Por Beatriz Cancela | @beacancela
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 9-III-17. Concierto de temporada. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Andrew Litton. Violín: Stefan Jackiw. Obras de Berlioz, Prokófiev y Scriabin.
De entre sus obligaciones para con otras ciudades gallegas, como es habitual en la programación de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG), y ya traspasando el ecuador de su temporada, el concierto del pasado jueves era el único momento de poder disfrutar en Santiago de la orquesta en el Auditorio de Galicia; algo que es de agradecer y enriquece a otras urbes como Vigo, donde participa hasta en ocho ocasiones, o Ferrol con cinco.
Curiosamente el mismo año en que Berlioz daba un paso adelante en su consolidación como figura clave en el ámbito orquestal sacando a la luz el Tratado sobre instrumentación y orquestación modernas, trataba de rescatar algunos fragmentos de su ópera Benvenuto Cellini, catastróficamente recibida por el público apenas unos años atrás, en forma de obertura. Con este Carnaval romano, op. 9 (1844) daba la bienvenida la OSG a un Auditorio de Galicia predispuesto a disfrutar de la agrupación convidada y de un repertorio, por lo menos, interesante. Obra grácil y agradecida, ágil y vital, donde adquiere especial relevancia la melodía lenta del corno inglés tomada, precisamente del aria "O Teresa, vous que j'aime plus que ma vie" del acto I y un gracioso saltarello, ambos pertenecientes a la ópera originaria.
Todo cambiaría diametralmente con la llegada de Stefan Jackiw, pronto para ejecutar el Concierto de violín número 2 en sol menor, op. 63 de Prokófiev (1935). Compuesto entre Francia, Rusia y Azerbaiyán, será finalmente estrenado en Madrid, de donde era oriunda su esposa. Según establece la prensa de la época (El Sol, 4/XII/1935), la música de Prokófiev ya habría irrumpido en la capital en 1917 gracias a Ricardo Viñes, que habría introducido sus Sarcasmos para piano en la Sociedad Nacional de Música. Pero será en 1935 y tras varias estancias en Barcelona, cuando el "enfant terrible" -tal y como se refería a él Montagu-Nathan en su libro sobre compositores rusos contemporáneos- pise por primera vez la ciudad española acompañado por el violinista Robert Soetens, dispuesto a estrenar este concierto bajo la batuta del maestro Arbós.
Jackiw, pese a su juventud, ya es viejo conocido de la OSG. Llegaba dispuesto a interpretar en sus citas de Compostela y A Coruña, este Concierto en sol menor que en los próximos meses lo llevará también a Helsinki, Munich o New Jersey. No cabe duda de que el éxito y la repercusión de este violinista americano todavía dará mucho de qué hablar. La precocidad de su carrera camina parejo al gran dominio técnico que muestra tanto en la ejecución como en el concienzudo conocimiento del repertorio que interpreta. Esta obra requiere un especial dominio y afectuosa percepción de una línea melódica que abraza los más dispares registros sonoros y expresivos, en sentido amplio; pero también incide en los detalles. Jackiw se mantuvo de principio a fin enérgico y conciso, aportando apabullante precisión a los agudos en las secciones más líricas, en las cuerdas múltiples o en pizzicatos, sin desatender la calidez y la elegancia del conjunto en el fraseo y guiando a una orquesta rendida a la magia de un solista que en todo momento se mantuvo por encima de la agrupación. La efusiva recepción del público fue agradecida por el violinista que, cambiando totalmente de estilo, nos brindó el tercer movimiento, Largo, de la Sonata número 3 en do mayor, BWV 1005 de Bach (1720). Toda una exhibición de buen gusto, técnica y delicadeza desde las cotas más imperceptibles y sentidas del instrumento hasta la sonoridad más llena y rebosante.
Dispuesta en cinco movimientos, la Sinfonía número 2 en do menor, op. 29 (1901) de Scriabin era la elegida para culminar el concierto. Inmersa todavía en la época más academicista del ruso, recientemente atraído por la música orquestal (tan sólo a una pequeña obra y a la primera de distancia), esta sinfonía amalgama características del romanticismo precedente aunque auspicia ya ciertas sonoridades que eclosionarán y serán llevadas al límite posteriormente, otorgando al moscovita un estilo racionalmente propio. En esta ocasión, Andrew Litton, nos ofreció una versión mesurada de la obra sin grandes artificios ni excesivas veleidades. El clarinete, instrumento predilecto del compositor, gozó de gran protagonismo, brindándonos una ejecución sobria y nítida. La orquesta, rica en efectivos, facilitaba la sonoridad de esta magna obra aunque por momentos discurrían ajenas las distintas cuerdas, sobre todo en lo concerniente a la diferencia de intensidades, principalmente en cuanto al conjunto de los metales excesivamente incisivos. Ensalzamos el papel de las maderas en sus distintas intervenciones, entre las que destacamos la participación de la flauta marcando la sencillez pastoril del segundo movimiento o el oboe, especialmente expresivo en el primero.
Fue este un concierto irregular, ya no sólo en cuanto a la diversidad estilística del repertorio ejecutado -que se agradece- sino en cuanto al descontrol energético del conjunto, que con la llegada de Jackiw pareció armonizarse; actuación, la suya, que el respetable elogió sobremanera.
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