El verismo que ofrece Cilea es quizás de los más elegantes de su generación, probablemente con el presente en la Fedora, de Giordano. Adriana Lecouvreur es una de esas obras que por propia temática teatral exige una protagonista con especial envergadura escénica, hecho que no han desperdiciado prestigiosos nombres como el de Magda Olivero, Renata Tebaldi, Renata Scotto, Raina Kabaivanska, Montserrat Caballé o Mirella Freni para lograr auténticas recreaciones.
En Ainhoa Arteta encontramos probablemente una de las artistas que más pueden aportar a este papel a día de hoy, aunque debemos reconocer que en la función presenciada se apreciaron ciertas inseguridades y falta de maduración del personaje que seguramente se irán puliendo con el paso de las funciones así como en futuras producciones. El instrumento de Arteta mantiene la carnosidad y densidad de las últimas ocasiones en las que hemos podido ser testigos de su trabajo sobre el escenario. Notas perfectamente flotadas aquí y allá como en "la promessa terrò" y generosas dosis de un sonido de gran tridimensionalidad y expansión tímbrica en los momentos de mayor auge dramático apreciadas en frases como "una fronte di gel, che mai debba arrossir" del tercer acto o en el "tutto è finito" y "con voi d'un giorno senza ritorno" de la conmovedora "Poveri fiori". Sabemos que Arteta puede hacer de este papel una de sus auténticas referencias y que la ganancia de confianza y asentamiento del personaje en su voz serán claves para ello.
La mezzo italiana Luciana D'Intino, pasados los cincuenta, continúa ofreciendo la bravura y pasionalidad en su canto que siempre la han caracterizado. Ausente de ABAO desde 1994, cuando encarnó a Eboli, se ha presentado con una vocalidad más fresca de lo esperado. En los últimos años se había abierto una brecha cada vez más amplia entre su registro grave y central, creando entre ambas una zona en el pentagrama carente de proyección y de un sonido pobre y entubado. Como la celosa y apasionada Princesa de Bouillon hemos apreciado menos ese desnivel y la homogeneidad entre registros ha mejorado o, al menos, no se ha puesto tan de manifiesto, manteniendo a la vez gran parte de la luminosidad del agudo y su conocida rotundidad en las notas de pecho. Uno de los mejores momentos de la velada fue el duelo entre ambas protagonistas "Egli è il sol" con el que se cierra el segundo acto.
La Orquesta Sinfónica de Bilbao cuajó una notable prestación de la partitura de Cilea bajo la experimentada y dúctil batuta de Fabrizio Carminati, especialmente alerta en noche de estreno y de abundantes debuts de personajes sobre el escenario. Por cierto, en exceso forzado el crescendo para cerrar el "amor mi fa poeta" de la entrada de Ribeiro buscando el aplauso del respetable.
Correctas las intervenciones del Coro de Ópera de Bilbao e irrelevante la producción del San Carlo de Nápoles dirigida por Lorenzo Mariani y Eleonora Gravagnola en la reposición, con una escenografía de Nicola Rubertelli sin excesiva imaginación y poco acogedora así como en exceso abierta, lo que siempre penaliza la proyección de las voces en este magno auditorio, siendo lo más logrado el rico y elegante vestuario de época de Giusi Giustino.
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