La directora mejicana Alondra de la Parra se pone al frente de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen en el Auditorio Víctor Villegas de Murcia
Apasionado femenino musical
Por José Antonio Cantón
Murcia, 8-III-2022. Auditorio y Centro de Congresos ‘Víctor Villegas’. Die Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Solista: María Dueñas (violín). Directora: Alondra de la Parra. Obras de Dvořák, Ginastera y Sibelius.
Una obra de marcado virtuosismo orquestal como contiene las Variaciones concertantes de Alberto Ginastera fue la elegida por la orquesta Filarmónica de Cámara Alemana de Bremen para su presentación en el auditorio de Murcia bajo la batuta de la mejicana Alondra de la Parra, directora que la conoce muy bien y ha interpretado en varias ocasiones a lo largo de su destacable carrera. Siguiendo con manifiesta tensión la sentida exposición del tema principal por el arpa y el violonchelo, introdujo el primer interludio para cuerda con gran delicadeza, sabiendo encontrar ese equilibrio entre las voces de la sección de cuerda que propician la belleza de este pasaje.
De las siete variaciones propiamente dichas, destacó sobremanera la protagonizada por la viola, dado el desgarrado sentido elegíaco que dio a la exposición de los motivos realzados por sus acordes modales de doble cuerda, convirtiéndose así en el centro de mayor atención de la obra. Destacó también el subsiguiente dúo entre el oboe y el fagot dejando sustancia estética desde un cuidado tratamiento canónico, apareciendo el enérgico temperamento de la personalidad musical de la directora en el movimiento perpetuo liderado por el concertino y que posteriormente contrastó con la calma de la pastoral que protagonizó la trompa, cuya sensación fue reafirmada por el segundo interludio de los vientos y la evocadora re-exposición temática del contrabajo. Definitivamente su impulsivo carácter quedó plasmado en el malambo pampeño con el que concluyen estas variaciones, dándole ese ritmo característico de quebrado zapateado gaucho.
El concierto continuó con dos alicientes bien definidos; la intervención de María Dueñas, todo un portento con su violín, en este caso un asombroso Stradivarius cedido durante dos años por el coleccionista británico Jonathan Moulds por ser la ganadora del último Concurso Jehudi Menuhin, y su esperada interpretación de uno de las obras concertantes más preciosas que para este instrumento se ha podido componer, el Concierto en re menor, op. 47 del finés Jean Sibelius. Lo primero que llamó la atención en su mágica apertura fue la claridad de sonido desde una precisa afinación, que le llevaba a percibirse siempre con absoluta nitidez por encima de la masa orquestal. Dueñas impulsaba su discurso con tal determinación que se convertía en un constante acicate y estímulo de la musicalidad de Alondra de la Parra que, en todo momento, supo administrar el misterioso mensaje del primer movimiento con alto grado de moderación hasta el momento de la cadencia, que Dueñas trató como una lógica consecuencia de todo el movimiento, demostrando un alto ejercicio virtuosístico en la exposición y desarrollo de la condensada técnica que requiere. Solista y directora alcanzaron su más trascendente entendimiento en el Adagio central, haciendo que su carácter musical, situado fuera del espacio y el tiempo, se apoderara del escenario y el auditorio desde el irresistible aliento de su inspiración. Fue sin duda el momento culminante de la velada.
Con gran excitación, solista y directora se adentraron en el turbulento allegro final alternando cada una en su decisión por prevalecer y así controlar el diálogo concertante, aún cuando la orquesta sólo se mantenía en un movimiento perpetuo, hecho que realzaba aún más la prestidigitación violinística de la solista granadina. El entusiasmado público respondió levantándose de sus asientos con un aplauso enfervorecido, al que respondieron ambas intérpretes con una versión para violín y orquesta de la Primera danza española de ‘La vida breve’ de Manuel de Falla que no hizo sino apasionar más al auditorio con el impulsivo femenino musical que ambas protagonistas quisieron imprimir a esta pieza coincidiendo con una fecha tan señalada como era el Día Internacional de la Mujer.
La exhibición cinética que realizó Alondra de la Parra en su conducción de la Séptima sinfonía en re menor, op. 70 Antonin Dvořák estuvo siempre marcada por un gesto balletístico que recordaba la liberación formal de la danza que llegó con la mítica Isadora Duncan. El acompasamiento de su cuerpo fue uno de los medios expresivos más resolutivos de sus indicaciones, lo que compensaba la rigidez de sus brazos en la progresiva confluencia de fuerzas y dinámicas que se dan en el movimiento inicial. Serenó su plasticidad corpórea en la moderación con la que condujo el adagio, para volver a su natural impulsividad en los dos últimos movimientos, llegando a su punto álgido en la tiers de picardie (tercera picarda) que distingue la conclusión del tiempo final en la que Dvořák cambia la tonalidad del modo menor al mayor, con el efecto deslumbrante que ello significó.
Foto: Juanchi López
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