Andrè Schuen ofrece un recital en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, coproducido con el CNDM, acompañado al piano por Daniel Heide
De la coherencia emocional e interpretativa
Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 17-V-2022. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVIII Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 7. Obras Franz Schubert (1797-1828), Gustav Mahler (1860-1911) y Erich Wolfgang Korngold (1897-1957). Andrè Schuen (barítono), Daniel Heide (piano).
Asistimos al regreso al Ciclo de Lied de Andrè Schuen, el todavía joven barítono (1984) que conocimos en su intervención en la ópera Capriccio, de Strauss, en el Teatro Real de Madrid (temporada 18/19). En 2019 debutó con gran éxito en el Ciclo de Lied con obras de Schumann y Liszt, ejercitando también un interesantísimo repertorio en torno a la figura del poco programado Frank Martin.
En el recital que nos ocupa, acompañado por su inseparable pianista Daniel Heide, ofreció un recorrido por Schubert y Mahler (con sus Kindertotenlieder) añadiendo el muy adecuado plus de programar obras -algunas de ellas, dadas por primera vez en el Ciclo- del poco frecuentado Erich Wolfgang Korngold, cuyo estilo en el Lied -el post romántico- difiere mucho de sus hechuras como músico de películas -estuvo muchos años afincado en Hollywood- o de su más exitosa creación, la ópera La ciudad muerta [Die tote Stadt].
Muy en sintonía con la expresividad que entendemos más enriquece el arte de Schuen, que suponemos va en concordancia con su sensibilidad como artista y su gusto al programar, y la manera enjuta y seria de enfocar su canto, la ambientación de la mayoría de las canciones giró en torno a lo tenebroso, los claroscuros, la muerte o la despedida amorosa. Como siempre, habrá gustos para todos y, por tanto, escuchantes que hubieran preferido mayor variedad en el carácter de cada una de las canciones.
Y si bien todo pueda tener su justa medida, sobre todo para escuchantes no demasiado acostumbrados, nosotros sí creemos que en un recital de Lied son muy valorables la coherencia emocional, el disfrute de la uniformidad estilística dentro de un mismo compositor, el criterio canónico adoptado por el artista, el apreciar -en el caso de Schuen- su «gama de grises», etc… Adaptada, eso sí, a cada uno de los músicos programados, ya que todo lo anterior debe ser reflejado de forma distintiva en la interpretación en virtud de una coherencia en los estilos o coherencia interpretativa. En todo caso, debe primar el criterio de lo que el artista quiera ofrecer. Y como en el Lied se trata de amalgamar un binomio, se debe hacer el doble análisis del tratamiento y distingos tanto de la parte vocal como de la pianística.
La voz de nuestro artista es de barítono puro, de timbre más rico y noble en armónicos en la zona grave, aunque es homogénea en toda la extensión y muy dúctil en la emisión. En su estilismo y expresividad, posee una elegante línea de canto y una forma de entender el Lied Romántico Alemán como claro heredero de cantantes de generaciones anteriores, incluso de las actuales (Pregardien, Goerne, Gerhaher…), entendiendo que aunque todavía Schuen tiene recorrido para sublimar aún más su arte, es idónea para dibujar cualquiera de las joyas de Schubert, Schumann, etc., pudiendo exhibir envidiable afinación y dicción, así como una natural predisposición para comunicar en repertorios de temática oscura.
Como el recital se diseñó de forma circular en una progresión que comenzó y acabó en la cúspide del más puro romanticismo de Schubert, podríamos destacar cualquiera de las que se abordaron del catálogo de Lieder der Nacht un des Abschieds [Canciones de la noche y la despedida], como por ejemplo la ágil primera, Über Wildemann [Sobre Wildemann], plagada de claroscuros muy inteligentemente pergeñados por Schuen o la parsimoniosamente perfumada Der Liebliche Stern [La dulce estrella]. Impecable la ambientación y la integración sonora del piano de Heide.
En cuanto a la archifamosa Erlkönig [El rey de los Alisos], quizá el ímpetu sonoro con el que comenzó Heide no fue acompañado por un despliegue vocal con el volumen necesario por cuenta de nuestro barítono, en esta parte correspondiente al narrador de la historia, si bien luego ambos fueron capaces de llegar a una entente y ecualizarse mutuamente, ofreciendo una versión muy matizada, con todo lujo de contrastes para que cada personaje (padre, hijo) descollase de forma adecuada. Como nota más negativa, la parte final donde ocurre el fatal desenlace de la muerte del niño -también relatada por el narrador-, resultó muy poco convincente.
En medio del recital, antes del descanso, se interpretó la complicada y diversa -porque así lo obliga el enfrentarse al universo sonoro de Mahler- sucesión de cinco números que componen los Kindertotenlieder [Canciones sobre la muerte de los niños]. Aquí, nos pareció más propia la aproximación pianística que la vocal donde acordes, arpegios, tempi y ambientación abierta (el sol, las tinieblas, el vendaval, de los números 1, 2 y 5) o, por el contrario, íntima (la madrecita, los familiares desaparecidos, números 3 y 4) fueron muy bien ejecutados por Heide. En cambio, Schuen rehuyó el carácter agrio que tan bien viene aplicar a ese ciclo (imaginen si no lo justifica la pérdida de la propia hija del compositor), y se limitó a administrar un barniz que igualó todo en simple tristeza, si bien consiguió contemporizar de manera muy efectista los tempi, de forma que en el último número consiguió casi parar el metrónomo.
Después del descanso, la pareja Schuen-Heide nos sumergió en el universo de Korngold con seis canciones de su catálogo, cuatro de las cuales se cantaron por primera vez en el Ciclo de Lied. Aquí, como en Schubert, es donde creemos que el binomio sí funcionó a las mil maravillas reflejando muy apropiadamente la dificultad y belleza de unas canciones que engarzan texturas pianísticas complejas con un discurso vocal bastante elaborado.
Sterbelied [Réquiem] habla del olvido y nos gustó mucho como Schuen recalcó el color de alguna de las palabras clave de la canción. En In meine innige Nacht [En el corazón de mi noche], el piano presenta una ambientación difusa mientras la voz se despliega en pianísimo, divergiendo ambas melodías en un difícil equilibrio tonal -de difícil entonación para la voz- que reflejó adecuadamente la inestabilidad de los pensamientos nocturnos.
En el final, con la vuelta a Schubert, pudimos disfrutar de la cuasi aria de concierto, la larga An den Mond in einer Herbstnacht [A la luna en una noche otoñal], cantada de forma balsámica y recreándose en cada grupo de versos, cuya moraleja es la caducidad de nuestras vidas frente a la perentoria presencia del selénico astro.
El concierto finalizó con tres cortas canciones: la dibujada de forma muy amorosa Die Mutter Erde [la madre Tierra], la preciosista Nachtviolen [Violetas en la noche], y la bellísima Nacht und Träume [Noche y sueños], cantada con profusión de reguladores crecientes-decrecientes y que consiguió varios segundos «sin respiración» del público antes de romper a aplaudir.
Dado el éxito obtenido, y no sin demasiada insistencia por parte del público que llenaba por completo el coso de la Calle de Jovellanos, con sólo tres salidas a saludar, los dos artistas acometieron la parte dedicada a las propinas, que en este caso fue única -Morgen, de Strauss-, entre otras cosas porque el cantante había estado cantando durante más de 80 minutos, con un repertorio complicado, y la coreada algarabía de bravos del público se dio por satisfecha hasta la próxima vez en la que este muy valorable barítono vuelva a visitarnos.
Fotos: Rafa Martín
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