Eugene Onegin (Tchaikovsky). Wiener Staatsoper, 22/04/2013
Desde que Anna Netrebko eclipsara las retinas de multitud de espectadores con su desbordante Traviata de Salzburgo, en 2005, de gran impacto mediático, han pasado ya algunos años y muchos nos preguntábamos por su evolución en materia de repertorio. Su voz está llamada a importantes logros en Verdi y en el repertorio ruso. De ahí que se esperase con tanta expectativa su debut como Tatiana en este Eugene Onegin de Viena que nos ocupa. El resultado ha sido espléndido. Una Tatiana vocalmente irreprochable y a la que sólo cabe demandar, con el paso del tiempo, una mayor elaboración dramática. La de Anna Netrebko es, sin duda, una de las voces más importantes surgidas en el panorama lírico desde los años noventa. Ya dedicamos algunas líneas a valorar su instrumento con motivo de su Iolanta en el Liceo. Posee una de esas voces únicas, con personalidad tímbrica, con un color reconocible, capaz de llenar el teatro con sus armónicos y la redondez de su instrumento. Éste suena cristalino, brillante y se emite con absoluta pureza, llegando al oyente con nitidez, limpio y esmaltado.
La voz flota en el teatro sin perder un ápice de presencia, homogéna, con cuerpo, presencia y proyección y manteniendo una increíble riqueza armónica. Con estas cualidades, y dado su origen ruso, parecía una voz ideal para el rol de Tatiana. Y así fue. Ofreció Netrebko en Viena una recreación impecable del rol, subrayando sobre todo la emotividad frágil de una joven Tatiana, en los primeros cuadros, en contraste con la aristocrática madurez, casi altiva, del personaje, en las últimas escenas. Un personaje que sufre, en suma, aunque de un modo menos íntimo y psicológico que en la última Tatiana que comentamos, la de K. Stoyanova, interpretada hace un par de meses en Londres. Es muy interesante el contraste entre ambas Tatianas: la de Netrebko seduce de inmediato por el timbre único, aunque no desmerece en el fraseo, si bien todavía por madurar. A cambio, Stoyanova seduce por una técnica deslumbrante al servicio de un personaje. Así, la primera ofrece antes una voz que un pathos, mientras que la segunda, nos sirve un pathos desde una técnica. Enfoques distintos, merced a tan dispares materias primas y a momentos de diversa madurez en sus trayectorias, pero enfoques asimismo complementarios. De la Tatiana de Netrebko nos sedujo su hermosísimo canto en piano, su expresividad sincera, la consistencia y naturalidad de su entrega y en general la plenitud de su recreación de los momentos álgidos de su partitura, como la escena de la carta, donde brilló sin el más mínimo reproche. Un bravísimo debut, por tanto, el de Netrebko en el rol de Tatiana.
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