"Éste ha sido el penúltimo concierto del Sr. Gilbert al frente de la orquesta dentro de la temporada de abono pero me atrevo a vaticinar que cuando en el futuro se hable de su titularidad, nadie habrá olvidado esta representación".
Por Pedro J. Lapeña Rey
Nueva York. David Geffen Hall.1-VI-2017.El oro del Rhin (Richard Wagner).Eric Owens(Wotan), JamieBarton (Fricka), Rachel Willis-Sorensen (Freia), Christian Van Horn (Donner), Brian Jagde (Froh), Rusell Thomas (Loge), Morris Robinson (Fasolt), Stephen Milling (Fafner), Christopher Purves (Alberich), Peter Bronder (Mime), KelleyO'Connor (Erda), Jennifer Zetlan (Woglinde), Jennifer JohnsonCano (Wellgunde), Tamara Mumford (Flosshilde). Dirección Musical: Alan Gilbert. Director de escena: LouisaLuller.
La programación musical de estas dos últimas semanas en Nueva York nos ha traído una anécdota curiosa. Mientras la Orquesta del MET ha llevado a cabo su residencia anual de tres conciertos en el Carnegie Hall bajo la batuta de Esa-Pekka Salonen, la Orquesta Filarmónica de Nueva York ha programado una ópera –no una cualquiera- en concierto: “El oro del Rhin”, de Richard Wagner, prólogo de su tetralogía. De la experiencia, la NYPO ha salido claramente ‘vencedora’. Mientras a la Orquesta del MET se le han visto las costuras en el repertorio sinfónico mahleriano, la NYPO ha dado una de las mejores versiones que uno puede imaginar de la obra wagneriana.
Por lo que hemos sabido, la idea inicial de Alan Gilbert para terminar su titularidad era tan ambiciosa como muchos de sus proyectos de los últimos años. Estrenar por fin en Nueva York “Saint François d'Assise”, la obra maestra de Olivier Messiaen. El proyecto obviamente no salió adelante y bien que lo lamentamos. Pero la alternativa ha estado a la altura.
De las cuatro obras de la tetralogía wagneriana, “La walquiria” y “Sigfrido” son sin duda las más fáciles de ver de manera individual. Muchas orquestas las programan ya sean completas o por actos, cuando tienen algún tenor o soprano de prestigio que no quiere “someterse” a un mes de ensayos y varias funciones. Más difícil es poder ver de manera individual “El oro del Rhin”, obra que necesita 14 cantantes, la mayor parte de ellos de gran nivel, lo que no está evidentemente al alcance de muchas instituciones musicales.
Un problema añadido que nos podemos encontrar con esta obra, cuando se interpreta junto a sus “tres hermanas” en el marco de una Tetralogía completa, es que rara vez la interpretación alcanza gran nivel. No sé si es la complejidad del discurso musical, el hecho de no ser tan directa como el resto, o que los propios intérpretes “se reservan” sabiendo lo que se les viene encima. El hecho es que de las que he podido ver en vivo, maestros de la talla de James Levine, Christian Thielemann, Pinchas Steinbergo ZubinMehta, estuvieron en “El oro del Rhin” por debajo del gran –o buen, según los casos– nivel de Walquiria, Sigfrido u Ocaso.
