Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23-V-2019. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Concierto para violín núm. 1, Op. 77 (Dmitri Shostakovich), Baiba Skride, violín. Sinfonía núm. 5, Op. 64 (Piotr Illich Chaikovsky). Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Director: Andris Nelsons.
A las 20.10 horas -los dos conciertos de la Gewandhaus de Leipzig mutaron la habitual hora del ciclo, 19:30, por las 20 horas- y con el público sentado en sus butacas, aún no había comparecido la orquesta en el escenario. Clara Sánchez, responsable de comunicación y medios de Ibermúsica, en su habitual introducción previa, después de pedir disculpas y despedir la serie Arriaga del abono hasta Septiembre, volvió a recordar la necesidad de apagar o silenciar los teléfonos móviles, esta vez con más éxito del habitual, pues no escuché ninguno durante el concierto. Al parecer, la causa del retraso radicaba en que el convenio de la orquesta garantiza un descanso de media hora a los músicos entre la conclusión del ensayo previo y el comienzo del concierto.
Programa con música rusa en sus dos partes. El colosal Concierto para violín nº 1 de Dmitri Shostakovich, que desarrolló su carrera compositiva en la época Soviética con traumáticas relaciones con el poder político como sabemos, fue servido por dos letones, la violinista Baiba Skride y el director musical Andris Nelsons al frente de una orquesta alemana de gran prestigio, la de la Gewandhaus de Leipzig. La excelencia estuvo en la solista, la magnífica Baiba Skride que completó una espléndida interpretación y eso que la batuta no colaboró, precisamente, en ello. La excepcional partitura, que tuvo como destinatario al «Rey David», es decir el eximio David Oistrakh, comienza con un Nocturno, pleno de misterio y atmósferas, que tradujo, impecablemente, Skride con un sonido limpio, bien calibrado –no especialmente ancho ni voluminoso, pero más que suficiente- y la hondura de su fraseo, a pesar de la dirección caída y el sonido ayuno de tímbricas, transparencia y brillo de la orquesta conducida por Nelsons. Admirable la precisión y destreza de la violinista letona en el scherzo frente a una batuta que no acreditó el sentido del ritmo, ni tradujo la carga irónica de esta danza diabólica. Espléndida la Passacaglia con una Skride que garantizó intenso lirismo, fraseo amplio e incisivo y una técnica superlativa que tuvo como colofón una cadencia sobresaliente. La violinista Letona puso brillantísimo broche a su excelente interpretación en el burlesque, entregada, vibrante e intensa y con una precisión y dominio del arco que superó sin problema la vertiginosa escritura. Carácter, virtuosismo y técnica. Y todo ello a pesar del errático y aparatoso acompañamiento orquestal sin rastro ni del sarcasmo fundamental en Shostakovich, ni de su carga dramática. Sorprendieron unos metales tan invasivos y fallones en una orquesta de esta categoría. La cuerda -contrabajos situados a la izquierda- notable.
Como propina, Baiba Skride interpretó la Imitazione delle campane de la Sonata para violín núm. 3 del compositor barroco alemán Johann Paul von Westhoff. En dos semanas hemos podido disfrutar en Madrid de Hilary Hahn, Anne Sophie Mutter y Baiba Skride. Violinismo excepcional.
Otro genial músico ruso, pero que que desarrolló su actividad en la época zarista, Piotr Chaikovsky y su Sinfonía número 5, ocupó la segunda parte del evento. En su día se alabó por público y crítica la Sexta sinfonía que ofreció Nelsons el pasado año con la misma orquesta. Nada que alegar, pues no pude estar presente en esa ocasión, pero sí estoy en condiciones de afirmar, que su interpretación esta vez de la Quinta resultó, en mi opinión, totalmente decepcionante. Una vez más, hay que valorar las pretensiones de «decir algo nuevo o distinto» con obras tan interpretadas, a lo que se lanzan de manera un tanto temeraria y aventurada muchas de las batutas prometedoras y con talento de origen de las últimas generaciones, especialmente cuando pasan de «prometedor» a «cuasi consagrado» con titularidades de orquestas de relumbrón. Eso sí, esa audacia debe afrontarse desde la coherencia y el rigor, con una gran base musical y concepto global de la obra para evitar caer en la peligrosa y siempre acechante senda del capricho y el amaneramiento.
Me temo que este fue el caso en el concierto que aquí se reseña. Desde el el primer movimiento se pudieron apreciar los tempi caprichosos e insostenibles aplicados por el Sr. Nelsons, ahora encumbrado como titular de dos orquestas muy prestigiosas (Gewandhaus de Leipzig y Boston Symphony), así como su escaso sentido de la construcción, imprescindible en unas composiciones, algo menos en otras, pero siempre necesario en unas mínimas dosis. Un comienzo caído que se intenta compensar con aceleraciones, luego, nuevas ralentizaciones… que parecen obedecer a la ocurrencia y la arbitrariedad, no a un coherente sentido de la organización. Igualmente la introducción del segundo movimiento con un tempo letárgico que comprometió el solo de trompa poniendo en apuros a un solista muy inseguro, impropio de una orquesta de esta categoría. Un continuo estirar y recoger, frenar y acelerar, con fraseo tan blando como amanerado y, en defitiniva, superficial. Como afirmó un gran amigo melómano de muchos años «Esto parece la sinfonía chicle». En fin, el danzable vals del tercer movimiento, que nos evoca el mundo del ballet tan cultivado por Chaikovsky, resultó pesantísimo, sin rastro del fundamental carácter ligero y vaporoso. Esto no lo bailan ni los hipopótamos de la película Fantasía de Walt Disney. Un movimiento final presidido por el vacuo efectismo puso punto final al concierto.
Por supuesto que pudieron escucharse detalles aislados de calidad aquí y allá, además de una orquesta de nivel, especialmente la cuerda, pero el resultado fue un edificio con algunas bellas estancias, sí, pero sin base ni sólidos cimientos, con muchas grietas, que termina por desmoronarse, deslavazado, desarmado e inconexo.
Foto: Rafa Martín
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