Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto de Alain Altinoglu y Denis Kozhukhin con la infónica de la Radio de Fráncfort en Ibermúsica
Maestros de la orquestación
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 23-III-2023, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Preludio a la siesta de un fauno (Claude Debussy). Concierto para piano en sol mayor (Maurice Ravel). Denis Kozhukhin, piano. Scheherezade,suite sinfónica op. 35 «Las mil y una noches» (Nikolai Rimski-Korsakov). Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort. Director: Alain Altinoglu.
Después de 26 años de su última comparecencia regresaba al ciclo Ibermúsica la Orquesta de la Radio pública de Hesse, con sede en Fráncfort del Meno, principal ciudad del citado Länder o Estado federado alemán. Tal y como se anunció al comienzo, el concierto se dedicó a la memoria de la excelsa pianista española Alicia de Larrocha en el centenario de su nacimiento.
Tres grandísimos orquestadores protagonizaban el evento, con una primera parte dedicada al impresionismo francés. Aunque Claude Debussy renegara de dicho término para su música, lo cierto es, que mediante la combinación del simbolismo literario, el impresionismo pictórico y su anhelo de distanciarse del romanticismo y de la fuerte influencia wagneriana vigente en la época, el gran compositor francés consiguió su objetivo de crear una nueva sonoridad para la música del siglo XX. Perfecto ejemplo de ello es el Preludio para la siesta de un fauno basado en un poema de Stéphane Mallarmè, figura indiscutible de simbolismo literario.
La tan bella como misteriosa, rebosante de rasgos orientales melodía de la flauta, espléndidamente expuesta por la salmantina Clara Andrada de la Calle, nos introdujo adecuadamente al mundo de sonoridades tenues, delicadas y vaporosas de Debussy, bien escanciadas por la batuta del director francés Alain Altinoglu y la orquesta de la que es actual titular.
Maurice Ravel sólo escribió dos conciertos para piano y orquesta, uno para la mano izquierda y el maravilloso en sol mayor estrenado por Marguerite Long en 1932. La obra reúne una orquestación magistral, exquisita y luminosa, con importantes influencias del Jazz y el ragtime, así como de Mozart en el segundo movimiento y también de la música española, tan habitual en el músico nacido en Ciboure.
A diferencia de otros artistas de su tierra, Denis Kozhukhin, habitual en el ciclo Ibermúsica, ha podido continuar su carrera artística en Occidente. Se trata de un buen pianista de la inagotable escuela rusa, pero no es el Concierto en sol de Ravel la obra que más se ajusta a sus cualidades artísticas. Desde la pronta entrada del piano después del golpe de fusta con el que comienza la obra, pudo apreciarse el sonido potente y de buena presencia sonora de Kozhukhin, pero falto del pulimiento, de la belleza y luminosidad que pide esta partitura. El fraseo, falto de contraste, de poso, de refinamiento, como pudo apreciarse en el hermosísimo segundo capítulo, en el que la sublime melodía no adquirió el apropiado vuelo, la magia, la evanescencia, el lirismo de tan genial pasaje. Lo mejor del pianista ruso llegó en el Presto, en el que se impuso su técnica, la digitación vertiginosa y la desenvoltura en los abundantes cruces de manos. Sensible y refinado el acompañamiento de Altinoglu y la orquesta con unas maderas espléndidas, con especial lucimiento del corno inglés en el adagio.
Como propina, un Kozhukhin mucho más en su salsa interpretó «En la iglesia» del Álbum de la juventud op. 39 de Tchaikovsky.
Para culminar este cónclave de maestría orquestadora, la segunda parte la protagonizó una obra tan prodigiosa en dicho aspecto como Scheherezade de Rimsky Korsakov, todo un paradigma de virtuosismo en la orquestación. Basado en las Mil y una noches, -con plena mirada al exotismo orientalizante- y, aunque el autor apostatara de los elementos programáticos, los hay y no sólo por los títulos de cada movimiento. Scheherezade es siempre una prueba para una orquesta y la de la Radio de Frankfurt demostró su alta categoría con una cuerda propia de una orquesta alemana, compacta, ancha, densa y aterciopelada, unos metales seguros y brillantes y, sobre todo, unas maderas sobresalientes, entre las que se encuentran dos magníficos solistas españoles. La ya citada flautista salmantina Clara Andrada de la Calle y el oboísta gaditano José Luis García Vegara. Espléndida prestación, asimismo, propia de un virtuoso, la del solista de clarinete Tomaz Mocilnik.
Altinoglu, buen constructor, batuta elegante, capitaneó un Scheherezade muy bien tocado, brillante, con un sonido de gran calidad y esplendor tímbrico, intervenciones espléndidas de las maderas y del concertino, que asume el papel de la protagonista, con unas melodías pletóricas, inspiradísimas, que fueron impecablemente delineadas por el violín de Ulrich Joachim Edelmann.
Faltó variedad de colores y cierto idiomatismo, esa fuerza en los metales, esa energía y grandiosidad tan rusas, ese alma eslava, que pudimos apreciar en la memorable interpretación de Iuri Termirkanov al frente de la Filarmónica de San Petersburgo hace pocos años en Ibermúsica. En cualquier caso, una notable y brillante interpretación por parte de una magnífica orquesta alemana y un buen director al frente, que regalaron como broche del concierto una espléndida obertura de la ópera Ruslán y Lyudmila (San Petersburgo, 1842) de Mikhail Glinka, tan admirado por Rimsky Korsakov y padre de la ópera rusa.
Fotos: Rafa Martín/Ibermúsica
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