Crítica de Alba María Yago Mora del concierto de la Orquesta de la Comunidad Valenciana en el Palau de les Arts «Reina Sofía», bajo la dirección de Antonello Manacorda
Excelente y revitalizante interpretación
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 24-III-2023. Palau de Les Arts Reina Sofía. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana. Director: Antonello Manacorda. Obras de M. Palau, C. Debussy y H. Berlioz.
Antonello Manacorda volvió el pasado viernes a Les Arts, dos años después de su debut en el podio valenciano, para ponerse de nuevo al frente de la Orquesta de la Comunidad Valenciana y del Coro de la Generalitat. El italiano acudió de nuevo a Debussy y Berlioz -con los que ya causó sensación en 2021- y sumó a su repertorio al que fue pupilo de Ravel y Koechlin: el valenciano Manuel Palau, influenciado por el estilo francés de la época.
Homenaje a Debussy, de Palau, es una pieza orquestal de corta duración que actuó como preámbulo ideal de la velada, una soirée dedicada a la sonoridad francesa del siglo XIX y principios del XX. Compuesta tras un viaje a París once años después de la muerte del prestigioso compositor francés, pudimos escuchar la infinidad de guiños a la tradición española que esta pieza contiene -y es que, por momentos, hubo sospecha de si se trataba de un homenaje a Falla…-.
La orquesta hizo una distendida lectura de los Nocturnes de Debussy, obra encargada de finalizar la primera parte del concierto. Su interpretación rezumó calidad, desde el extraordinario refinamiento y precisión de la interpretación, hasta el ritmo inmaculado en cada uno de los tres nocturnos. El sonido de la agrupación valenciana logró proyectar una gran profundidad, aunque sin llegar a desmentir la neblina que a menudo sugiere la partitura de Debussy. Manacorda transmitió vívidamente el sabor del aire quieto y crepuscular y el movimiento majestuoso pero pausado de las nubes en Nuages, cuya serenidad fue resaltada maravillosamente por el corno inglés de Ana Rivera. En Fêtes se consiguió una singular frescura y vivacidad. Las trompetas, sordas y quejumbrosas, contribuyeron a crear una impresión convincente de distancia. La concepción de Sirènes fue realmente conmovedora. Aquí, la dinámica del conjunto se escalonó de manera cuidadosa pero de forma muy natural, y las texturas de las voces y los instrumentos se mezclaron de manera sublime. Las mujeres del Coro de la Generalitat lograron personificar ese mar misterioso y seductor, sonando absolutamente maravillosas, con un canto ferviente y concentrado, creando de esta manera un final particularmente hermoso. El italiano consiguió una excelente, lúcida y fresca versión de este tríptico sinfónico inspirado en los paisajes de los cuadros del pintor impresionista James McNeill Whistler.
La segunda parte del concierto la ocupó una más que esperadísima Sinfonía fantástica de Berlioz. Esta sinfonía programática no es solo una de las obras verdaderamente icónicas del período romántico, sino que es además una de las piezas más desafiantes del repertorio tanto para el director como para la orquesta, que ofrece una amplia gama de opciones interpretativas y requiere una brillantez virtuosa, garbo, sutileza y ritmo magistral. Todo un desafío. El maestro abordó la partitura con un dinamismo simpático, un entendimiento de que Berlioz era algo así como un hombre salvaje de la música, mercurial y caprichoso. Los ‘Ensueños y pasiones’, a pesar de su vigor al final, transmitieron una fuerte convicción espiritual. El segundo movimiento, Un baile, que describe una bola en la que el joven capta un destello de su amada, se benefició del énfasis del italiano en los contrastes de la música. Sin distorsionarla, el director capturó todo el brillo y la seducción del baile, y el breve y tentador vistazo del héroe a su amada. En la Escena campestre -un largo y lento Adagio- la música dio un giro repentino. Aquí, el que fue concertino de la Mahler Chamber Orchestra, se las arregló para hacer que la música fuese más atractiva, aunque no consiguió que por momentos pareciese arrastrarse o regodearse en demasiado sentimiento. Logró, eso sí, un tono nostálgico y melancólico. Finalmente, llegamos a los dos movimientos que más les gustan a los audiófilos porque rebosan de mucha energía vigorosa y floritura orquestal. Fueron ideales para presumir de cuerda de fagotes. Manacorda generó cierta electricidad genuina en estos movimientos. Su descripción fue profundamente conmovedora, más que alegre o cómica, y además, produjo una logradísima visión aterradora del infierno. El trabajo mutuo tuvo como fruto una excelente y revitalizante interpretación de esta especie de psicodrama en cinco movimientos, en el que el italiano sacó a relucir su pasión y adrenalina, pero también la añoranza, la tristeza y el alma.
Fotos: Mikel Ponce
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