
Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Andris Nelsons y la Gewandhaus de Leipzig en Ibermúsica, con la Cuarta sinfonía de Mahler en el programa
Serena belleza
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 25-II-2025, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. La rueca de oro, Op. 109 (Antonín Dvorák), Sinfonía núm. 4 (Gustav Mahler). Christiane Karg, soprano. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Director: Andris Nelsons
Continúa en Ibermúsica el desfile de magníficas formaciones orquestales con la orquesta “civil” o creada por la burguesía –no de Corte, ni de institución eclesiástica- más antigua del Mundo, la de la Gewandhaus de Leipzig, que debutó en el ciclo en 1981. Esta agrupación que contó incluso con Felix Mendelsshon como titular, además de sus ciclos de conciertos, ocupa el foso de la Ópera de Leipzig, donde pude escucharla hace unos años en la muy infrecuente ópera Las Hadas de Richard Wagner, hijo preclaro de la ciudad.
Su director titular desde 2018, el letón Andris Nelsons comparecía al frente de la formación y el programa contaba con una obra habitual en los escenarios, como es la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler junto a otra inhabitual, el poema sinfónico –es decir, música sobre un programa o argumento- de Antonín Dvorák La rueca de oro sobre textos de Karel Jaromín Erben. La narrativa dramática de la partitura parte de una espantosa tragedia, que termina en final alegre y jubiloso, que conecta con ese final feliz y gozoso que consagra el último movimiento de la cuarta de Mahler como subraya Juan Ángel Vela del Campo en sus notas del programa de mano.
La obra de Dvorák resultó espléndidamente tocada por la magnífica orquesta –formada con contrabajos a la izquierda y que escanció un sonido algodonoso, aquilatado y transparente- bajo el mando férreo de Andris Nelsons, de gesto poco elegante, pero de indiscutible autoridad, ante una formación muy entregada a la batuta de su titular. Sin embargo, faltó algo de cohesión al discurso orquestal, así como de fibra dramática y apropiado contraste frente a la innegable brillantez del alborozado final.
Mahler emplea como base de su cuarta sinfonía el quinto lied del ciclo Des Knaben Wunderhorn» -El cuerno mágico de la infancia y crea los otros movimientos en función de ese Das himmlische Leben - la Vida Celestial, cantado por la soprano, con el que concluye una de las cuatro sinfonías con participación vocal del catálogo del genio bohemio, así como la más sosegada y plácida de todas ellas.
La Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig demostró sus altas calidades en una primorosa traducción de la sinfonía. Cuerda tersa, empastadísima y sedosa, espléndidas maderas –destacados oboe y corno inglés- y metales radiantes, nunca invasivos en una formación de sonido perfectamente equilibrado y empastado.
Nelsons moldeó un sonido mórbido, diáfano y luminoso, con impecable diferenciación de planos y exquisitas texturas, tan apropiado para esta composición. Surgieron dinámicas de gran efecto, aunque la batuta no evitó ciertos amaneramientos y juegos con el tempo algo caprichosos –estirar retener-, que conllevaron caídas de tensión. La danza del segundo movimiento combinó adecuado sentido rítmico con una magnífica actuación del violinista concertino, que debe tocar en “scordatura” -con el violín afinado un tono más alto- y que se afanó en los cambios de instrumento, además de tocar estupendamente. Muy hermoso, para mí el mejor momento de toda la interpretación, el sublime adagio con una fascinante actuación de la cuerda, tanto grave como aguda, con la que Nelsons pudo crear momentos primorosos, de rutilante belleza y esmerados juegos de intensidades. Sonido refinadísimo, delicadeza y claridad expositiva presidieron el cuarto movimiento, en el que no faltó algún pasaje en el que la batuta quiso “parar el tiempo”, pero se le cayó el edificio.
Por su parte, la soprano Christiane Karg combinó sensibilidad y canto correcto y afinado, pero su timbre escasamente atractivo, sin la luminosidad requerida, y la falta de vuelo de su canto, lejos de lo paradisíaco, impidieron que se alcanzara esa magia celestial que pide el movimiento final.
Por cierto, un día aciago de ruidos de móviles, incluido el de una señora en pleno pianissimo de la orquesta. No se dignó ni a apagarlo, pues volvió a sonar a los pocos segundos. No hay palabras.
Gran éxito con vítores a la orquesta y cada una de sus secciones y solistas.
Fotos: Konrad Stör