Por Raúl Chamorro Mena
ARABELLA (Opus 79, ópera en tres actos, Dresde 1 de Julio de 1933). Grabaciones audio en directo y en estudio.
1942. Clemens Krauss. Viorica Ursuleac (Arabella), Hans Reinmar (Mandryka), Trude Eipperle (Zdenka) , Horst Taubmann (Matteo), Theo Hermann (Conde Waldner), Else Böttecher (Adelaide). Orquesta Filarmónica de Viena. Registro en vivo Festival de Salzburgo.
Pocas veces se da la ocasión de disponer una grabación de una ópera con la soprano que la estrenó. En este caso, además, junto a su esposo, también director del estreno y gran amigo de Richard Strauss, el vienés Clemens Krauss. Como siempre, el gran músico muestra su magisterio como straussiano con una labor diáfana, refinadísima, plena de luz y color, no exenta del debido pulso teatral y los clímax tanto sensuales como de erotismo soterrado que contiene la partitura. Si alguien quiere apreciar en todo su esplendor cuando se dice que una orquesta «canta», sólo hace falta escuchar el sublime interludio del último acto previo al «Das war sehr gut» de la protagonista. Ursuleac, aún en buen estado vocal en 1942, es una notable Arabella. Alguna nota alta forzada y una expresividad un pelín demodè para oídos actuales, no empañan su canto de alta escuela y fraseo siempre señorial, así como el indudable atractivo tímbrico de su material vocal, redondo y aterciopelado. Hans Reinmar es un sólido vocalmente, pero monótono y plano Mandryka. Cumplidores el resto, entre los que apenas destaca la Zdenka de Trude Eipperle.
1947 Karl Böhm. Maria Reining (Arabella), Hans Hotter (Mandryka), Lisa della Casa (Zdenka), Horst Taubmann (Matteo), Georg Hann (Conde Waldner), Rosette Anday (Adelaide), Herma Handlk (Fiakermilli). Orquesta Filarmónica de Viena. Grabación en vivo del Festival de Salzburgo publicada por DG.
Dos figuras fundamentales de la interpretación straussiana se juntan en esta representación salzburguesa de 1947. La soprano vienesa Maria Reining y el director de orquesta natural de Graz, Karl Böhm. Éste último, buen amigo del maestro, demuestra su absoluto conocimiento y total afinidad con los pentagramas straussianos, en una dirección siempre clara, luminosa, ligera, llena de detalles, con un sonido algodonoso, sedoso, de gran colorido y refinamiento tímbrico en plena colaboración con una deslumbrante Filarmónica de Viena. La Reining crea una gran Arabella. Voz de gran atractivo tímbrico, perfectamente emitida y apoyada, mórbida, lo que permite a la cantante un amplio juego de intensidades de sonido y un fraseo aquilatadísimo, pleno de empaque. Como intérprete, siempre sobria y con gran personalidad, se encuadra impecablemente en ese clima de nostalgía de la Viena de los Habsburgo, de su alegría de vivir, no exenta de melancolía, que constituye la última colaboración entre Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal. Nada menos que Hans Hotter encarna a Mandryka. El titánico cantante alemán se pasea sobradísimo por la complicada escritura de su papel con esa voz única, singularísima, extensa, robustísima. Si personal es el timbre, aún lo es más el intérprete, artista de poderosísima personalidad que nunca deja indiferente. Asimismo, en 1947 Hotter cantaba con una ductilidad, una capacidad de matización, una variedad de fraseo, que desaparecería en años posteriores. Mención aparte merece la Zdenka de Lisa della Casa, que antes de convertirse en la Arabella eterna, dejó una magistral encarnación de su hermana a la que los Waldner visten de chico ya que, por razones económicas, sólo pueden casar a una de sus dos hijas. Desde que emite la primera nota, su timbre plateado, radiante y su espontánea comunicatividad nos atrapan sin posibilidad de escape. Imponente la voz del bajo George Hann como Conde Waldner.
1955 Rudolf Kempe. Eleanor Steber (Arabella), George London (Mandryka), Hilde Güden (Zdenka), Brian Sullivan (Matteo), Ralph Herbert (Conde Waldner), Blanche Thebom (Adelaide), Roberta Peters (Fiakermillli) Orquesta del Metropolitan Opera. Grabación en directo Nueva York.
