Por Alejandro Martínez
17/12/2014 Barcelona: Palau de la Musica. Anna Netrebko, soprano. Yusif Eyvazov, tenor. Orquesta Sinfónica del Vallés. Massimo Zanetti, dir. musical. Obras de Verdi, Puccini, Giordano, Leoncavallo, Cilea,
Se presentaba por fin en el Palau de la Música de Barcelona la soprano rusa Anna Netrebko, tras haber cancelado este mismo concierto en la fecha prevista originalmente, el pasado 21 de mayo. Aquella cita contaba además con la presencia de la Orquesta Sinfónica del Liceo, bajo la batuta de Marco Armiliato, junto con el tenor Riccardo Massi. En esta ocasión, tanto por imperativos de agenda como al calor de las circunstancias sentimentales que atraviesa la soprano, ésta se presentó junto a su pareja el tenor Yusif Eyvazov y con la Orquesta Sinfónica del Valles, bajo la batuta de Massimo Zanetti. Asimismo, según se hacía constar en una hoja adjunta al programa, éste era objeto de una leve variación, al no comenzar con el “Tacea la notte placida” del Trovador sino con “Nel di della vittoria… Ambizioso spirto… Vieni!, T´afretta!”, el aria inicial de Lady Macbeth, que sustituía a su vez al previsto “La luce langue”. La soprano rusa, por cierto, ha protagonizado no pocos incidentes polémicos en los últimos meses, desde el más reciente posando con la bandera de Ucrania en el acto que daba cuenta de su donación a la ópera de Donetsk hasta su inexplicable cancelación en Múnich, al descabalgarse del estreno de una nueva producción de Manon Lescaut dirigida por Hans Neuenfels.
Hay que tener arrojo para comenzar un concierto con una escena de tanta fuerza y riesgo como el citado "Nel di della vittoria..." de la Lady Macbeth verdiana. Netrebko llegaba a este concierto en Barcelona en un estado exultante de medios, con ese timbre carnoso, un punto oscuro, esmaltado, homogéneo y con la dosis justa de mordiente.Como ya comentamos en estas páginas cuando le vimos el papel completo en Múnich, Netrebko se sostiene en este papel no tanto por lo pluscuamperfecto de su adecuación vocal a la parte como sí por la enorme carga de personalidad interpretativa con que impregna toda su entonación, verdaderamente fiera y agresiva, con un convencimiento que es en realidad el de la propia soprano, que rebasa en cierta manera los ropajes de Lady Macbeth. Y es que de algún modo Netrebko, dueña de una voz gloriosa, ha llegado a un punto en el que se pone el mundo por montera: puede elegir lo que canta, cuándo, dónde y con quién lo canta.
Continuó la primera parte con la escena inicial de Leonora en Il Trovatore, el “Tacea la notte placida”, rematado a su vez con la cabaletta, a menudo suprimida antaño, “Di tale amor che dirsi”. La Leonora verdiana le cuadra ciertamente bien a Netrebko, como ya indicásemos al hilo de las pasadas representaciones de Il Trovatore en Salzburgo. Ha afinado ciertamente la soprano rusa su manejo de la respiración, abundando en un canto spianato más rico, controlado y expresivo, con un fiato ya no tan entrecortado como en sus comienzos. Las agilidades son igualmente muy solventes para lo densa y rotunda que es su voz, no especialmente dada a estos pasajes. La primera parte se cerró con el dúo final del primer acto del Otello verdiano, en una recreación más henchida de teatralidad que verdaderamente afinada en lo vocal, como si estuviera todavía cogida con alfileres por parte de los intérpretes.
Lo mejor de la velada vendría, en todo caso, de la mano de algunas de las páginas más conocidas del verismo para la voz de una soprano lírica plena como lo es hoy Netrebko, habida cuenta de la evolución de su material durante el último lustro. Nos referimos al aria de Adriana Lecouvreur, “Io son l´umile ancella” y a “La mamma morta” de Andrea Chénier. Dos arias paladeadas a placer por la soprano, con un legato de firma genuina y con una teatralidad a flor de piel, en una de esas raras ocasiones en las que el propio sonido es ya una experiencia teatral en sí mismo, por su riqueza, por su consistencia y por su verdad. De los dos fragmentos previstos de la Manon Lescaut de Puccini, por un lado la escena en solitario “In quelle trine morbide” y por otro el dúo “Oh, sarò la più bella!… Tu, tu, amore tu”, Netrebko brilló más a nuestro entender en la primera, más medida, haciendo gala de un verismo más hecho de acentos e inflexiones que de ademanes arrebatados.
No parece de recibo que la primera propina de un concierto protagonizado por Anna Netrebko sea un Nessun dorma interpretado por su pareja el tenor Yusif Eyvazov. Digámoslo sin paños calientes: de no ser su pareja, este tenor no tendría ocasión de cantar ciertas partes en ciertos escenarios, y ahí está su agenda para corroborarlo. Su presencia en este concierto no tiene más explicación que el citado vínculo sentimental que guarda con la soprano rusa. Nos gustaría saber la cara de asombro que puso Riccardo Muti cuando se encontró con que él iba a ser su Des Grieux en Roma la temporada pasada, en el debut de Netrebko como Manon Lescaut. Y es que el timbre de Eyvazov es leñoso, con una emisión que oscila irregularmente entre una inflexión nasal y una colocación gutural; insostenible. Su forma de cantar es asimismo tosca por definición, incapaz de ligar dos o tres sonidos con dulzura, cantando como con un énfasis perpetuo. Tiene volumen y caudal, sí, pero administrados a la buena de dios y sin un respaldo técnico consistente. Ese citado e innecesario “Nessun dorma” nos pareció una osadía digna de ponerse en entredicho. Netrebko, por su parte, además de otra brillantísima lectura del aria de Adriana Lecouvreur, ofreció el aria de Rusalka, la consabida canción a la luna, paleada tan a placer que terminó por deshacer de algún modo ese ritornello interno que la convierte en un pasaje mágico. Netrebko cometió el pecado de abordarla con un exceso de extravagancia, hasta el punto de romper con el tiempo natural que la sostiene, por genial que fuese la adecuación de su material a esta partitura y por brillantes que fueran algunos sonidos y frases aisladas.
Por último, mención más que meritoria para el trabajo de Massimo Zanetti, una batuta que a decir verdad no nos ha defraudado en ninguna de las ocasiones en que le hemos visto trabajar, la más reciente una Luisa Miller en Lieja con Ciofi y Kunde. Da muestras Zanetti, siempre voluntarioso, detallista y expresivo, de una natural conexión con el espíritu de las partituras verdianas, a las que sabe aproximarse con una mezcla bien atinada de tensión y lirismo, de teatralidad encendida y belcanto más contemplativo. Consiguió una más que digna respuseta de la modesta Orquesta Sinfónica del Valles, de medios discretos aunque entregada con devoción ante la presencia casi aureolada de la soprano rusa.
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