AINHOA ARTETA, EN PLENITUD
En el marco de una gira de recitales que le llevará por toda España, la tolosarra Ainhoa Arteta regresaba a Zaragoza para ofrecer una velada dedicada a Schumann, Strauss, García-Abril y Falla, en un concierto organizado por la Sociedad Filarmónica de Zaragoza y el Auditorio de esta ciudad. Un Auditorio que, por muy querido que sea a la soprano, no tiene ni de lejos en la Sala Mozart el espacio ideal para disfrutar de las voces, que pierden su proyección natural y llegan a generar algunos ecos incómodos. Recitales como éste tendrían que tener en el Teatro Principal de Zaragoza su espacio natural, por mucho que su aforo sea aproximadamente la mitad que el de la Sala Mozart, que tampoco se llena constantemente, por atractiva que sea la propuesta.
En todo caso, como la propia artista explicaba a CODALARIO hace unos días, Ainhoa Arteta se encuentra en un momento dulce, de madurez vocal y serenidad interpretativa. La velada de ayer, acompañada al piano por Rubén Fernández Aguirre, fue una demostración de trabajo bien hecho y de lecciones aprendidas.
El recital comenzaba con op. 42 de Schumann, Frauenliebe und Leben (Amor y vida de mujer), un ciclo que Arteta perseguía cantar desde hace tiempo y al que ha llegado en una madurez vocal ciertamente adecuada a las demandas de esta partitura. La artista desgranó el ciclo dejando traslucir en todo momento un laborioso esfuerzo por acercarse un repertorio que hasta ahora le era ajeno. Así, dio muestras de un fiato estudiadísimo del que tan solo cabría demandar, para una interpretación más redonda, un mayor esfuerzo hacia una dicción alemana menos italianizante, esto es, más incisiva en las consonantes y menos líquida en su apoyo en las vocales. Matices al margen, sin duda la mejor pieza del ciclo fue el emocionante "Süßer Freund, du blickest mich verwundert an", buscando Arteta ahí una ensoñadora media voz. A cambio, en el debe, se antojó quizá demasiado enfática o teatral la lectura del último lied del ciclo, el "Nun hast du mir den ersten Schmerz getan". En todo caso, muy resuelta recreación de un ciclo complejo, que Arteta debutaba en esta gira de conciertos, y en el que imaginamos que insistirá hasta redondear plenamente la lectura.
La primera parte se cerraba con tres canciones de Strauss, quizá tres de las más conocidas, por méritos propios, de su catálogo. Comenzó así recreando un "Morgen" lleno de poesía, tanto en la introducción al piano de Fernández-Aguirre como en el decir de la soprano. Espléndido, sin duda. Ofreció después los lieder "Ständchen" y "Zueignung", comprobándose en ellos, como en el precedente "Morgen", que el timbre cada vez más redondo y carnoso de Arteta sintoniza muy bien, por su esmalte, con la expresividad straussiana.
La segunda mitad de la velada comenzaba con las inspiradísimas "Canciones del Recuedo" de Antón García-Abril, seguidas de "Tres canciones sobre textos de Antonio Machado dedicadas a Ainhoa Arteta". Estas piezas del compositor turolense poseen una frescura, una inocencia, una melancolía, que casa muy bien con el timbre todavía joven pero más denso y maduro de Arteta. Un acierto incluirlas en un recital muy bien planteado.
El concierto se cerraba con las "Siete canciones populares españolas" de Falla, un ciclo que muchos tenemos grabado en la memoria, en la voz y el decir de la gran Teresa Berganza. Arteta hizo suyas, con gracia y con duende, las expresivas y maravillosas piezas de Falla, en esa amalgama genial de impresionismo y folclore, convenciendo especialmente en la "Jota" y en la "Nana". Remató su lectura del ciclo con un "Polo" lleno de garra. Una espléndida lectura, pues, de un ciclo referencial e inspiradísimo, donde quizá tan sólo cupiera reclamar también una dicción algo más precisa.
Tras los aplausos, Arteta regaló dos propinas. El "A Chloris" de Reynaldo Hahn y "No corté más que una rosa..." de La del manojo de rosas, de Sorozábal, esta última pieza en homenaje y recuerdo a la gran Pilar Lorengar, cuya memoria quiso honrar Arteta donde quizá menos se la recuerda, en su propia casa, como también nos confesó en su momento la propia cantante.
Por otro lado, sólo cabe alabar la labor de Rubén Fernández-Aguirre como acompañante, recreando en todo momento un piano que respiraba, dinámico, atento a cómo Arteta desgranaba el texto. Sonó romántico y emotivo en el ciclo de Schumann. Y supo también mostrarse brillante y enfático acompañando las piezas de Strauss y Falla. Sin duda un acompañamiento de primera a cargo de un pianista que disfruta con su trabajo, como su rostro dejó entrever durante la velada.
Al margen de los comentarios musicales resultó irritante, como es triste costumbre en este Auditorio (como en tantos otros...), el concierto paralelo de toses, carraspeos y, cómo no, un móvil en mitad del ciclo de Falla.
Sea como fuere, muy notable trabajo de Arteta, a la que sólo cabe desear mucha fortuna en sus próximos recitales y, sobre todo, en su debut ovetense como Elisabetta en Don Carlo.
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