La excelsa soprano americana Eleanor Steber, una especie de soprano assoluto, protagoniza esta edición tomada en vivo en el MET de Nueva York y cantada en inglés. A la batuta un gran straussiano como Rudolf Kempe, que con una orquesta tan limitada como era la del MET de esos años, logra una apreciable labor, fluida, pulidísima, refinada y atenta al detalle. La Steber muestra una voz homogénea donde las haya, extensa y equilibrada de registros. Impecable la emisión, siempre liberada, así como el control y el dominio del pasaje con agudos perfectamente proyectados, con punta y expansión, producto todo ello, de una técnica inatacable. El canto irreprochable, apoyado en un fraseo siempre compuesto y de alta clase, pero como intérprete resulta distanciada y un tanto genérica, ayuna de calor y temperamento. Fabuloso el Mandryka de George London, imponente el material, robusto, caudaloso y viril donde los haya, así como su inmensa personalidad y directo impacto sobre el oyente.
1957 Georg Solti. Lisa della Casa (Arabella), George London (Mandryka), Hilde Güden (Zdenka), Anton Dermota (Matteo), Otto Edelmann (Conde Waldner), Ira Malaniuk (Adelaide), Mimi Coertse (Fiakermilli). Orquesta Filarmónica de Viena. Sello DECCA.
Como tantas otras, la primera grabación oficial de Arabella llegó de mano del mítico productor de la DECCA, John Culshaw, quien, en sus memorias, relata el ambiente un tanto caldeado de las sesiones de grabación a causa del enfrentamiento entre Lisa della Casa y Hilde Güden. Ello no impidió, o quizás contribuyó a ello, que se lograra una cima discográfica. Con la bellísima soprano suiza Lisa della Casa encontramos uno de esos casos de identificación total entre artista y personaje. De cantar su hermana Zdenka, pasó ya en los 50 a afrontar el papel titular, que paseó por todo el mundo, especialmente en Viena. La Arabella de antes, de ahora y de siempre. Si esplendoroso, bellísimo y plateado era el timbre, de un esmalte y homogeneidad deslumbrantes, con graves bien apoyados, nunca exagerados ni falseados, centro bien nutrido y agudos luminosos, prodigiosa era su línea de canto, de un fraseo cuidadísimo, a la vez refinado y variado, alumbrado por una clase y fantasía inmensas. Como intérprete, nadie ha dado como ella con la esencia del personaje de Arabella, humanísima, con toques de ironía, incluso de frivolidad, también de melancolía, apoyada en una comunicatividad, espontaneidad y naturalidad desbordantes. Ni rastro de cursilería, dejes relamidos, expresiones calculadas «como mirando pensativa al infinito», que constituyen el gran error y trampa del personaje. La Arabella de Lisa della Casa constituye todo un hito en la historia de la interpretación operística. Estupendamente acompañada la gran soprano por un magnífico reparto encabezado por el estupendo Mandryka de George London, dueño de una voz rotunda, ancha, voluminosa, extensa, que se pasea sin problemas por la complicadísima tesitura del papel, propia de bajo-barítono con grandes exigencias en los extremos de la tesitura. Rodolfo Celletti equiparaba a la soprano Hilde Güden con un violín y el que lo dude, puede comprobarlo en su referencial Zdenka, pródiga en sonidos de una belleza, afinación y luminosidad asombrosas. Un lujo del Matteo de Anton Dermota y muy apropiados Ira Malaniuk y Otto Edelmann como el matrimonio Waldner. El joven Solti muestra todo su ímpetu, fuerza tetral, pulso y sentido narrativo en una muy tensionada dirección al frente de la rutilante Filarmónica de Viena, siempre oficiante de las esencias straussianas. Con los años, el maestro ganará en capacidad analítica, en asiento y se permitirá abandonarse en los detalles orquestales y arabescos de las inspiradísimas melodías que trufan esta ópera. Así lo demostrará en su producción televisiva de 1977.
1973 Wolfgang Rennert. Montserrat Caballé (Arabella), Siegmund Ninsgern (Mandryka), Oliviera Miljakovic (Zdenka), Kurt Moll (Matteo), René Kollo (Conde Waldner), Ira Malaniuk (Adelaide). Orquesta de la RAI de Roma. Interpretación radiofónica desde el RAI Auditorium del foro Itálico publicada por diversos sellos.
