Artículo de opinión de Aurelio M. Seco sobre Alfonso Aijón, creador de Ibermúsica y el más importante gestor musical que ha dado España
Alfonso Aijón, un retrato
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco / Fotos: Fernando Frade / CODALARIO
En enero de 2018 nuestro gran fotógrafo Fernando Frade, que está dejando algunos de los mejores retratos hechos a músicos españoles en este siglo, realizó a Alfonso Aijón uno especialmente atractivo para encabezar la entrevista de portada que le dedicamos durante el mes de febrero de aquel año en el que nadie soñaba aún con la pesadilla del coronavirus. Alfonso Aijón se convertía de esta forma en el primer gestor musical al que nuestra revista dedicaba una portada [a día de hoy sigue siendo el único]. Aunque en su día le habíamos otorgado un Premio Codalario, reconociendo su extraordinaria vida dedicada a la música, era obligado engalanar nuestra revista con su figura.
En el retrato de Frade se percibe la grandeza escultórica del hombre que construyó el milagro de Ibermúsica, el más importante ciclo de nuestro país y uno de los mejores que existen. Cumplidos los noventa, este titán que da la sensación de haber vivido siempre con riesgo, como sólo hacen música los más grandes, nos ha regalado lo mejor que se ha podido ver y oír en España en los últimos años. Aijón es Ibermúsica e Ibermúsica siempre sonará a Alfonso Aijón, aunque ya no sea de su propiedad, si el espíritu que produjo su obra permanece. ¿A cuántos artistas españoles ha ayudado y sigue ayudando desde su enorme influencia? Qué barbaridad todo lo que ha conseguido Alfonso Aijón.
La fotografía fue tomada en la sede de Ibermúsica en Madrid, y en ella se le ve serio y firme, relajado y silente, en el trono humilde de un pequeño banco con respaldo de rejilla, vestido con una elegante y fornida americana marrón oscuro de espiga tweed; elegancia con crestas y valles, de una textura muy diferente al lisologismo que desprende el gris marengo de un de bancario, color predominante en nuestra España de hoy, con frecuencia estirada y cultureta. Aijón nunca ha dado la sensación de ser uno de esos gestores de pitiminí. Es un dandy de los de Umbral, pero de los que pisan tierra firme y se agarran a los cortantes salientes de las escarpadas montañas con sus propias manos.
Se puede decir que Alfonso Aijón, el gestor, el manager, el enterrador aventurero, el bancario y montañero, es un fenómeno extraño en el mundo de la música. Fenómeno en el sentido helénico. Su perfil rompe con los tópicos del gestor actual, contrastándose, distinguiéndose, diferenciándose de ellos, pero no con los que conforman a los más importantes nombres de la Historia de la Música. Hay un misterio en la Idea de Mito que en la Música todavía está por aclarar. La manera de ser, el arte de Rajmáninov, Claudio Arrau, Jorge Luis Prats, Giulini o Chaikovski, poco tienen que ver con la ponderada pulcritud profiláctica que parece desprenderse hoy de muchos artistas, cuando no hay cierta pose artificiosa, como de un fundamentalismo cultural… Hay cruces ideológicos en el Arte del siglo XXI que enmascaran y contaminan la verdadera naturaleza del hombre. Aunque nos queda el refugio del Arte verdadero. Aprender a discriminar...
En Aijón, sin embargo, vemos las manos de campesino de Rajmáninov convertidas en las del más sabio sherpa, las dudas existenciales de Martha Argerich, respondidas desde el exotismo que da Oriente, el tono de voz honesto y titubeante de Carlo Maria Giulini, la energía, fortaleza de espíritu y decisión del gran Daniel Barenboim y, de fondo, el estoicismo de Bueno, la certeza de la fugacidad de las cosas, la constatación de la importancia de los grandes momentos. No responde a una mera casualidad que Claudio Abbado, Daniel Barenboim y Zubin Mehta le propusieran en su día ser su manager. Los más grandes artistas no regalan su confianza y amistad a un hombre cualquiera. Tiene que haber cierta similitud en la Idea de Grandeza.
La mirada de Alfonso Aijón es la del hombre tranquilo que relativiza los problemas del día a día, tras darse su vuelta anual por el Himalaya, viendo con resignada mirada cómo las músicas democráticas han devorado a la única música que le habían enseñado con buen tino en el Ramiro de Maeztu, una música con mayúscula, que a él le parece, como a nosotros, que debería ser la más importante y fundamental, pero que hoy es cosa exigua, antigua y mítica, cultural y excéntrica. La figura de Aijón es, desde la realidad de hoy, tan inexplicable como la de Daniel Barenboim, Vladimir Horowitz o Zubin Mehta, de una grandeza de espíritu producto de la magia de un tiempo en el que las cosas eran, sin duda, mejor.
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