El día después de la presentación de "Aida" en la Scala de Milán -8/2/1872, un éxito rotundo- Verdi declaraba: "No quiero hacerme el modesto, pero no es ni mucho menos lo peor que he escrito. El tiempo le dará la posición que merece". Indudablemente, el tiempo le dio la razón, pero con la salvedad de que disfrutar de una de las mejores obras líricas de todos los tiempos depende, en buena medida, de la batuta que lea la partitura.
Después de Milán, toda Europa reclamaba al editor Ricordi la autorización para la representación de la obra y el propio Verdi negó, durante dos años, este derecho a todo teatro que no reuniera las condiciones para el éxito que él entendía debía conseguir. ¿Autorizaría ahora a determinados directores a que accedieran a sus escritos? Lamentablemente, Pedro Halffter no termina de entender lo que el de Busetto dejó en el pentagrama. Desde los primeros compases hizo de los tempi lo que quiso, pasando del lento al forte (casi trote de caballos) a voluntad. Se puede decir que hasta el tercer acto no se aproximó a la medida musical, sin que el traje le quedara perfecto. Verdi buscaba el sentido dramático no sólo en la música, sino también en el texto, en la coherencia de la historia; tanto es así que llegó a cuestionar incluso la métrica del libreto en busca de ese sentido dramático, musical y de introspección psicológica de los personajes.
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