Montserrat Caballé estrenó Arabella en España el 7 de enero de 1962 en lo que fue su debut Liceístico y un vehículo perfecto para demostrar su categoría de straussiana. Xavier Montsalvatge en su crítica publicada en La Vanguardia dos días después, afirmaba que «dando a conocer Arabella, el Liceo cumplió con su más alta misión de divulgación musical» y destacaba el triunfo de la Caballé, formada en el Conservatorio del Liceo que llegaba avalada por éxitos en el extranjero y que elegía para presentarse ante su público una obra nada fácil e inédita en España. «Durante años fui una cantante mozartiana y straussiana» ha recordado a veces la ya legendaria soprano. Este registro recoge una interpretación radiofónica de la RAI de Roma dirigida con oficio, ya que no inspiración, por Wolfgang Rennert, que también «deja hacer» a la diva, al mando de una orquesta lejos de la excelencia y poco afín a este repertorio, pero que cumple. El privilegiado material de la diva española, patricio, nobilísimo, de una claridad, nitidez, belleza, riqueza y personalidad tímbrica milagrosas, se encontraba en su ápice en 1973. Richard Strauss, aún en sus obras más dramáticas, violentas y con orquestaciones abrumadoras, abominaba de las voces pesantes, duras y opacas. Difícil encontrar mayor ductilidad, emisión más blanda, casi líquida, que la de la Caballé, capaz de un legato de ensueño y un dominio único de la regulación del sonido apoyado en un fiato inacabable. En fin, un control absoluto de la respiración y producción del sonido (siempre de una belleza subyugante), que le permite recrearse en ataques y filados de ensueño, abandonarse ad libitum en las mágicas melodías straussianas de esta ópera. El monólogo y vals del acto primero, las frases del dúo del segundo con Mandryka o la escena final se convierten en monumentos al más prodigioso vocalismo, al hechizo del canto en su más pura expresión, así como de la belleza vocal en todo su esplendor. Perceptibles toses y estornudos de la gran soprano denotan que debía estar resfriada, lo cual no se nota en su excelsa prestación vocal, más allá de alguna nota forzada especialmente en la escena final. Ante tal exhibición vocal, en el aspecto interpretativo sólo encontramos el lado más lánguido y melancólico de Arabella. Recio el siempre profesional barítono Siegmund Ninsgern en un Mandryka más bien rudo y monocorde, pero eficaz. Pésima Olivera Miljakovic como Zdenka, pródiga en sonidos calantes, fijos, hirientes, en fin desafinaciones por doquier, que molestan bastante el canto de la protagonista en el dúo del acto primero. Bella voz y juvenil desenvoltura la de René Kollo como Matteo. Un lujo Kurt Moll como Conde Waldner.
1977 Wolfgang Sawallisch. Julia Varady (Arabella), Dietrich Fischer-Dieskau (Mandryka), Edith Mathis (Zdenka), Josef Hopferwieser (Matteo), Kurt Böhme (Conde Waldner), Hertha Töpper (Adelaide). Orquesta de la Opera Estatal de Baviera. Grabación en vivo Munich publicada por diversos sellos.
1981 Wolfgang Sawallisch. Julia Varady (Arabella), Dietrich Fischer-Dieskau (Mandryka), Helen Donath (Zdenka), Adolf Dallapozza (Matteo), Walter Berry (Conde Waldner), Helga Schmidt (Adelaide). Orquesta de la Opera Estatal de Baviera. Sello Orfeo y EMI
La magnífica soprano Julia Varady deja una muy apreciable interpretación de Arabella y constituye el máximo aliciente de estas dos grabaciones, ambas dirigidas por Wolfgang Sawallisch en su época como titular en Munich de la Opera Estatal de Baviera. La primera procede de una representación en vivo y la segunda es una grabación de estudio en la que repiten los dos protagonistas, el matrimonio Varady-Fischer Dieskau. La Varady luce su timbre bello y singular, especialmente en la zona centro-aguda con notas altas de rutilante metal y penetración tímbrica, frente a una franja grave, bien es verdad, totalmente desguarnecida. El canto majestuoso, de modos siempre refinadísimos, en un fraseo pleno de variedad e intención fundamentan una interpretación, que sin la humanidad y esponteneidad de la Della Casa o la afinidad Straussiana de una Reining, compone una Arabella poco irónica y soñadora, más bien grave y un puntín adusta. Fischer-Dieskau acusa ya desgaste, el timbre, más árido, ha perdido brillo y armónicos y el canto, siempre magistral y de admirable musicalidad, ha ganado en manierismos, en un fraseo cada vez más rebuscado y de aroma intelectual, que hacen de todo punto imposible creer que estamos ante un terrateniente croata que viene del campo. Tanto Edith Mathis como Helen Donath cantan con impecable gusto y musicalidad su Zdenka, pero sus timbres resultan demasiado livianos. Wolfgang Sawallisch dirige con su proverbial competencia, sentido de la organización y buen pulso teatral, aunque sin atisbo de genialidad y echándose en falta unas mayores dosis de emoción. Resulta más vivaz y caluroso en la representación en vivo que en la grabación de estudio.
