Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 6-X-2017, Auditorio Nacional. Temporada OCNE. Enrique Rueda: Sonata para orquesta “Homenaje a Beethoven”. Richard Strauss: Burlesque en re menor. Gustav Mahler: Sinfonía nº 1 en re Mayor, “Titán”. Daniil Trifonov, piano. Orquesta Nacional de España. Director: Antonio Méndez.
Si bien constan mayores muestras de afecto por parte de Gustav Mahler a Richard Strauss que al contrario, puede decirse que los dos grandes compositores del postromanticismo germanico mantuvieron una relación, si no de gran amistad, sí de respeto y reconocimiento mutuo. En este cuarto concierto de la temporada de la Orquesta Nacional de España pudieron escucharse dos obras de juventud de ambos genios precedidas de una creación contemporánea Sonata para orquesta. Homenaje a Beethoven, obra de 1999 de Enrique Rueda (nacido en 1963), quien ha revisado la obra para esta ocasión y que armoniza perfectamente con dichas creaciones, toda vez que su lenguaje es claramente romántico y con la que el autor pretende rendir honores al mayor sinfonista de todos los tiempos. La interpretación de Méndez fue rotunda a la vez que bien organizada con una Orquesta Nacional pletórica en los tutti y clímax orquestales.
El Burlesque en re menor (1886) se suele considerar el concierto para piano y orquesta de la creación Straussiana, quien a los 21 años plasma, al mismo tiempo, el ápice de su admiración por Brahms junto con la cada vez mayor por Wagner. Las calidades en la orquestación de quien fue uno de los más grandes en esta faceta ya están presentes y la dificultad suprema de la pieza llevó al destinatario de la misma Hans von Bülow a rechazarla, con lo que la obra no se estrenó por parte de Eugene d’Albert hasta 4 años después de su composición. La ardua escritura para el piano, que en muchos momentos comparte protagonismo con los timbales, no fue obstáculo para Daniil Trifonov, siempre dominador ante las escrituras más endiabladas con esa exuberancia de sonido, esa rapidez y dominio en la digitación, así como la energía en la exposición que le caracterizan. Todo ello en perfecta combinación con la batuta, que supo extraer esas muestras de la incipiente categoría como orquestador del músico bávaro.
Mahler efectuó diversas revisiones a su primera sinfonía, estrenada en principio en 1889 hasta su versión final de diez años despúes, llegando incluso a retirar el título de Titán que, a pesar de todo, se ha conservado para la posteridad. Y desde luego, es apropiado, puesto que estamos ante una de las más grandes sinfonías no sólo de su autor, sino de toda la historia y, por tanto, una gran piedra de toque para cualquier director músical. El joven mallorquín Antonio Méndez, que ya firmó un buen concierto la pasada temporada en sustitución de Josep Pons, demostró su talento y buenas perspectivas de cara al futuro. Desde el primer acorde y con una espera previa para lograr el silencio y concentración adecuados intentó plasmar ese misterio del fascinante comienzo, pero las infernales toses del público se empeñaron en desbaratarlo. Sin embargo, pudieron apreciarse ya en ese primer movimiento, el sentido de la construcción, la adecuada plasmación de los clímax, así como el poderío sonoro y la apropiada exposición de los planos orquestales. El sentido del ritmo en el scherzo y su atmósfera de danza popular, la solemnidad luctuosa de la marcha fúnebre combinada con los elementos burlescos del tercer movimiento, así como el espectacular clímax final del cuarto demostraron el concepto global de la obra por parte de Méndez, así como su sentido de la organización. Con el tiempo podrá, por supuesto, avanzar en el campo de la emoción, del espectro dramático, de una mayor acentuación de los contrastes mahlerianos, así como en resaltar su rica orquestación con una mayor paleta de colores, pero, desde luego, que Méndez demostró que tiene talento y un gran futuro por delante. Hay que felicitarse por ello. A gran nivel la Orquesta Nacional con unas maderas sobresalientes y justamente ovacionadas, así como felicitadas por el director, una cuerda empastada y vigorosa, pero también flexible y capaz de gradaciones dinámicas y unos metales brillantes y seguros que culminaron un gran final del cuarto movimiento con las trompas en pie como es tradición.
Foto: Rafa Martín
Compartir