Crítica del recital ofrecido por el pianista Alexandre Kantorow en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Excelso pianismo de Alexandre Kantorow
Por José Antonio Cantón
Granada, 08-VII-2024. Patio de los Arrayanes de la Alhambra. LXXIII Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Recital de piano de Alexandre Kantorow. Obras de Béla Bartók, Franz Liszt y Sergéi Rachmáninov.
De verdadero acontecimiento musical hay que valorar la presencia del pianista Alexandre Kantorow en la programación de la presente edición del Festival granadino interpretando un programa que rompía moldes por elevación estética dado su especializado y escogido contenido con el que sólo se llegan a identificar aquellos escuchantes que conocen los secretos del piano en altísimo grado. Pensado sin solución de continuidad, el intérprete inició su actuación con la Rapsodia, Sz.26 de Béla Bartók con la que se pudo experimentar la grandeza de este compositor entre los más preclaros del siglo XX.
En la primera parte de la obra el pianista quiso destacar la enorme influencia lisztiana de su contenido haciendo especial yuxtaposición entre lo espiritual y lo profano con un nivel de distinción emocional realmente sobrecogedor, que hacía pareciera que la eterna lucha entre el bien y el mal se convirtiera en música con un sentido dramático que trascendía toda experiencia imaginable. Cuando entró en el ámbito de estilización de las fuentes populares de esta magistral creación, Kantorow se transformaba en un mago del teclado llevando al oyente a encontrarse con las primeras esencias de un todavía desconocido compositor húngaro de sólo veinticuatro años, al conseguir extraer sus distintivas esencias que elevaban la categoría de la rapsodia a un plano expresivo que reflejaba la compleja personalidad creativa de Bartók con una autenticidad asombrosa.
Seguidamente surgió la figura de Franz Liszt a través de una magistral recreación del Estudio de ejecución trascendente en si bemol menor, S.139-12, «Chasse-Neige», con el que apareció la fluidez de mecanismo del pianista en toda su dimensión virtuosística, que llevaba a imaginar las oscilantes ráfagas de una ventisca de nieve con especial sentido descriptivo. La densificación de los cromatismos hacía que el piano entrara de lleno más como generador de efectos sonoros y acústicos que como un instrumento polifónico llegándose a superar ampliamente cualquier tipo de destreza en este sentido, que me hizo recordar la sobrecogedora versión que Jorge Bolet dejó registrada el año 1970 en Ensayo, sello discográfico que con tanto acierto dirigió su fundador el productor Antonio Armet.
Siguiendo con Liszt, Kantorow crecía en su arte con la interpretación que realizó de El valle de Obermann, sexto episodio del Primer año de peregrinaje,«Suiza» que el compositor húngaro quiso dejar para la posteridad entre sus piezas más significativas por su carácter poemático. Fue en este aspecto donde incidió la exposición del pianista francés pasando por sus distintos aires, hasta seis, con una seguridad técnica y capacidad artística de máxima elocuencia en su respeto a las audacias armónicas de su contenido, en un proceso de exaltación constante de la grandeza polifónica del instrumento romántico por antonomasia.
Para refrendar la enorme capacidad musical de este pianista, eligió para culminar su actuación la Primera sonata en re menor, op. 28 de Sergei Rachmáninov, obra que requiere un alto nivel de concentración por parte del pianista que se proponga tocarla. Haciendo gala de esta exigencia, Kantorow hizo todo un ejercicio de introspección en el Allegro moderato inicial apoyándose en la armonización descendente de su desarrollo que dejaba una sensación inquietante en el oyente antes de la aparición del segundo tema de este movimiento. Con un control admirable de equilibrio entre ambos, hizo una lectura impecable del desarrollo en el que expuso todo su poderío pianístico, que sólo tuvo una trascendente calma antes de la reexposición que derivaría hacia unos reafirmativos acordes finales en modo mayor que dejaban constancia de la importancia que da este pianista a la armonía como sustancial elemento contrastante de la música.
Se cargó de sensualidad en la lectura del Andante central que expresó con un recitado sentido nostálgico, que puso de manifiesto una vez más el enorme instinto y sensibilidad de Kantorow, al abordar con enorme virtuosismo la agitación resultante de la aceleración de los valores rítmicos que propone el autor en su parte central. Su paso por este movimiento supuso toda una lección del entendimiento que posee de Rachmáninov en sus más mínimos detalles así como en la exactitud dada a sus ornamentos y, sobre todo, a cómo siente la particular e insustituible voz del compositor.
En el Allegro molto final el pianista mostró todo su apasionado y creciente temperamento desarrollando una especie de cautivador estilo mefistofélico lisztiano que justificaba el drama del atormentado lirismo de su discurso, dejando la sensación de la proyección de un gran montaje coreográfico desde el teclado, ayudado por un magistral empleo del pedal que generaba unas vibraciones que iban más allá del sonido, lo que le permitió demostrar su talento musical fuera de serie.
Todo fue dulce relajación con esa líquida elegancia con que tocó el primer bis de la noche, Jeux d’eau, M 30 de Maurice Ravel, con la que volvía a brillar su técnica con el pedal implementando los reflejos del estanque del Patio de los Arrayanes en los capiteles, yeserías, mocábares, alfarjes y atauriques de su decoración interna. Para terminar su actuación, hizo una improvisación sobre el aria de Camille Saint-Saëns Mon cœur s'ouvre à ta voix del segundo acto de su ópera Sansón y Dalila que esa reina del jazz que fue Nina Simone supo llevar al blues con especial sensibilidad y gracia, sirviéndole de inspiración a Alenxandre Kantorow para hacer una versión libre que dejó estupefacto al auditorio. Sin duda, dentro del alto nivel artístico general del Festival, junto con la presentación de Kirill Petrenko, esta actuación quedará en la memoria como uno de los hitos de esta edición.
Foto: Fermín Rodríguez / Festival de Granada
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