1986 Jeffrey Tate. Kiri te Kanawa (Arabella), Franz Grundheber (Mandryka), Gabriele Fontana (Zdenka), Peter Seiffert (Matteo), Ernst Guttstein (Conde Waldner), Helga Dernesch (Adelaide), Gwendolyne Bradley (Fiakermilli). Orquesta de la Royal Opera House, Covent Garden. Sello Decca
Grabación sólo recomendable a los fans de Kiri te Kenawa, a quien no se puede negar su escuela de canto, su control, magisterio en el fraseo y capacidad para regular el sonido. Tampoco el atractivo de un timbre muy particular, si bien muy justo de volumen, falto de plenitud y redondez. Sin embargo, en el aspecto interpretativo su encarnación es totalmente fallida. Una Arabella que se mueve entre el distanciamiento de Dama del imperio británico que toma el té mirando «ensoñadora» al horizonte por un ventanal y los dejes relamidos y gazmoños que constituyen el peligro siempre a evitar en este papel. Buena la dirección de Jeffrey Tate, aunque sobresale más por la capacidad de análisis, la belleza del sonido, la atención al detalle y los «nuances» tímbricos, que por la progresión dramática y la emoción. Entre los secundarios destacar a Peter Seiffert como Matteo y Helga Dernesch en Adelaide.
1963 Josef Keilberth / Rudolf Hartmann. Lisa della Casa (Arabella), Dietrich Fischer-Dieskau (Mandryka), Anneliese Rothenberger (Zdenka), Georg Paskuda (Matteo), Karl Christian Kohn (Conde Waldner), Ira Malaniuk (Adelaide). Orquesta de la Opera Estatal de Baviera.
Imprescindible esta transmisión televisiva muniquesa con una bella, impecablemente ambientada producción de Rudolf Hartmann, ya que nos permite ver y no sólo escuchar, la memorable y eterna creación de Arabella por parte de Lisa della Casa. Si es un regalo para los oídos su sonido plateado, esmaltado, siempre terso y rutilante, así como el canto rebosante de clase y musicalidad de la soprano suiza, aún lo es más poder ver su inmensa belleza, su empaque, su inagotable fascino, naturalidad y seax appeal en escena. Una creación de una inmensa humanidad de una mujer con sus momentos melancólicos, incluso irónicos, pero plena de sensatez y que tiene claro lo que quiere en la vida. Verla aparecer en la escena final arriba en la escalera con el vaso de agua es una de las escenas más impactantes y memorables de la historia del género. Para la historia. Dietrich Fischer-Dieskau no resulta muy creíble como terrateniente rural, que aún no se ha quitado el pelo de la dehesa, ni tampoco su canto, siempre tan calculado, tan sofisticado, definitivamente manierista, contribuye a ello. Pero no es menos cierto, que siempre es un placer escuchar tal derroche de musicalidad, de matices, un fraseo de orfebrería. Impagable la escena en que Mandryka baila en el acto segundo la danza folklórica de su tierra. De notable nivel, bien construida, correctísimamente concertada la labor de Keilberth, aunque sin el plus de inspiración de otros. A destacar entre el resto del reparto la buena Zdenka de Rothenberger, cantante siempre refinada.
1977 Sir Georg Solti / Otto Schenk Gundula Janowitz (Arabella), Bernd Weikl (Mandryka), Sona Ghazarian (Zdenka), René Kollo (Matteo), Hans Kraemmer (Conde Waldner), Margarita Lilowa (Adelaide), Edita Gruberova (Fiakermilli). Orquesta Filarmónica de Viena. Producción televisiva Unitel sello Decca.
