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Crítica: Alexander Liebreich dirige el primer acto de «La Valquiria» de Wagner con la Orquesta de Valencia

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Autor: Alba María Yago Mora
7 de marzo de 2025

Crítica de Alba María Yago Mora del concierto ofrecido en el Palau de la Música de Valencia por la Orquesta de Valencia dirigida por Alexander Liebreich, con música de Wagner en el programa

Alexander Liebreich y la Orquesta de Valencia con el primer acto de «La Valquiria» de Wagner

Wagner sin reservas

Por Alba María Yago Mora
Valencia, 4-IV-2025. Palau de la Música. Sarah Wegener, soprano; Daniel Behle, tenor; Ante Jerkunica, barítono; Orquesta de Valencia. Alexander Liebreich, director. Obras de Richard Wagner.

   ¿Se puede abarcar lo sutil y lo colosal sin perder convicción? La noche del 4 de abril, en el Palau de la Música, se consagró a Richard Wagner, no como un ídolo lejano del romanticismo alemán, sino como una presencia física, material y compleja. En el programa: Idilio de Sigfrido y el primer acto de La Valquiria, dos extremos cronológicos que encierran la amplitud estética y emocional del compositor. ¿Puede una velada sostener el peso de lo íntimo y lo heroico sin fracturarse? Rotundamente, sí. Alexander Liebreich, al frente de la Orquestra de València, propuso una lectura sin aspavientos pero con músculo, claridad y profundidad.

   La velada se inauguró con el Idilio de Sigfrido. Compuesta como regalo de cumpleaños para su esposa Cósima y estrenada como sorpresa la mañana de Navidad de 1870, muestra al compositor en su faceta más humana y cálida. Liebreich supo recoger ese espíritu con una dirección casi camerística, cuidando las transiciones como si fueran respiraciones compartidas. Optó por una disposición orquestal algo más amplia en la cuerda, como solía hacer el propio Wagner, lo que añadió una riqueza tímbrica que, lejos de diluir la intimidad de la obra, acentuó su atmósfera envolvente.

   La orquesta respondió con calidez, especialmente la cuerda grave, sosteniendo con suavidad el entramado armónico. Las intervenciones de las maderas, finamente perfiladas, insinuaron matices emocionales con un lirismo contenido, sin sentimentalismos. Mientras, los violines tejían un tapiz sonoro terso y sin fisuras. No hubo artificios, solo la música en su forma más pura y natural. La elección de un tempo sosegado permitió desplegar las voces internas con nitidez, dando espacio al “motivo del bosque” para aventurarse entre las sombras de la orquesta con una belleza casi secreta. Un Wagner íntimo y sereno, interpretado con honestidad y sin imposturas.

   La segunda parte del programa trajo el primer acto de La Valquiria, y con él, la eclosión de toda la tensión contenida. Aquí, Liebreich se transformó. Mantuvo el control del discurso orquestal, pero sin reprimir el dramatismo inherente de la partitura. El arranque, con esa tormenta furiosa que lanza a Siegmund a la cabaña de Hunding, fue incisivo, casi violento. Las cuerdas se encresparon con fiereza, y los metales —particularmente las trompas— emergieron como heraldos de una fuerza primitiva. Pasión en estado bruto.

   La orquesta desplegó una sonoridad abrumadora, sin caer en lo grandilocuente. No obstante, en varios pasajes el empuje sonoro llegó a cubrir la voz del tenor Daniel Behle (Siegmund), especialmente en los momentos de mayor densidad armónica. Su canto, si bien de gran musicalidad, se vio a menudo superado por la marea orquestal, lo que restó algo de presencia a su interpretación. Frente a él, Sarah Wegener (Sieglinde) ofreció una lectura intensa, luminosa y flexible, que se mantuvo sólida incluso en los pasajes más comprometidos. Ante Jerkunica (Hunding), con su timbre oscuro y proyección segura, completó el trío con gran autoridad escénica.

   Liebreich no soslayó la complejidad orquestal: las maderas dibujaron los motivos recurrentes; los timbales subrayaron con precisión el pulso dramático sin caer en excesos. El uso de los leitmotivs fue ejemplar, revelando una lectura estructuralista de la partitura sin renunciar a la emoción. La atmósfera se volvió progresivamente febril, alcanzando su punto álgido en el descubrimiento del parentesco incestuoso: un clímax cargado de ambigüedad y lirismo.

   No se puede hablar de La Valquiria sin evocar la sombra de Nietzsche, que vio en Wagner tanto al redentor como al traidor. La fusión entre sensualidad y destino, entre amor y transgresión, que se encarna en Siegmund y Sieglinde, es el punto exacto en que el filósofo decidió romper con su antiguo maestro. La música que acompañaba esa historia encarnaba para él la negación de lo apolíneo en favor del exceso dionisíaco. Wagner, con La Valquiria, desafía esa convención moral y formal, cosa que fascinaba y repugnaba a partes iguales a Nietzsche. Esa ambivalencia estuvo presente el pasado viernes, no solo en la historia contada, sino también en la intensidad con que fue interpretada.

   Fue un acto de afirmación wagneriana en toda regla. Desde la intimidad refinada del Idilio hasta la grandiosidad incandescente de La Valquiria, la actuación brilló por su rigor técnico, su sentido dramático y su capacidad de hacer de Wagner algo cercano e inmediato. A pesar de algunos desajustes esporádicos entre orquesta y solistas, el resultado fue el de una velada musical de altísimo nivel, en la que la desmesura wagneriana no fue un defecto, sino una virtud sabiamente domada.

Foto: Foto Live Music Valencia

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