Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
The inner child. Schumann, Debusyy, Mompou y Ravel. Antonio Oyarzabal, piano. Orpheus Classical, 2017.
La infancia ha sido, es y será fuente de inspiración para gran cantidad de creadores de todas las artes y corrientes estéticas. La pintura, el cine y la fotografía han estudiado minuciosamente el mundo infantil, y la música tiene también su particular espacio dedicado a la reflexión sobre esa extraña, borrosa, en ocasiones cruel pero muchas veces añorada etapa –desde nuestra perspectiva de adultos– del inicio de nuestra vida. El joven sello discográfico español Orpheus Classical acaba de lanzar al mercado un nuevo fonograma que, bajo el título de «The inner child», pretende reunir cuatro de las grandes obras pianísticas inspiradas en el mundo de los niños: las «Kinderszenen» de Robert Schumann, el «Children’s corner» de Claude Debussy, las «Escenas de niños» de Federico Mompou, y la suite «Ma mère l’oye» de Maurice Ravel.
El pianista bilbaíno Antonio Oyarzabal es el encargado de interpretar estas cuatro hermosas páginas de la literatura para piano y es de justicia reconocer su gran trabajo. Oyarzabal se enfrenta a un repertorio ampliamente abordado por pianistas de prestigio internacional, pero no por ello agotado en sus posibilidades. En la música, y más en ésta, siempre queda algo que decir, y el bilbaíno sabe cómo expresar sus ideas. Su interpretación deja entrever una visión meditada y reflexiva de unas obras que, pese a su aparente inocencia infantil, esconden dificultades musicales que demandan del intérprete una mente imaginativa y unos recursos sólidos. Muestra de ello son las Escenas de niños op.15 de Schumann, colección de trece delicadas miniaturas que constituyen, además de un muestrario de visiones del amplio mundo de los juegos y el sentir de los niños, todo un catálogo de la escritura pianística del compositor alemán. La interpretación que hace Oyarzabal no se queda sólo en lo correcto, no se trata de una simple realización de la obra; es lúcida, tierna y sincera, y merece sin duda la atención del oyente. Sirva como ejemplo la dulzura con la que desgrana los compases de «Träumerei», séptimo número del ciclo, que demuestra que nos encontramos ante un pianista de gran sensibilidad.
Quizá sea la colección de piezas «Children’s corner» de Debussy la página más colorista de las que integran esta grabación. Múltiples caracteres salen a escena en estas breves visiones de la infancia que el francés escribió en 1908: juguetes, muñecos, escenas bucólicas e irónicas lecciones de piano se dan cita en esta maravilla en miniatura que Oyarzabal sabe gestionar con acierto, exhibiendo la mezcla justa de picardía, candidez y emoción que exige la partitura de Debussy. Si pudiera abstraerme completamente y escribir sobre la música por lo que es, diría que la interpretación que Oyarzabal realiza de las «Escenas de Niños» de Federico Mompou es delicada y de gran expresividad –aunque, en general, menos conseguida que el resto de obras del disco–. Y esa es, en efecto, mi opinión. No obstante, no puedo dejar de comentar un asunto que Orpheus Classical no debería seguir pasando por alto en sus grabaciones, y digo “seguir pasando por alto” porque es algo que he detectado con anterioridad en otros de sus lanzamientos –y que me ha llevado a no comentarlos, en contra de lo que yo hubiera deseado–. Me estoy refiriendo a la afinación del piano. Verdaderamente confío en que en Orpheus acepten esto como lo que es, un comentario amistoso más que un reproche, y que lo tomen en consideración para futuros proyectos. No es la primera vez que detecto errores de afinación en los pianos con los que graban. Durante una sesión de grabación medianamente seria, un técnico afinador debe estar presente y retocar el piano al menor indicio de desajuste. Naturalmente se trata de desajustes leves; sólo son algunas notas aisladas, pero hacen desmerecer el gran trabajo del pianista y de los técnicos de sonido. Por favor, no dejen que esto siga pasando en los trabajos que publiquen de ahora en adelante. Recuerden que, lo que hagan o dejen de hacer quedará registrado para siempre.
Cuando Ravel escribió «Ma mère l’oye», sólo dos años después de que Debussy terminara el «Children’s corner», lo hizo con los niños en mente. Concretamente, con los hijos de sus amigos Ida y Cipa Godebsky y, por ello, creó la obra en su forma original como una suite para piano a cuatro manos, de modo que los dos hermanos pudieran interpretarla juntos. No obstante, el mismo año de su creación, Jacques Charlot se encargó de transcribirla para piano a dos manos y facilitar su interpretación por un único pianista. La versión para un solo pianista que incluye la grabación de Oyarzabal es menos rica en texturas que la original, pero permite disfrutar igualmente del increíble ingenio raveliano. El pianista bilbaíno sabe extraer de la obra todas sus sonoridades multicolor y hacer llegar al oyente el sentimiento infantil que reside en cada uno de sus cinco movimientos. Aún así no podemos evitar preguntarnos si no habría sido posible encontrar, en el inmenso laberinto de la literatura pianística, otra obra escrita originalmente para piano a dos manos, evitando así caer en la necesidad de recurrir a transcripciones.
En definitiva, estamos ante una grabación que desde el plano técnico es ampliamente mejorable pero que nos ofrece un contenido musical realmente interesante, tanto por las obras incluidas como por la forma en que Antonio Oyarzabal nos las presenta. Estamos ante un pianista a tener en cuenta en el panorama nacional, que podría trazar una trayectoria de gran interés si continúa trabajando duro y madurando sus interpretaciones.
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