Por Hugo Cachero
14-10-2014. Madrid. Ciclo Universo Barroco. CNDM. Auditorio Nacional. Handel: Alcina. Joyce DiDonato (Alcina). Alice Coote (Ruggiero). Christine Rice (Bradamante). Anna Christy (Morgana). Anna Devin (Oberto). Ben Johnson (Oronte). Wojtek Gierlach (Melisso). Harry Bicket, director. The English Concert.
Cualquier ocasión de escuchar una de las óperas "mayores" de Handel (categoría elástica que cada vez admite más obras, fruto de un conocimiento creciente), aunque sea como es el caso en una versión concierto, no necesita de estímulos adicionales. Pero como tampoco sobran, el interés de este primer concierto del ciclo Universo Barroco se incrementaba por la presencia en el cartel de un nombre propio, la mezzosoprano americana Joyce DiDonato en el papel titular de la obra. Cantante a la que podemos aplicar el calificativo de diva y por tanto reclamo para el aficionado (no suficiente en cualquier caso para llenar la sala, tal vez por ser martes laborable).
De las cantantes etiquetadas así, como divas, esperamos aporten alguna cualidad/calidad diferencial. ¿Fue el caso? En mi opinión no, como trataré de justificar, teniendo siempre presente que en algunos aspectos prima la subjetividad y el análisis forzosamente será subjetivo (¿y no lo son todos?). Para empezar, es una voz que no me parece particularmente atractiva, sobre todo por el handicap de un marcado vibrato, cualidad que no es un defecto per se, si consigue controlarse y es utilizado con fines expresivos (sobran ejemplos de cantantes tanto del pasado como del presente). Este aspecto no se cumplió en la americana, en la que el vibrato antes bien afeó su canto, en particular en la parte superior de su tesitura. A esta característica se unieron algunos defectos que nos parecen tan evidentes como al parecer poco importantes para el público asistente: ataques fijos al cantar en piano (la nota que intentó crecer en Ah mio cor! fue un sonido particularmente horrible), afinación imprecisa... todo ello denota una técnica con luces y sombras (entre las primeras, para que no se nos acuse de negativos, apuntaremos una buena proyección que permitió a la voz, de volumen interesante, llenar la sala). Y tal vez las mayores pegas a su actuación deban venir por la maniera de la cantante: construcción de su parte desde una expresividad que no es propia del repertorio, resultando sobreactuada en consideración al estilo que debería primar en el Barroco en general y Handel en particular, por más que hay que reconocer sus dotes como actriz logrando momentos emocionantes como en el recitativo acompañado Ah! Ruggiero crudel, tu non mi amasti!. Pero no se puede cantar Handel como si se cantara cualquier otra cosa. También en algún caso pasó de forma desmañada por encima de la coloratura (Ma quando tornerai) y no porque no sea competente en este terreno, como ha demostrado sobre todo en sus mejores rossinis; y como estrella en ejercicio en algunos pasajes cantó a su aire (en Si son quella el cello más que acompañarla la seguía). Pero no sería justo con todo dejar la sensación de que su actuación fue un desastre, logrando momentos de auténtica conexión con la audiencia, como en la maravillosa Ah mio cor! Schernito sei! o en Mi restano le lagrime. Para el que escribe no fueron virtudes suficientes para otorgar una buena nota a una artista de su nombre y las expectativas creadas, con el agravante del uso de una retórica efectista pero equivocada.
Si en el caso de la americana hay al menos posibilidad de debate, con Anna Christy (Morgana) existe poco terreno para la discusión. Voz de escasísimo interés, calidad tímbrica nula, trino aproximado... a pesar de sus intentos un tanto pueriles por resultar simpática y pizpireta, en sus mejores momentos (que tal vez correspondieron al aria Credete al mio dolore) no pasó de una sosa corrección, sin brillar en ese regalo para cualquier soprano que es Tornami a vagheggiar y desaprovechando los da capos con variaciones claramente desacertadas. No fue mejor Alice Coote (Ruggiero), otra cantante con una cierta fama que decepcionó obsolutamente. Llamó la atención negativamente la carencia de homogeneidad del instrumento, donde parecen mezclarse sin ton ni son diferentes voces -ninguna particularmente buena, además; si es el resultado de un deliverado intento por hacer que la voz suene más "masculina", se trata de un error mayúsculo aunque mucho nos tememos que es más fruto de carencias técnicas injustificables. La consecuencia: incapacidad para sostener una línea de canto mínimamente presentable, llena de desigualdades; y como los males nunca vienen solos, en una de esas arias que siempre se aguardan con espectación, Sta nell'ircana, al acometer las largas frases de coloratura se desnudaron graves problemas de fiato, donde la incorrecta utilicación del aire hacía desvanecerse el sonido convertido en un hilo inaudible. Resumiendo, que no dejó para el recuerdo ningún momento brillante cuando su parte tiene muchas ocasiones para ello (como el aria citada, o Mio bel tesoro, o la popular Verdi prati, que fue algo mejor... aunque también quedó en evidencia que Coote, como muchas/os otras/os cantantes, confunde desimpostar la voz y susurrar con cantar en piano, que son cosas muy diferentes). Todo lo contrario puede decirse de la otra mezzo Christine Rice, encargada de Bradamante, que con medios auténticos, sin necesidad de trucos y con una gran seguridad convenció en su difícil papel (es significativo que los primeros aplausos fueron para ella, en su primer aria É gelosia, forza é d'amore, cuando ya habían comparecido las intérpretes principales); sobre todo en Vorrei vendicarmi, una sensacional exhibición de coloratura ejecutada a toda velocidad y de fiato, incluyendo variaciones apropiadas como es de ley; lo mejor de la noche sin duda. Cumplieron el resto, Anna Devin (Oberto), Wojtek Gierlach (Melisso) y Ben Johnson (Oronte), sobre todo el segundo que con Pensa a chi geme d'amor piagata aprovechó muy bien la única ocasión que la partitura le ofrecía de destacar, lo que hizo con una voz rotunda de ascenso fulgurante al agudo (por contra, la zona grave es un poco de trampantojo).
