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CRÍTICA: 'ANNA BOLENA' DE DONIZETTI EN EL TEATRO DEL LICEO DE BARCELONA

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Autor: Raúl Chamorro Mena
1 de febrero de 2011
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NUEVO TRIUNFO DE LA REINA DEL LICEU

30-1-2010 ANNA BOLENA (Gaetano Donizetti) Edita Gruberova, Elina Garança, José Bros, Carlo Colombara, Sonia Prina, Simón Orfila, Jon Plazaola.  Director musical: Andriy Yurkevych.  Director de escena: Rafael Durán

Nueva exhibición de técnica, personalidad, inteligencia y sabiduría de ese fenómeno vocal histórico llamado Edita Gruberova y en uno de "sus teatros", el Liceu de Barcelona. Con 64 años de edad y en carrera desde 1968, resulta milagroso que pueda cantarse una "Anna Bolena" como la cantó y regalarnos una escena final memorable. Esa escena final sublime, que causó tanto impacto en el estreno de la obra. Que la gran soprano no está en su plenitud es algo que pertenece al terreno de la lógica más simple. Que ninguna ha llegado a los 64 con 42 de carrera en el estado vocal que está ella, tampoco es discutible. Por ejemplo, la gran Sutherland a esa edad ya no existía vocalmente.  Así, el esmalte en el centro está gastado, comienza fría, dura, tarda en calentar, el fiato ya no es tan apabullante, pero qué placer resulta escuchar esos ascensos al agudo percutientes, esos sonidos que llenan un teatro tan grande como el Liceo. Se mide y dosifica de manera muy inteligente (dosificarse es una cosa, aliviarse, otra muy distinta, que la Sra. Gruberova se canta la cabaletta de salida con ambas secciones y afronta todas las puntature al sobreagudo). Magnífico el dúo del primer acto con un Bros con el que siempre ha tenido muy buena química. En fin, una escena final en la que aborda el recitativo "piangete voi?" con personalidad y sabiduría, para bajar luego unas escaleras y afrontar un "al doce guidami" memorable con un canto spianato de alta escuela, reguladores de los que te dejan atrapado en la silla y el milagro que me hizo saltar las lágrimas: completamente echada en las escaleras, la volata hacia el final, con esa nota final filada y cuando crees que ya no podrá sostenerla, que ya no hay más aire, la rinforza, aumenta de intensidad el sonido dejando boquiabierto al teatro con ese silencio sepulcral que sólo consiguen los grandes. ¡Y con qué arrestos y personalidad atacó la cabaletta "coppia iniqua"!, en el más puro estilo "¡Señores que aquí hay una diva de las de verdad, de las de la OPERA con mayúsculas! culminada con un trino de alta escuela (¡¡¡ahora no sabe trinar ni una, ni una!!!) y un mi bemol espectacular. Apoteósis y delirio, el teatro boca abajo. Vítores, girtos de "Edita! Edita!", pancartas... 

La Garança es una de las mejores cantantes actuales. La voz es bonita, homogénea, está muy bien colocada y equilibrada de registros, aunque descuella la calidad de la zona alta. Canta muy bien, es precisa de afinación e impecable musicalmente. Como ya he comentado otras veces, le falta calor (tan importante en la ópera italiana), temperamento, garra y una mayor personalidad y variedad en el fraseo.  También me alegró escuchar a Bros en mejor forma que las últimas veces y sin esas precauciones en el agudo. Se lanzó a todos (incluido alguno no escrito) con valentía, aunque la mayoría resultaran algo abiertos y con cierta tensión. La voz es la que es, pero la dicción es muy nítida, el dominio del estilo, el gusto y la finura, impecables.  Irrelevante, sin ningún interés ni detalle rescatable el Enrico de Colombara. Al igual que la producción (a rescatar que, por lo menos, todos cantan siempre delante) con la presencia constante de figurantes con cara de cuervo (supongo que simbolizan el drama que se cierne sobre la reina y su final en la torre de Londres) y un vestuario muy discutible.  Muy flojo el director musical Yurkevich, al que sólo cabe agradecerle, que acompañó y no tapó a nadie, incluida la cantante de filiación barroca que afrontó Smeton con tres notas (Sonia Prina), pero la orquesta sonó pésimamente, el pulso y la tensión fueron nulos. Como aficionado madrileño, he de dar las gracias al Liceu por programar estos títulos y que podamos disfrutarlos los sufridos amantes del bel canto sometidos a la poco grata "dieta Mortier" y por seguir su tradición de amor a las voces y de cuidar aquellas que han tenido una trayectoria envidiable en el teatro.

 

 

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