El tenor, director y también escritor Rolando Villazón muestra su vertiente literaria en la novela Amadeus en bicicleta, publicado por Galaxia Gutenberg
Artista y renacentista
Por Jorge Moreno | @JorgeMoreno__
Novela Amadeus en bicicleta, de Rolando Villazón. Galaxia Gutenberg. Barcelona (España), 2021.
El Renacimiento blindó al ser humano frente a la mediocridad. Fue aquella época de talentos en efusión y genialidades alborozadas. Varios elegidos por la siempre impredecible mano divina se vieron obligados a canalizar su desmesura a través de egos tan polifacéticos como envidiables. Así, Leonardo o Miguel Ángel -sobran los apellidos- diseminaron creatividad en muy diversos campos, forzando a sus estudiosos a hablar de «artistas renacentistas» cuando el envoltorio humano no alcanzaba a ceñir del todo la gloria que los sobrehumanos irradian.
El artista renacentista aflora en tiempos de crisis -el Renacimiento lo fue- y encauza el anhelo expresivo, creativo o -incluso- laboral que una sociedad veloz y sin alma precipita.
Es ésta que vivimos una era tendente, pues, a la aparición de tales fenómenos: personajes capaces de arriesgarse enarbolando supuestas virtudes en territorios inéditos para ellos o, al menos, nada propicios para la exploración de sus seguidores.
Hace meses, Rolando Villazón -sobran las presentaciones- alumbró una novela -una novela, sí- doblemente desconcertante: en primer lugar, porque... ¿qué operística figura mundial dedica sus horas libres de ensayo a escribir novelas (o, simplemente, a escribir)?; en segundo lugar, porque la obra supradicha ofrece un argumento cargado de resabios juveniles y maneja una estructura tan pretendidamente disparatada, que funciona a la perfección.
Amadeus en bicicleta -he ahí el título, he ahí toda una declaración de intenciones-, bucea en el alma humana y, sobremanera, en el alma artística, sin atenuadores complejos, con la apabullante decisión de quien se sabe por encima de críticas como ésta.
La novela sorprende desde el simple hecho de su mera existencia: como ya se ha señalado, no es en absoluto habitual que una primera figura del bel canto se adentre en las procelosas aguas de la creación literaria, sometiéndose, de tal forma, a un renovado -e innecesario- escrutinio de su propia personalidad, dueña de un acrisolado talento que muy poco gana y mucho puede perder en el envite.
Superada la sorpresa inicial, centrándonos en el texto escrito, cabe decir que Amadeus en bicicleta destila frescura y un lógico e intenso amor por la Música, palpable en cualquiera de sus capítulos, en cualquiera de las situaciones que, con mayor o menor tino, recrea el insospechado novelista.
Bien es cierto que, en ocasiones, el texto incurre en algún exceso hiperbólico, en descripciones un tanto repetitivas que pudieran distraer a los potenciales lectores -rebajando el interés que la trama, sin duda, suscita- o en la posible limitación que imponen los particularismos lingüísticos -abuso de la expresión entre más por cuanto más, verbigracia-; no obstante, Villazón logra mantener el tipo empleando herramientas nada originales aunque sí muy efectivas -una historia de amor «en el alambre», un protagonista a medio camino entre el bien y el mal, un irresistible antagonista, etc.-, homenajeando, de paso, a la omnipresente -y omnipotente- figura de Mozart -resulta ocioso destacarlo-, a la ciudad de Salzburgo -cuna del anterior- y a la misma juventud, presa de ímpetus voraces o de la más descarnada inocencia.
Cabe catalogar, en suma, el libro de Villazón como una Bildungsroman tardía que, sin duda, contribuye a agigantar la ya de por sí colosal figura del tenor y director mexicano, quien, como buen artista que se precia de serlo, se busca a cada paso y, pródigo, nos hace partícipes de tan íntima indagación, que no es sino otra forma de renacer: un personal... renacimiento.
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