Y si el reparto vocal adoleció de todos los problemas que hemos expuesto ¿qué nos queda? Pues nos queda y no es poco la versión musical de The English Concert bajo la dirección (siempre desde el clave, como mandan los cánones) de Harry Bicket. Espléndida versión globalmente considerada, desde una perspectiva que se aleja de la espectacularidad o la búsqueda de novedades no siempre acertadas que predominan en otros directores, resultando por el contrario impecablemente canónica, incluso académica en el mejor sentido que pueda darse al término. Bien es cierto que en el primer acto se echó a faltar una mayor energia por momentos, mayor acentuación en pasajes que hubieran permitido de esta forma lucir aún más a la orquesta; pero en los dos siguientes esta sensación de cierta "flojedad" quedó totalmente superada por una interpretación mucho más intensa, aunque en todo momento ajustada a la concepción dramática de la música handeliana (y es esto algo que por ejemplo DiDonato parece no comprender: los sentimientos están ya expresados en la música -de manera estereotipada si se quiere- que plasma los diferentes "afectos" en un código que corresponde a los interpretes traducir, sin necesidad de recurrir a la desmesura emocional más propia de otros repertorios... lo que en todo caso viene a ser un problema de otros repertorios, en mi opinión). Ello hace pensar en que la gradación de la intensidad fue un efecto perfectamente buscado por el director que convenció incluso a los que personalmente gustamos de mayores concesiones al espectáculo, por así decir. Muy bien por tanto Bicket tanto en su planteamiento como en la ejecución, al lograr una articulación modélica de las partes sin descuidad en ningún momento la tarea de acompañar a los cantantes, cosa que en algún pasaje no pusieron fácil, en una línea muy británica heredada de ilustres predecesores que se aleja de las dinámicas epatantes o los tempi deslumbrantes, lo cual es una opción estética igualmente válida siempre que no se caiga en la parsimonia o el amaneramiento (no hace falta decir nombres, que todo se sabe). En lo que respecta a la orquesta, a destacar por encima de todo su conjunción y precisión nada mecánica y sí muy musical -obvia en un repertorio que no puede tener secretos para ella-, y a título individual, en una ópera que no da lugar a muchas alegrías en cuanto a la variedad tímbrica, la concertino Nadja Zwiener y su delicioso acompañamiento en el aria Ama, suspira y sobre todo el cellista Joseph Crouch, sobervio a lo largo de toda la velada en el continuo y luciéndose en el aria Credete al mio dolore, donde nos regaló una cadencia (¡qué poco acostumbramos a ver esto, por desgracia!), y que fue recompensada con calurosos aplausos por el público (ni se me ocurre pensar que los aplausos fueran dirigidos en este caso a Anna Christy). En el haber, por contra, las trompas del Sta nell'ircana, que al margen de pifiar alguna nota sonaron desafinadas y estrepitosas en exceso.
Sería absurdo ocultar, para finalizar, que el éxito en el Auditorio Nacional fue incontestable; y sin embargo no lo creo justificado o al menos requiere de muchas matizaciones; matizaciones que sobre todo recaen en el principal atractivo que a priori presentaba el cartel, una cantante con etiqueta de diva lírica con todo lo que ello implica, y que en lo que respecta a lo puramente musical hemos tratado de describir críticamente (por fortuna no nos corresponde enjuiciar el estilismo que lució; no dejó indiferente a nadie). Sobre otras consideraciones que entrarían más en el terreno de la psicología no queremos ni debemos entrar, y por tanto solamente podemos emitir un juicio (que admite todas las apelaciones) en el que la conclusión no puede ser muy positiva.
Compartir
Aviso: el comentario no será publicado hasta que no sea validado.