¿Es Vladimir Worowitz el mejor pianista de la Historia? Muchos piensan que sí. Lo que se puede asegurar sin duda es que estamos ante uno de los más geniales, fecundos y estimulantes pianistas que han existido. La figura de Horowitz sigue siendo, en cierta medida, un misterio, también para el oyente del siglo XXI, un artista del tal potencia y calibre que ha servido de fuente inagotable de inspiración para otros grandes. Es el caso del Alberto Girri, poeta argentino que llegó a escribir el libreto de la ópera Beatrix Cenci de Alberto Ginastera, y que también quiso proponer una imagen poética del gran pianista ruso. El titulo: «En qué la perspicacia».
¿En qué la perspicacia
de Horowitz es mayor
que la de Scarlatti?
¿Por haber dado
entre sus quinientas sonatas
con las diez, doce, quince,
irresistibles como síntesis
de urbanidad y violencia,
lo cortesano y lo salvaje,
ecos españoles en ecos de danzas,
tamboriles, bordoneos de guitarras,
y lo itálico en el canto?
¿Porque acierta
a destacarlas con los más precisos
ángulos de coincidencias,
ni atento a su estado
de partituras de época, estrictamente,
ni actualizándolas,
ni que el piano
suene como clave,
ni enmarañar las notas,
su ligereza, nítida gracia,
abusar de los recursos del piano?
¿Es que la diferencia en favor
de Horowitz no provendrá
de que las sonatas implican dos
movimientos creadores,
el arte de su autor, íntimo,
variable de humor en humor,
y el del intérprete, virtuoso
según la medida de su encarnizamiento
en pos de una traducción objetiva,
sin cesar igual a sí misma,
invariable siempre lo que conmueve?
Hay hombres que mejoran
el color de la tela, eso es todo.
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