Por F. Jaime Pantín
Oviedo. Teatro Filarmónica. 9/II/16. Sociedad Filarmónica de Oviedo. Antonio Baciero, piano. Obras de Bach
El concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Oviedo el pasado martes suponía el reencuentro con Antonio Baciero, pianista de excepción muy vinculado a Asturias por sus numerosas y memorables actuaciones -sobre todo en la Filarmónica de Gijón, donde se le podrá escuchar la semana próxima- y que volvía a Oviedo tras un dilatado y realmente inexplicable lapso de tiempo.
El recital, dedicado íntegramente a la música de Juan Sebastián Bach -una de las especialidades de Baciero, aunque no la única- permitió apreciar el excelente momento artístico de un músico que, casi octogenario, mantiene prácticamente intactas las virtudes que le convirtieron en pianista de culto de varias generaciones de selectos conocedores del mundo del piano.
Escuchar el Bach de Baciero continúa siendo, después de tantos años, una de las experiencias de audición pianística más interesantes que se puedan experimentar. Expresiones del tipo “adecuación estilística”, “idiomatismo”, “interpretación históricamente informada” y otras semejantes, tan en boga hoy en día, pierden toda razón de ser ante un pianista que trasciende de lo estrictamente académico, del estilismo de manual o de la moda de turno para mostrar un Bach verdaderamente auténtico y personalísimo, consecuencia de la elucubración de una mente privilegiada que aúna el conocimiento profundo, el rigor y la fantasía con una técnica pianística de orden superior y un respeto y amor infinitos por esta música.
La Suite francesa nº 4 que abría el recital fue abordada por Baciero desde el intimismo sonoro, con fluidez dinámica constante que no sobrepasa el ámbito del pianísimo hasta el final de la obra, una giga de carácter claramente extravertido. La Suite es expuesta de un solo trazo, con apenas pausa entre las diferentes piezas -como si de un largo y unívoco discurso se tratara-, bajo el signo de la calidez y concepción armónica que Bach parece buscar ya desde una allemande con mayor vocación de preludio-“intonazione” que de danza propiamente dicha.
La Chacona en re menor con la que culmina la Segunda partita para violín solo es comúnmente reconocida como una de las obras más impresionantes que se han escrito nunca. Un verdadero tombeau donde confluyen muchos aspectos esenciales del alma humana a través de una música de belleza aterradora, una de las más dignas de ser tocadas. Es comprensible que las versiones, transcripciones y adaptaciones para instrumentos diversos hayan proliferado a través de los tiempos. Una de las más conocidas es la realizada por Ferruccio Busoni, elegida por Baciero en esta ocasión. Se trata de una transcripción claramente romántica en su concepción instrumental, en la que muchos pianistas fracasan en un vano intento de amplificar por la vía de la ampulosidad una música que tan sólo se explica por sí misma.La versión de Baciero se construye sobre la lógica musical en el engarce de unas variaciones que se van sucediendo de manera muy natural, preservando siempre la presencia de la idea matriz, con pocas fluctuaciones agógicas y exquisita transparencia polifónica. La nobleza, el patetismo, la humildad, el dolor, la ternura y la aceptación serena del destino parecen estar por encima de otros aspectos puramente externos y el pianista plasma así una versión con todo el sabor de la autenticidad.
Culmina el recital con la impresionante Sexta partita en mi menor, obra que bien pudiera constituir un resumen de toda la retórica tecladística bachiana y que para Baciero pudiera resumir también toda una vida de estudio y devoción hacia esta música. Más que ninguna otra suite de Bach, esta Partita muestra una fuerte cohesión ideológica y parece avanzar hacia lo inexorable, desarrollándose en un constante clima de densidad y concentración expresiva de signo sombrío. Imposible detallar todos los aspectos de una versión impresionante desde cualquier punto de vista, que ya desde el arranque de la Toccatta se vislumbra como trascendente. Destaquemos la belleza enigmática de la Courante, cuya línea sincopada y ondulación quasi flautística permanente fueron traducidas por Baciero con un toque de sutileza máxima, un non legato lleno de expresividad y claridad cristalina, o el lirismo emocionado con el que desarrolla una Zarabanda que por momentos parece retrotraernos al mundo del ricercare, o su ya inolvidable inmersión en esa Giga implacable con la que culmina la obra, con ese tema entrecortado que, construido sobre la alternancia de dos séptimas avanza hacia un final paroxístico que Baciero retiene deliberadamente, llevando al límite la tensión dramática. Un Bach de calidad suprema, único, hondo, austero a veces hasta lo ascético pero que nunca renuncia a lo sensorial y tras el cual se adivina el trabajo de toda una vida de búsqueda, investigación, humildad y autenticidad.
En una época de confusión cultural, donde impera la superficialidad y en la que la presión mediática contribuye a asignar un valor estético a lo que muchas veces es vulgar excentricidad, la presencia de un músico como Antonio Baciero se agiganta. Ojalá haya todavía muchas ocasiones para continuar escuchando su música.
Compartir