Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 13-X-2020. Abono de Otoño. Auditorio de Valladolid, Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Eugenia Boix, soprano, Fernando Tejero, actor, y Carlos M. Sañudo, dramaturgo. Director: Andrés Salado. Egmont, op. 84 (Obertura y música incidental) de Beethoven.
Desde los primeros acordes de Egmont se pudo comprobar que se iba a acometer una versión llevada con seguridad por el director, pero que no iba a resaltar por su carácter épico, de leyenda, que encumbra el ideal romántico del héroe que se rebela ante la tiranía. Desde la ausencia de esa mezcla de grandeza y determinación inicial y la forma en que se percibe el tema del destino en la obertura se vio que la cosa iba más de pasajes bien empastados, ciertos efectos, con pasos del piano al forte, pero sin mayores juegos dinámicos, una coloración más variada, una articulación más minuciosa y un pulso más brioso, que no más fuerte. El narrador es una figura clave, labor que en este caso corrió a cargo del actor Fernando Tejero, quien diferenció el tono de las descripciones frente al mensaje del héroe, aunque su dicción a veces no fuera totalmente clara y se viera superado en el final por el efectivo y efectista redoble de los tambores, situados en los laterales de la sala [quizá en ese momento en concreto no le favoreció la megafonía]. Cuidada en los detalles la dramaturgia de Carlos M. Sañudo, con el texto indicativo de lo que ocurría.
La soprano Eugenia Boix, partiendo de un canto de texturas sugerentes, interpretó con sabor épico «El redoble de tambor», con una intencionada extroversión ante un texto marcial y estuvo emotiva en «Gozosa y triste». No le benefició, al menos para quienes ocupaban localidades impares y no totalmente centrales, su posición al cantar tan girada hacia el director. Salado cuidó no mermar las prestaciones de la cantante, en la primera intervención más que en la segunda.
En el entreacto primero la orquesta pudo sonar más incisiva y la relación entre las maderas, y éstas con el resto, resultar más briosas, tal y como indica el tempo. ¿Quiere esto decir que no sonaron bien? No, sino que posiblemente se quedaron a medio camino. El entreacto tercero fue de lo más fructífero, con un director capaz de refinar lo más posible el sonido y con una relación muy positiva entre el oboe solista y las cuerdas. Algo parecido, en cuanto a la dirección ocurrió en la muerte de Clara. Y en el Melodrama el trompeta solista estuvo magnificente. La sinfonía final gozó del empuje que se le pide a este poema épico, aunque pudo alcanzar mayor grandeza.
Por lo general destacaron las intervenciones solistas. Reseñar y congratularse aquí con la vuelta del trompa José Miguel Asensi tras un periodo de excedencia. Se volvió a demostrar que la orquesta tiene una concertino de garantías, independientemente de que los violines pudieron sonar en algunos pasajes más diáfanos.
Una interpretación en la que Andrés Salado controló la obra, eso sí, sin sacarle todo el partido a ciertos contrastes, efectos, timbres y colores. Fue, en todo caso, un intento meritorio de poner en escena la música incidental de Egmont, quizá en un momento en que dadas ciertas circunstancias y las limitaciones inherentes a la pandemia resultaba muy complicado redondear la apuesta.
Foto: OSCyL
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