Con estos antecedentes acudimos el pasado jueves al David Geffen Hall. La obra se ofreció semi-escenificada, todo un acierto cuando estás en un auditorio. Las versiones puras en concierto casi nunca funcionan por muy buenos cantantes que tengas, sobre todo cuando éstos entran y salen a leer partituras. No fue el caso. La directora de escena Louisa Muller preparó una escenografía muy básica que fue más que suficiente. La parte delantera del escenario con una rampa en el lateral derecho para subir o bajar del mismo, y un gran arcón de madera en el lateral izquierdo para fijar espacios. El diseñador David C. Woolard preparó un “atrezzo” simple pero muy efectivo para seguir la obra: Las tres hijas de Rhin vestían unos trajes largos sedosos de color azul, los nibelungos una especie de uniforme gris similar al de los médicos del 112, y los gigantes abrigos largos de cuero negro. Los dioses por su parte portaban elementos clásicos – Wotan su lanza o Donner su martillo – salvo Loge, que vestía una llamativa americana roja de lentejuelas. La gran dirección de actores que la Sra. Muller consiguió con estos medios tan parcos – audaz y acertada la idea de representar el oro con lentejuelas doradas – nos permitió centrarnos en lo realmente importante: la música y la gran labor escénica de los cantantes. En días así, te cuestionas la ingente cantidad de dinero que se gasta en “grandes producciones” que en bastantes ocasiones obtienen un nivel ínfimo.
El reparto vocal nivel fue de bastantes quilates, con todos los intérpretes a muy buen nivel. Incluso los dos pequeños lunares de la representación, con sus carencias, hicieron un trabajo muy digno. Empezamos por el primero de ellos. El Alberich del último Anillo del MET en 2013 junto a la dupla Luisi-Lepage, Eric Owens, ha “ascendido” al papel de Wotan. Lo debutó en la Lyric Opera de Chicago el pasado otoño. Personalmente pienso que es un papel que le excede, y creo que aún le excederá másel próximo mes de noviembre cuando aborde “La Walquiria”. Además, los antecedentes en esta temporada tampoco habían sido halagüeños, como ya reseñamos en las funciones de “L’amour de Loin” y o de “Rusalka”. Sin embargo, el jueves estuvo bastante mejor y apreciamos muchas de sus virtudes. Hace una auténtica recreación del personaje de Wotana través de un canto noble, seguro, y bien interpretado que por momentos nos lleva a olvidarnos de sus carenciasy de su emisión retrasada. Ha sido sin duda la mejor prestación que le he visto.
Excelente Russell Thomas como Loge, sin duda uno de los triunfadores de la función. Bordó el personaje resaltando su astucia, su ironía y su desprecio por el resto de sus colegas, aunque manteniendo la pose distinguida que debe tener un dios. La voz es lírica, potente, luminosa aunque no particularmente bella. Eso sí, está bien emitida, es expresiva y la proyecta de manera adecuada. Su monólogo fue excelente, pícaro, socarrón, y su ejemplar actuación solo se vio mermada en la parte final donde pareció algo cansado.
El barítono Christian Van Horny el tenor Brian Jagde fueron respectivamente Donner y Froh. Cantantes de poco vuelo, cumplieron de sobra sus cometidos, sobre todo el primero en la escena final, cuando tras reservarse durante casi toda la función, dio unos “He da! He da! He do!” impactantes.
La mezzo Jamie Barton fue una Fricka sobresaliente. Con su voz oscura, de gran tamaño y perfectamente manejada confirmó la gran impresión que nos dio como “La bruja Jezibaba” en la Rusalka del MET. Desde su primera intervención recriminándole a Wotan su pacto con los gigantes, a su afectado tema del dolor, fue una Fricka muy bien interpretada. Nos quedamos con ganas de haberla oído en “La Walquiria”. El breve papel de su hermana Freia estuvo a cargo de la soprano Rachel Willis-Sorensen, de figura imponente y voz de lírica con peso, con buena emisión, quien transmitió adecuadamente el miedo y la zozobra de su personaje. Sin duda mejor aquí que en algún papel de ópera italiana que le hemos visto en el pasado.
Los gigantes estuvieron a cargo de Morris Robinson– Fasolt – y Stephen Milling– Fafner-que destacaronmás en la faceta teatral que en la canora. El primero, de voz grande y contundente, pero con una emisión muy gutural y entubada, fue muy aclamado por el público. El segundo, a quien ya habíamos visto este papel en el Anillo de Valencia en 2009, sigue impresionando por su voz ancha y recia, y su interpretación algo siniestra. Pero al igual que le sucede a su compañero, la emisión es dura. En cualquier caso y con los reparos señalados, fueron unos gigantes apropiados y creíbles, a la manera del “primo de zumosol”.