Como ya adelántabamos al comentar la grabación de estudio de 1957, pasados veinte años, además del título de Sir, el maestro Georg Solti ha ganado en capacidad analítica, en sentido de la pausa, en ese gusto por detalle, por la filigrana tímbrica, sin perder un ápice de su incandescencia teatral y sentido de la progresión dramática. Prodigiosos matices de raiz camerística, esplendor tímbrico en un tejido orquestal siempre pulido y transparente que se abandona mágicamente a esas melodías celestiales con las que Strauss enriqueció esta ópera. Todo ello al frente de una caleidoscópica Filarmónica de Viena, que brilla con mil luces. Menos distanciada y ausente que otras veces en el aspecto interpretativo, Gundula Janowitz luce su material de muchos quilates, purísimo, bello, cristalino, radiante, amplio y homogéneo, lastrado como siempre por esos sonidos fijos por encima del pasaje. El absoluto control de su canto y el fraseo siempre exquisito brillan con todo su magisterio en esta producción televisiva. Magnífico el Mandryka de Weikl, creíble como personaje, además de bien cantado con una voz recia, viril, vigorosa y perfectamente capaz de afrontar holgadamente la tesitura. Sona Ghazarian es un leve sopranino, pero canta con gusto. René Kollo aún conservaba su timbre bello y juvenil, además de su soltura y carisma en el ingrato papel de Matteo. Un lujo los secundarios, empezando por la echadora de cartas de Martha Mödl y terminando por la deslumbrante Fiakermilli que regala Edita Gruberova. Este personaje que interviene en el baile de los cocheros del acto segundo corresponde a una soprano coloratura y contiene unas exigencias casi insuperables en cuanto a coloratura y sobreagudos. En las versiones comentadas hasta ahora, el papel estaba cortado en los registros en vivo, además de estar servido de manera muy discreta, a excepción de la cumplidora Mimi Coertse en la grabación Decca de Solti y la buena soprano ligera de ámbito americano, un tanto petulante bien es verdad, que fue la Peters en el directo del MET. En esta ocasión la Gruberova se sale del cuadro y ofrece una auténtica exhibición de sobreagudos y dominio de la coloratura propia de una técnica única y de su condición de fenómeno vocal. Un prodigio. Impecable por su buen gusto, elegancia visual y adecuación ambiental la dirección de Otto Schenk.
1984 Bernard Haitink / John Cox. Ashley Putnam (Arabella), John Brocheler (Mandryka), Gianna Rolandi (Zdenka), Keith Lewis (Matteo), Artur Korn (Conde Waldner), Regina Sarfaty (Adelaide). London Philarmonic Orchestra. Festival de Glyndenbourne.
Una breve mención a esta representación de Glyndenbourne, son el sello de nivel que siempre ofrece la casa, tanto en lo musical como en lo escénico. Un reparto muy correcto, profesional y competente pero de escasa personalidad tanto en el aspecto vocal como interpretativo. Destaca en el mismo la digna Arabella de Ashley Putnam, a la que si descontamos sus imposibles ascensos al agudo, se puede escuchar agradablemente un canto muy correcto y una actuación, si no personal y que deje huella, sí profesional. Al trabajo de Haitink, irreprochable en cuanto a organización, claridad, y factura musical y le falta emoción, calor y pulso.
1994 Christian Thielemann / Otto Schenk Kiri te Kanawa (Arabella), Wolfgang Brendel (Mandryka), Marie MacLaughlin (Zdenka), David Kuebler (Matteo), Donald MacIntire (Conde Waldner), Helga Dernesch (Adelaide), Natalie Dessay (Fiakermilli). Orquesta del Metropolitan Opera de Nueva York. Sello DG
El joven Thielemann ya demostraba su gran talento hace veinte años y es el gran aliciente de esta producción del MET donde demuestra, además, su personalidad, seguridad y dominio, -a pesar de hallarse en un recinto tan imponente y legendario- así como su gran nivel como Straussiano. Impresionante el mando con el que lleva a la orquesta del MET, ya con el estupendo nivel adquirido con los años y la etapa Levine, pero en general, una agrupación aséptica e impersonal, a la que hace sonar plenamente Straussiana, pletórica de colorido, luz y diáfanas texturas, en una dirección plena de contrastes y progresión narrativa. La situación vocal de Kiri te Kenawa respecto a su grabación de estudio se ha agravado. El timbre ha perdido tersura y brillo y suena empobrecido en gran parte de la gama. Queda su arte de canto, su musicalidad y su fraseo medido y depurado, aunque cada vez más calculado y un punto manierista, sin asomo de abandono y efusión lírica. Interpretativamente, su buen físico y personales facciones aún se mantienen ante la cámara, pero se agrava la falta de vida, de estatura humana, así como el exceso de azúcar y afectación de su encarnación. Buen Mandryka el del hoy un tanto olvidado Wolfgang Brendel, un gran profesional dueño de un buen material, timbrado, viril, caudaloso, extenso y que resulta verosímil y comprometido en el aspecto dramático, a despecho de un punto de rudeza en su canto. Imposible no hacer mención al lujo que supone la Fiakermilli de Natalie Dessay que, carismática y arrolladora en un estado vocal exultante (dentro de su calibre de soprano ligera), pasea su dominio total de la terrible escritura y su personalidad en escena, convirtiendo en memorable su intervención del acto segundo. El regista Otto Schenk repite su buena labor de la producción televisiva de 1977 aprovechando el gran escenario del MET en un espectacular acto segundo (baile de los cocheros).
