Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 18-IV-2017. Auditorio Nacional. Angela Hewitt, piano. Ciclo «Grandes Intérpretes» Fundación Scherzo.
El ciclo «Grandes Intérpretes» de la Fundación Scherzo está trayendo a Madrid –como viene siendo su costumbre– una selección de los mejores pianistas del panorama internacional. Después de haber disfrutado ya de las actuaciones de Sokolov, Trifonov, Goode, Ax y Perianes, por citar sólo unos pocos, le llega el turno a la canadiense Angela Hewitt, que se encuentra actualmente enfrascada en llevar la integral de las obras para teclado de Johann Sebastian Bach por las salas de concierto de todo el mundo. Era, además, el debut de Hewitt en Scherzo, lo que supone un buen incentivo para acercarse a escuchar a esta interesante intérprete.
A estas alturas, las cualidades pianísticas de Angela Hewitt están fuera de toda duda. Su probada solvencia técnica, unida a unos recursos musicales que le permiten abordar repertorios de muy variados géneros –por no hablar de una tendencia a los proyectos mastodónticos, como demuestran las muchas integrales para piano que ha grabado hasta la fecha– la han convertido en una figura referente en la interpretación de determinados compositores. Es el caso de Ravel, cuya integral pianística ha grabado para el sello Hyperion, tras haberla trabajado con Jean Paul Sevilla, alumno a su vez de Vlado Perlemuter. Sus interpretaciones del compositor francés son, para muchos entre los que me incluyo, una referencia.
No obstante, la vida está llena de dualidades y el recital del pasado 18 de abril tuvo sus altibajos. La primera parte, dedicada por entero a Bach, estaba compuesta por las partitas primera y cuarta del genio alemán. La interpretación de Hewitt resultó, destrezas técnicas aparte, decepcionante por su falta de criterio, con una elección de tempi aparentemente arbitraria. Un Bach amanerado, quizá excesivamente romántico, que recordó por momentos a las obsoletas interpretaciones de María Tipo –que antaño fueron referenciales pero que actualmente han sido desplazadas por versiones mucho más rigurosas, estilísticamente hablando, y sobrias como las de András Schiff–. Hewitt cayó por momentos en velocidades extremas que impidieron una correcta comprensión del discurso, si bien es cierto que hubo momentos de una gran sensibilidad y de un control sonoro impecable.
La segunda parte, sin embargo, supuso un cambio radical en el transcurso del programa. La aparición de un Scarlatti luminoso, magníficamente articulado y bien concebido desde el punto de vista de la coherencia formal, dio paso a un Ravel multicolor y maravillosamente expresivo, como pocos más que Hewitt saben hacer. La «Sonatina» del francés sonó en las manos de Hewitt delicada y dulce, con una claridad envidiable y un control de sonoridades espléndido. Luego fue el turno de Chabrier y su Bourée Fantasque, una obra que puede no gustar a muchos por su extraña arquitectura –es cierto que, personalmente, habríamos preferido otro tipo de obra para cerrar el recital– pero que Hewitt interpretó de manera brillante y el público supo corresponder a su trabajo con una ovación merecida. No fue necesario insistir demasiado para que la canadiense nos regalase, fuera de programa, el archiconocido Claire de Lune de Debussy, pieza que interpretó con una sonoridad maravillosa y un control impecable del pianissimo.
Desafortunadamente, como sucede en otras tantas ocasiones, el encuentro futbolístico que tuvo lugar de manera simultánea al recital se impuso a todo lo demás y la sala sinfónica del Auditorio Nacional lució más vacía que llena, con un público que no ocupaba ni la mitad de las localidades disponibles. Una lástima, teniendo en el escenario a una artista de la talla de Hewitt, que muchos prefiriesen esa recreación en miniatura de la guerra que es el fútbol, que incluso viene acompañada de un despliegue policial desproporcionado y restricciones en el tráfico. Y mientras los protagonistas de este circo pueden firmar contratos millonarios con sus clubes y, al mismo tiempo, ser la imagen de una marca que no les paga menos por ello, hay grandes profesionales de la música en nuestro país que deben decidir entre dar clase y dar conciertos porque unas leyes absurdas, nacidas en un despacho de burócratas que apenas justifican sus salarios, se lo impiden. Pero eso es otra historia. A pesar de la dualidad de un recital en el que Bach desmereció, a pesar del fútbol, a pesar de todo, poder escuchar a Hewitt en directo fue un privilegio y nos hizo pasar una velada muy agradable a todos los asistentes. Personalmente, espero verla de nuevo en los escenarios de nuestro país.
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