístico del compositor, característica que Volodos asume con manifiesta coherencia desde su primer ataque de peso relajado y de economía de medios en su pulsación, gran secreto de su manera de entender esta composición, en la que cada tecla parece convertirse en un cantante bajo sus dedos a lo largo de su sección de desarrollo y más adelante también en la última ascensión cromática en pos de alcanzar de nuevo su tonalidad principal. El mismo criterio cantábile, adoptó en el Andante poco mosso y sus cinco variaciones, desplegando un toque tranquilo, claro y pulido que llevaba al oyente a un pleno discernimiento y sensible goce, alcanzando su principal tensión virtuosística en la cuarta con un manifiesto realce de su gozosa línea melódica, que tuvo su confirmación en la delicadeza con la que construyó la última. Con un fogoso impulso contenido expuso el Scherzo muy contrastado con la pintoresca suavidad con la que planteó su trío, consiguiendo todo un hito de giratoria delicadeza. Terminó la obra haciendo un sencillo y curioso correteo por sus compases que dejaban una velada sensación de fatalismo en el oyente como reflejo de la intensa pureza expresiva del autor, que en este rondó parece como querer escapar a una especie de sentimiento de amargura.
La lectura que hizo Arcadi Volodos de la Davidsbündlertänze, Op.6 de Robert Schumann, que abría la segunda parte del recital, tuvo un marcado aire de gran ballet que dejaba en el oyente esa sensación de una especie de imaginada espectacularidad plástica que enriquecía su música. Entrando en la esencias de esta obra, el pianista fue fiel a ese principio, difícil de lograr en este autor, de reflejar la música interna de su forma de componer, que yo tuve la experiencia de descubrir en la interpretación que hizo este pianista en el Kursaal de San Sebastián de la Kreisleriana, Op.16 el 27 de agosto del 2000 dentro de la programación de la Quincena Musical de aquel año, enriqueciendo en este sentido la musicalidad de colegas especialistas en Schumann como Youri Egorov o el admirado Murray Perahia. Ha mantenido esta virtud, incluso acrecentada, en esta actuación cordobesa, puesta en plenitud en el vals que cierra esta obra, todo un ejemplo de la temperamental, rica, compleja y entrañable personalidad del gran compositor sajón.
Un verdadero alarde de aportación desde el dominio absoluto del teclado supuso su ejecución de la Décimo Tercera Rapsodia en La menor, S.244/13 de Franz Liszt, con la que Volodos demuestra cómo su conocimiento del instrumento trasciende lo puramente técnico para estar instalado en un ámbito de creatividad total, como siempre demuestra sorprendentemente en cada una de las obras que se propone. En este caso hizo todo un alarde de sentido zíngaro doblando prácticamente todos los temas a mayores dificultades técnicas sin perder en momento alguno la violinística esencia musical de la primigenia idea de Liszt, llegando a reproducir con la combinación de los pedales e inclinación de impacto de los martillos del piano en su clavijero la sonoridad del címbalo húngaro con curiosa y sorprendente fidelidad tímbrica, que llevaba su interpretación a un nivel de máxima distinción estilística, haciendo así gala de su portentoso talento de músico absoluto.
Ante el delirio del auditorio prolongó su actuación durante veinte minutos ofreciendo cuatro muy escogidos bises por su ontológica substantia como fue en primer lugar Pájaro triste de Federico Mompou, quinta pieza de sus Impresiones íntimas, haciendo buenas las propias palabras de este pianista cuando se refiere al gran compositor catalán al decir; “Para comprender esta música, hay que combinarla con las místicas poesías de San Juan de la Cruz, no hay que leer la partitura como única vía para entender y afrontar su mistérico contenido”. Siguió con el Tercer momento musical, D 958 de Franz Schubert, para continuar con una soberbia versión de la famosa Malagueña de Ernesto Lecuona y, terminar definitivamente su actuación, con el Andantino de la Sonata en La, D 959 de Schubert donde se pudo disfrutar de una traducción que partía del corazón para dirigirse a la razón, concentrada ésta en su episodio central, de una altura artística absolutamente inefable que quedará en la historia del Festival como irrepetible colofón de su vigésimo segunda edición.
Foto: María Cariñanos
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