Crítica del concierto dirigido por Alexander Liebreich al frente de la Orquesta de Valencia, con los Carmina Burana en el programa y la guitarrista Ana Vidovic como solista
Valentía y contrastes
Por Alba María Yago Mora
Valencia, 15-VI-2024. Palau de la Música.Ana Vidović, guitarra; Sara Blanch, soprano; Joaquín Asiáin, tenor; André Baleiro, barítono. Orquesta de Valencia. Orfeón Pamplonés. Escolanía Nuestra Señora de la Desamparados. Director: Alexander Liebreich. Obras de Joaquín Rodrigo, Maurice Ravel y Carl Orff.
El pasado sábado, el Palau de la Música de Valencia fue el escenario de un concierto que, aunque prometía una velada inolvidable, dejó a su audiencia con sentimientos encontrados. La Orquesta de Valencia, dirigida por Alexander Liebreich, ofreció un programa ambicioso y variado, aunque no exento de altibajos.
La noche comenzó con el célebre Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, interpretado por la guitarrista Ana Vidovic. Esta es una obra emblemática que requiere de una sensibilidad y destreza técnica excepcionales por parte del solista. La croata, aunque conocida por su talento, tuvo una actuación un tanto desafortunada. Desde los primeros compases, se hizo evidente la falta de sincronización entre la orquesta y ella. Liebreich hizo lo posible para ajustar el tempo para acompañar a la solista, aunque sin mucho éxito…Las desafinaciones frecuentes y una evidente carencia del carácter y salero que la obra demanda, hicieron que la interpretación se sintiera plana y sin vida. No obstante, cabe destacar el conmovedor solo de corno inglés de Lola Cases, que aportó un respiro de belleza en medio de la tensión.
A continuación, el Bolero de Ravel, pieza que exige una unificación y control dinámico meticulosos, se presentó con varias vicisitudes. La interpretación careció de una concepción clara y unificada, con muchos solistas ofreciendo versiones distintas del mismo tema, lo que resultó en una falta de cohesión. La orquesta cayó en la trampa del crescendo prematuro, alcanzando su punto más fuerte demasiado pronto y dejando el clímax final sin el impacto esperado. Este desliz técnico disminuyó la intensidad y la progresión que son esenciales en esta obra.
La segunda parte del programa estuvo dedicada a la monumental Carmina Burana de Carl Orff. A pesar de los esfuerzos del Orfeón Pamplonés, que brilló en su ejecución, la obra se sintió larga y desbalanceada. La falta de equilibrio entre las voces masculinas y femeninas fue evidente, y la tendencia de la orquesta y el director a frenar el tempo, en ocasiones, fue acertada, pues se percibía una inclinación a apresurarse. Los timbales de Eguillor, con su firmeza y precisión, jugaron un papel crucial, ayudando a Liebreich a mantener el ritmo y aportar una necesaria pausa. La soprano Sara Blanch destacó con una interpretación sublime, su voz cristalina y emotiva aportó un brillo especial.
El programa, excesivamente largo, pareció desconcentrar al público, que se notaba inquieto hacia el final. La inclusión de todas las obras en una sola velada resultó en un desafío tanto para los intérpretes como para los asistentes, provocando que algunos espectadores abandonaran la sala a mitad del Carmina Burana.
A pesar de estos contratiempos, la valentía de la Orquesta de Valencia al enfrentarse a un repertorio tan exigente merece reconocimiento. La pasión y el esfuerzo fueron palpables, y surgieron momentos de auténtica belleza musical a lo largo de la noche. La dirección de Alexander Liebreich mostró destellos de gran capacidad, aunque la magnitud del programa hizo difícil mantener la coordinación y el balance en todo momento. Fue una noche de contrastes, un reflejo de los riesgos inherentes a la interpretación en vivo de obras maestras, que dejó una huella indeleble en quienes tuvieron la fortuna de presenciarla.
Foto: Live Music Valencia
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