A mucho más nivel la pareja de nibelungos, sobre todo el Alberich del barítono inglés Christopher Purves, quien fue sin duda la estrella de la velada. Con voz de barítono lírico, homogénea y bien emitida, su interpretación fue antológica. Desgranando palabra a palabra, frase a frase, fue lascivo y siniestro con las hijas del Rhin, implacable y malvado con su hermano y el resto de nibelungos, e insolente con los dioses. La escena de la maldición, colérica, enérgica y un tanto desgarradora, fue la guinda de una noche inolvidable. Difícil pensar hoy en día en un Alberich mejor. Destacada también la labor del veterano Peter Brondercomo Mime. El papel, que ha interpretado en innumerables ocasiones en su larga carrera, no tiene secretos para él. Al igual que Purves, detalla cada frase como si fuera la última, y nos llega a conmover cuando lamenta la situación de semi-esclavitud en que le mantiene su hermano.
A la californiana Kelley O'Connor le faltó algo de fuerza para ser una Erda profética. Su plegaria tuvo más halo de misterio que de advertencia fatídica. Por el contrario, las tres hijas del Rhin estuvieron magníficas. Jennifer Zetlan y Jennifer Johnson Cano brillaron como Woglinde y Wellgunde. Por su parte, Tamara Mumford con su voz oscura de timbre precioso, cantó el rol de Flosshilde de manera excepcional, confirmando la excelente impresión que nos causó en “L’amour de Loin”.
Como en todas las obras wagnerianas, el protagonista principal es la orquesta, y aquí no fue una excepción. Majestuosa, brillante, cálida, empastada, pura lujuria orquestal que nos llegaba de manera directa, sin foso de por medio. Alan Gilbert hizo una versión inolvidable. Con él no tuvimos la grandiosidad de un Hans Knappertsbusch ni la disección prodigiosa de un Pierre Boulez. Su lectura es terrenal, directa al corazón, de enorme carga dramática, resaltando las pasiones y contradicciones de los personajes. La música fluye de manera natural, enlazando una escena tras otra de tal manera que parece que no hay opción alternativa. En ciertos momentos, sobre todo cuando acompañaba a los cantantes con menos volumen vocal, quizás controló demasiado a sus músicos, pero en líneas generales su versión fue estupenda. Pocas veces se puede oír un descenso al Nibelheimcomo el que oímos aquí. El refinamiento tímbrico que consiguió en la descripción del viaje, con los trinos de violas y chelos – una vez más en estado de gracia con un Carter Bray inconmensurable a su frente – y la posterior entrada de contrabajos, fagots y los segundos violines con el leitmotiv de Loge, fueron de no creer. La entrada progresiva del resto de la orquesta, los yunques, y la transición final a la tercera escena nos dejaron pegados al asiento. La primera entrada de los dioses y la posterior de Freia, el acompañamiento impulsivo y enérgico a la maldición de Alberich, o todo el misterio premonitorio que fue capaz de conseguir en la escena de Erda fueron igualmente inolvidables. En fin, una prestación soberbia de orquesta y director, que junto a lo comentado anteriormente, sitúan esta función en la cima de los siete “oros del Rhin” que he visto en directo.
Al terminar la representación, el público se levantó como un resorte y las ovaciones duraron cerca de diez minutos.
Éste ha sido el penúltimo concierto del Sr. Gilbert al frente de la orquesta dentro de la temporada de abono – aún quedarán los conciertos gratuitos en los parques de Nueva York y las tres residencias veraniegas en Shanghai, Colorado y Santa Barbara – pero me atrevo a vaticinar que cuando en el futuro se hable de su titularidad, nadie habrá olvidado esta representación.
Compartir