2007 Franz Welser-Möst / Götz Friedrich Renée Fleming (Arabella), Morten Frank Larsen (Mandryka), Julia Kleiter (Zdenka), Johan Weigel (Matteo), Alfred Muff (Conde Waldner), Cornelia Kallisch (Adelaide), Sen Guo (Fiakermilli). Orquesta de la Opernhaus de Zurich. Sello DECCA
La soprano estadounidense Renée Fleming, una de las divas de los últimos años, ha brillado especialmente, además de la ópera francesa (Thaïs, Manon, Salome de Hérodiade…) en repertorio de Mozart y Strauss. Del genio bávaro, los papeles de soprano lírica plena como la Mariscala de Rosenkavalier, Arabella, Ariadne, la Condesa de Capriccio, además de, por supuesto, los cuatro últimos lieder han sido vehículos adecuados para su bello timbre y depurada escuela de canto. Este DVD procedente de Zurich, año 2007, inmortaliza su retrato de Arabella, un personaje que Fleming estrenó en Houston en 1998 y se antoja solo recomendable para los seguidores de la diva norteamericana. Le pude ver su interpretación de este papel en París 2012 y aprecié una cantante ya en decadencia, reservona y que sólo brilló en la escena y vals del primer acto y el Final. Este vídeo permite apreciar los modos intepretativos de la Fleming madura. Una patente vulgaridad de origen, que la soprano ha intentado sofisticar -sin conseguir borrarla del todo- de tal manera, que ha evolucionado en afectación y amaneramiento. En lo vocal, eso sí, la musicalidad, el cuidado de la línea de canto y la finura de su fraseo, un punto alambicado, se imponen y la diva norteamericana no deja pasar momentos tan bellos como el dúo con Zdenka, la escena y vals, ambos del acto primero, así como el gran dúo con Mandryka del segundo capítulo y la maravillosa escena final. El timbre, algo mermado, aún suena bello y personal, especialmente la zona centro-primer agudo y el fraseo, siempre refinado, muy calculado, no siempre sortea la amenaza del amaneramiento, pero no se le puede negar su personalidad. Como intérprete, una Arabella de miradas al infinito (que consagra la foto de la parte posterior del DVD), escasamente espontánea, más bien afectada, pero a la que no se puede negar cierto carisma y, a estas alturas, incluso un punto de encanto. A su lado, un Mandryka impetuoso, quizás demasiado, el del barítono danés Morten Frank Larsen, de timbre gutural, claro y sano, pero con escaso respaldo técnico, de lo que es buena muestra una zona aguda resuelta “de cualquiera manera” a base de sonidos abiertos, duros y esforzados. Su fraseo carece de interés. Impecable la pareja de los Waldner a cargo de Cornelia Kallisch y un Alfred Muff, recio y robusto. Julia Kleiter canta bonito, quién lo duda, pero su timbre es modestísimo desde cualquier punto de vista y demasiada su limitación en la zona alta, por lo que no logra dotar de relieve a su Zdenka. Un tanto mecánica y de timbre anónimo la Fiakermili de Sen Guo, pero las da todas y cumple con las exigencias de coloratura y sobreagudo. Dirección musical indudablemente refinada y elegante por parte de Frank Welser-Möst, que expone, radiante y transparente, la depuradísima orquestación straussiana, pero se echa en falta un punto de pulso narrativo y tensión teatral. La producción del gran Götz Friedrich, que en su día estrenaron Cheryl Studer y Wolfgang Brendel, se aleja de los fastos visuales y no añade especial gloria a su carrera, pero tampoco se la quita, pues permite seguir la obra adecuadamente, con suficiente coherencia, dinamismo y un cuidado movimiento escénico.
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