Crítica de la ópera Arabella de Richard Strauss en el Teatro Campoamor de Oviedo
Cuando Arabella es fea
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
Oviedo. Teatro Campoamor. 19-XI-2024. Arabella (Richard Strauss). Jessica Muirhead (Arabella), María Hinojosa (Zdenka), Christoph Seidl (Conde Waldner), Carole Wilson (Adelaide), Heiko Trinsinger (Mandryka), Jihoon Son (Matteo), Vicenç Esteve (Conde Elemer), Guillem Batllori (Conde Dominik), Javier Blanco (Conde Lamoral), Cristina Toledo (La Fiakermilli), Claudia Schneider (La tiradora de cartas), Carlos Mesa (Welko), Ángel Simón (Cartero). Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo). Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Dirección musical: Corrado Rovaris. Dirección de escena: Guy Joosten.
La Temporada de ópera de Oviedo continúa con la puesta en escena por primera vez en el Teatro Campoamor de Arabella, ópera poco transitada de Richard Strauss estrenada en Dresde en 1933. La producción proviene del Aalto-Musiktheater Essen donde se estrenó en 2022 bajo la dirección escénica de Guy Joosten, ya conocido en la capital asturiana por trabajos anteriores como Werther (2012), Le nozze de Fígaro (2015), Rigoletto (2017), Pagliacci y Una tragedia florentina (2019) y que regresa a pesar de sus discutibles propuestas.
Una vez más Joosten demuestra lo poco que le importa la comodidad de los intérpretes haciéndoles cantar en circunstancias ridículas, posiciones nada cómodas -en esta ocasión en equilibrio sobre una cama inclinada-, y continúa mostrando innecesarias escenas sexuales de una ordinariez acorde con el mal gusto de la puesta en escena que ahora nos ocupa. También desatiende las acotaciones del libreto original de la obra sin ni siquiera dejar traslucir la idea primigenia. La obra transcurrió en su acto inicial en una destartalada habitación de un decrépito hotel en lugar de la original “habitación lujosamente decorada” y en el acto central ni un atisbo del salón de baile de los cocheros con el que podría haber deslumbrado al público -un “suntuoso salón de baile con parejas bailando y vestidos de etiqueta” describía Hugo von Hofmannsthal en su libreto-, bien al contrario, allí no había ni carnaval, ni carruajes, ni cocheros, sino ¡cochinos!, de esta guisa hizo “lucir” a los tres condes pretendientes de Arabella en la supuesta noche de gala, con máscaras porcinas al estilo del cerdito Porky de los dibujos animados de Looney Tunes en lo que parecía una versión esperpéntica de “Los tres cerditos”. Simplemente se sustituyeron la cama y un par de butacas de la habitación por una larga mesa de comedor aderezada por un corzo, tal cual, recién cazado, y una enorme tarta de varios pisos de la que salía una suerte de stripper, que se supone representaba a la reina del baile de la obra original.
De paso, Joosten nos regaló largos minutos de ruido infernal con los brusquísimos movimientos tras el telón por la retirada y colocación de los diferentes enseres ¡durante todo el aria de Arabella del final del primer acto!, al empeñarse en ofrecer sin solución de continuidad los dos primeros actos, haciendo además que el público tuviera que permanecer en sus asientos casi dos horas seguidas, antes de la pausa previa para el tercer acto.
Incluso el belga se atreve a cambiar el final feliz de la hermana de Arabella de la obra original haciendo que Matteo la deje plantada en el último minuto. El vestuario de Katrin Nottrodt un sinsentido, a juego con la obra, cierto es. Jessica Muirhead en el rol protagónico actuó a buen nivel dando muestras de una bonita voz con abundantes recursos expresivos, al igual que María Hinojosa en el papel de la hermana pequeña y disfrazada de hombre, Zdenka; ambas fueron las triunfadoras de la noche, destacando su dúo del primer acto. Heiko Trinsinger fue Mandryka -ataviado de cazador harapiendo durante toda la obra- y no pudo lucir todas sus cualidades canoras al verse sobrepasado constantemente por una OSPA, bajo la dirección de Corrado Rovaris, descontrolada en volumen en casi todas las intervenciones del barítono alemán en una version general de la obra plana y de poco interés. Cristina Toledo interpretó el papel de una stripper de lo más vulgar (La Fiakermilli) con unas intervenciones chillonas y estridentes en sus constantes coloraturas, con momentos en extremo soeces con Mandryk. El surcoreano Jihoon Son dio vida a Matteo con una voz homogenea y con volumen mientras que Christoph Seidl como Conde Waldner -al que ni se molestaron en caracterizar con edad suficiente para ser el padre de la protagonista- actuó adecuadamente, al igual que su esposa en escena, Carole Wilson. Correcto el resto del reparto.
Fotos: Iván Martínez
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