Por Alejandro Martínez
13/10/2014 Madrid: Teatro de la Zarzuela. Ciclo de Lied del CNDM. Anna-Caterina Antonacci, mezzosoprano. Donald Sulzen, piano. Obras de Orff, Respighi, Tosti, Poulenc, Ravel y Falla.
Anna-Caterina Antonacci, antes que una gran cantante, es una gran actriz trágica. Su vocalidad, fronteriza en realidad entre los márgenes de la soprano y la mezzo, le predispone a un canto hecho de acentos, plegado a la palabra y ligado a un gesto medido y profundo. Un hacer genuinamente teatral, pues, incluso cuando se enfrenta, como fue el caso en Madrid, a un programa de lied tan dispar como el presentado en el Ciclo de Lied del CNDM en el Teatro de la Zarzuela, con piezas de Orff, Respighi, Tosti, Poulenc, Ravel y Falla. Antonacci se mostró en plena forma vocal, respondiendo sin dificultad a un repertorio que se mueve sobre todo en la franja central, con muy pocas exigencias en el agudo en esta ocasión.
La decisión de comenzar el programa con una pieza tan trágica, de duración extensa y de tan contundente efecto como el Lamento d´Arianna de Carl Orff quizá no fuera una buena idea, al situar el listón de la tragedia demasiado alto desde el primer minuto. Esta suerte de paráfrasis del lamento monteverdiano encaja como un guante a las facultades de Antonacci, que en todo caso aprovecho la dilatada exposición de esta partitura para calentar y asentar su voz para el generoso repertorio que venía después. Su Respighi fue impecable, un punto distante, pero limpio, estilizado y con un aire popular muy bien entendido. La voz Antonacci se plegó mejor de lo esperado a las melodías de Tosti, tantas veces escuchadas en el timbre luminoso y solar de los mejores tenores líricos del pasado siglo XX. Si acaso, cabe reprochar a la mezzo italiana una versión un tanto apresurada de la conocida canción L´alba separa dalla luce l´ombra, en la que se agradece un fraseo más deleitado y un crescendo más acentuado conforme avanzan las estrofas.
Antonacci se mueve muy cómoda en el repertorio francés, en esta ocasión representado por La fraîcher et le feu de Poulenc, y dos ciclos de Ravel, las Cinco melodías populares griegas y las Dos melodías hebreas. Muy redondo su Poulenc, aquí sobre textos de Paul Éluard, de impecable dicción francesa y rico en colores. Menos nos convenció la intérprete, sin embargo, en los dos ciclos de Ravel, donde la variedad de acentos que se demanda es mayor, cosa que Antonacci no logró redondear con idéntica virtud en todos los casos. Sirva de ejemplo el solemne, pero levemente impostado Kaddisch, carente de una profundidad tan auténtica y honda como la pieza atesora. Donde menos resuelta encontrados a Antonacci, sin la menor duda, fue en las Siete canciones populares españolas de Falla que cerraban el programa. Amen de la dicción, que admite un margen de perfeccionamiento y mejoría, echamos de menos una desenvoltura mayor en el acento, en esa teatralidad tan viva que Falla dispone en las siete canciones del ciclo, a su vez tan contrastadas y dispares entre sí.
La solista de Ferrara coronó su actuación con dos propinas. La primera, el “Me voglio fa´na casa” de Donizetti, paladeado con soltura, fresca y ligera la acentuación; y la segunda, el “Va, laisse couler mes larmes” que entona Charlotte en el Werther de Massenet, quizá lo más logrado de la noche, impecable de emisión, acentuación y sentimiento. Encontramos muy discreto, por lo general, el acompañamiento al piano de Donald Sulzen, falto de retórica en las piezas más trágicas, ayuno de auténtica ligereza en las piezas de Tosti y en modo alguno idiomático con Ravel, Poulenc y sobre todo Falla, al que sirvió con un sonido tosco y apresurado. Nos quedó la sensación, al final del concierto, de que el repertorio escogido por Antonacci no terminaba de cuadrar con su personalidad como artista, tan predispuesta a la tragedia (recordemos su memorable Cassandra en Les troyens) pero no tan resuelta con otros acentos más ligeros.
Foto: Benjamin Ealovega
Compartir
Sólo los usuarios registrados pueden insertar comentarios. Identifíquese.