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Y András Schiff se enfadó

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Autor: Codalario
13 de enero de 2020

   Enfado de András Schiff ayer tras su recital en Oviedo. El pianista húngaro, uno de los más importantes del presente, ofreció ayer en la capital del Principado [Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»] un recital inolvidable, por el magisterio ofrecido, y largo, por su inusual extensión. Todo Bach. En la primera parte el Concierto italiano y la Obertura en estilo francés en si menor, BWV 831. En la segunda, las Variaciones Goldberg. El enfado del pianista resultó evidente cuando, tras tocar la última nota del aria de las Goldberg -en una versión ciertamente original en la que el maestro húngaro pareció desvestir de adornos la última aparición del aria-, un miembro del público comenzó a aplaudir demasiado pronto a juzgar por los incómodos movimientos de cabeza del pianista. ¡Hay un tiempo de silencio que debe respetarse tras la última nota de un recital!, pareció exigir Schiff. Dos días antes, el público de la OSPA sí esperó, -algunos considerarán que demasiado- tras el silencio impuesto por el joven Nuno Coelho tras su versión de la Sinfonía nº 2 de Brahms. ¿Es el silencio posterior a la última nota parte de la música? ¿Debe dejarse respirar al músico tras un esfuerzo semejante al de Schiff como muestra de admiración? ¿Debería educarse al público para respetar religiosamente la autoridad del pianista que, con las manos todavía sobre el piano, exige tácitamente un respetuoso amplio silencio a su arte tras una imponente versión? ¿O quizás cabe encontrar en estos silencios a veces lo peor y más impostado del arte de la interpretación musical? Durante el recital del pianista húngaro, fueron frecuentes los incómodos sonidos de los teléfonos, que en algún caso incluso se usaron para grabar parte del recital, a pesar de la prohibición expresada por megafonía.

   En Oviedo András Schiff no se sintió a gusto con los aplausos. Tan solo salió una vez a recibirlos, pero cerca de la salida del escenario. Parte del público, seguramente para compensar el obvio malestar que percibía en el artista, silbó ante la llegada de Schiff, algo que pareció frenar su paseo hasta el piano. ¡No estamos en el fútbol!, parecía decir Schiff con los obvios gestos de reprobación de su cabeza.

   ¿Está la sociedad de hoy y sus instituciones [incluidas las universitarias], que ecualizan la música de Rosalía con la de Mozart, que programa a unos jovencitos de Operación Triunfo en el Teatro Real al lado de obras de Verdi, en condiciones de responder ante la música de Bach y ante interpretaciones como la de Schiff más que a través de los artificios sociales que impone el «mito de la cultura»?

Foto: Peter Fischli/ Festival de Lucerna

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