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Crítica: Hernández Silva y Grabriela Montero interpretan obras de Marco y Tchaikovsky con la Filarmónica de Málaga

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Autor: Alejandro Fernández
2 de noviembre de 2016

INFINITA

   Por Alejandro Fernández
Málaga. 28-10-16-. Teatro Cervantes. Concierto abono nº 3 de la Filarmónica de Málaga. Obras de Tomás Marco y Tchaikovsky. Director: Manuel Hernández Silva. Pianista: Gabriela Montero, piano

  Concierto de enjundia propuesto por Hernández Silva para este programa de abono, en el que el titular de la OFM enfrentó dos perspectivas sonoras radicalmente opuestas en el arco estético, pero estrechamente enlazadas por su vocación sinfónica. A pesar de que el Concierto nº1 de Tchaikovsky diste del género de la sinfonía, al comparar las obras propuestas descubrimos la vocación sinfónica sobre la que se construyen, aún distanciadas en estilo y escuela.

   Hernández Silva regresaba a Málaga tras el éxito con la Primera sinfonía de Sibelius al frente de la orquesta de la OCRTVE, para ofrecer al público malagueño otra sinfonía en este caso la Décima “Infinita” del compositor Tomás Marco. Marco constituye una oportunidad para ahondar en el lenguaje musical construido a lo largo de una dilatada carrera que confluye necesariamente en su última incursión en el género. Como trasfondo la imagen de la música desarrollada en mil y una formas que como reconoce el propio autor en los cinco motivos que estructuran la sinfonía son susceptibles de nuevas adiciones.

   Esta Décima sinfonía fue una obra de encargo del Festival Internacional de Santander estrenado por la Sinfónica de Bilbao, con Cantabria como elemento inspirador. Aunque es inevitable por parte del oyente intentar capturar alguna imagen o referente concreto, Marco trasciende este plano para descender a un espacio más personal donde los sonidos a pesar de su abstracción crean un orden propio. Y para ello demuestra un profundo conocimiento del color orquestal en el que no duda extraer sonoridades inquietantes y provocadoras sobre la base de una contundente sección de percusión. Tampoco faltan intervenciones solistas que surgen dentro de ese magma sonoro en el que nos introduce desde el comienzo el músico.

   La Filarmónica mostró su capacidad como conjunto más allá del gran repertorio: por un lado, la capacidad de concentración de los atriles dada la extrema dificultad de la obra; y por otro, ampliar los horizontes propuestos por el compositor español. Desde la amplia percusión hasta los más diversos recursos desarrollados por las cuerdas, el titular de la OFM desgranó cada movimiento sobre una línea sonora donde el oyente forma una parte activa en el desarrollo de la sinfonía, que alcanza su cenit en el tiempo conclusivo donde la evocación a la Cueva de Altamira es una excusa para la introspección del compositor pero también la capacidad de evocación que puede alcanzar la música: el mar, el valle, la montaña. Los aparentes sonidos descontextualizados, fruto de una elaborada combinación de las más diversas técnicas entre secciones, dan una visión final del orden desde el aparente caos. Obviamente, como toda composición reciente suscitó la incomodidad del público y como no cierta frialdad en la recepción.

   La redacción del Concierto para piano nº1 de Tchaikovsky destapó ciertas controversias con su colega y amigo Rubinstein de ahí que finalmente lo estrenara Hans von Bülow junto a la Sinfónica de Boston en 1875. La partitura pronto alcanzaría fama mundial hasta el punto de eclipsar el resto del catálogo para este instrumento del músico ruso, siendo en la actualidad una de las páginas más interpretadas. Su ámplia introducción forma parte del puñado de fragmentos clásicos explotados hasta el hastío. Pero por encima de ello nos situamos ante uno de los grandes monumentos que para el piano ha dado la literatura concertante.

   Para la ocasión, la pianista venezolana Gabriela Montero fue la encargada de desgranar los tres movimientos que articulan el concierto. Desde la extensa introducción hasta la arrolladora coda final Montero, a pesar del vendaje que presentaba en el cuarto dedo de la mano derecha, osciló entre la rotundidad y el lirismo al que se pliegan las melodías escritas por el compositor especialmente en las cadencias del primer movimiento y el andantino central. Esta gran solista demuestra al teclado soltura técnica huyendo del rubato exagerado frente a la puntual acentuación de su instrumento. Pese al puntual descuadre del comienzo, Montero y OFM mostraron un alto grado de conexión apreciable en los continuos diálogos entre conjunto y pianista, como prueba el andantino central, sin duda el punto de inflexión de toda la interpretación o el arrebatador allegro conclusivo coronado por una rotunda coda final.

   Con el Concierto para piano nº1 concluía el programa oficial, pero Montero no quiso dejar la ocasión para improvisar al piano. Y así fue, porque la pianista venezolana ante la insistencia de los aficionados completó el programa propuesto por Hernández Silva con una tercera página, tan efímera como irrepetible. A propuesta de los oyentes improvisó una serie de variaciones imitando el estilo de compositores como Bach, Mozart… partiendo de la propuesta musical del público. Al término de la misma despertó una cerrada y merecida ovación dando así por concluido el concierto.

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