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Crítica: «Adriana Lecouvreur» en el Liceu

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Autor: Raúl Chamorro Mena
26 de junio de 2024

Crítica de Raúl Chamorro Mena de la ópera Adriana Lecouvreur de Cilea en el Teatro del Liceo de Barcelona

«Adriana Lecouvreur» en el Liceu

El baile de repartos no impide una apreciable Adriana Lecouvreur

Por Raúl Chamorro Mena
Barcelona, 22-VI-2024. Gran Teatro del Liceo. Adriana Lecouvreur (Francesco Cilea). Valeria Sepe (Adriana Lecouvreur), Freddie de Tommaso (Maurizio di Sassonia), Daniela Barcellona (Princesa de Bouillon), Ambrogio Maestri (Michonnet), Felipe Bou (Príncipe de Bouillon), Didier Pieri (Abate de Chazeuil), Carlos Daza (Quinault), Marc Sala (Poisson). Orquesta y coro del Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Patrick Summers. Dirección de escena: David McVicar. Reposición a cargo de Justin Way. 

   Volvía al Liceo de Barcelona Adriana Lecouvreur y la ya clásica puesta en escena de David MacVicar, después de las funciones de 2012, de las que pude ver los tres repartos programados, con uno formado por Barbara Frittoli, Roberto Alagna, Dolora Zajick y Juan Pons, lo que calificó en su día mi añorado amigo y maestro Joaquín Sagarmínaga como el “último reparto de disco”.

   Esta reposición de la magnífica ópera de Cilea ha constituido una especie de culminación de un fenómeno que últimamente se está repitiendo demasiado en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, las constantes cancelaciones y bailes en los repartos, de tal manera, que no se cumple prácticamente ninguno de los elencos anunciados. Cancelaciones ha habido toda la vida en la ópera, por supuesto, pero llama la atención la reiteración de las mismas en las programaciones del Gran Teatro barcelonés y muchas de ellas por razones nada claras o, directamente, poco admisibles, lo que redunda, desgraciadamente en la pérdida de prestigio del teatro. Tengo un cariño enorme al Liceu, donde he visto casi 200 representaciones desplazándome desde Madrid, por tanto, me duele que esto ocurra. En Adriana se han sucedido hasta cinco cambios de reparto, quedando la primera distribución casi irreconocible. Unos justificados, por supuesto, otros no tanto, como los de Jonas Kauffmann y Sonya Yoncheva. Lo de cancelar «por problemas de agenda» se acerca a la tomadura de pelo al teatro y al espectador. Ya sea problema de los cantantes o de sus representantes, es inadmisible, ¿o es que firman varias funciones a la vez y luego cantan lo que mejor les viene? sin respeto alguno al público. Me pregunto si puede permitirse un teatro de la categoría del Liceo de Barcelona anunciar, que la apretada agenda de Sonya Yoncheva no le permite abordar su debut como Adriana Lecouvreur, pero que espera dichoso su retorno con Madama Butterfly. No oiga no, lo primero es el prestigio y la dignidad del teatro. No vuelva usted por falta de seriedad. Lejos quedan los tiempos en que un gran cantante iba a debutar un papel y se lo preparaba a conciencia, aunque tuviera que parar su actividad un tiempo. Ahora firman contratos a mansalva y luego cantan donde les viene mejor y renuncian a debutar tal o cual papel. Pero, en fin, así está la lírica hoy día. Las cuatro o cinco estrellas con vitola de «divos» y unos pocos agentes artísticos poderosos campan a sus anchas, someten a los teatros y les da igual el público. 

«Adriana Lecouvreur» en el Liceu

   Centrándome en esta función de la obra maestra de Francesco Cilea correspondiente al día 20 de junio, debo subrayar que, a pesar de todo, asistí a una función estimable y más que disfrutable de Adriana Lecouvreur. Cilea con un libreto de Arturo Colautti combina con inspiración, el melodismo de tradición italiana, plasmado en una hermosa escritura para la voz, y una orquestación muy refinada, depurada, elegantísima, con gotas de perfume francés. Por ello, se la ha encuadrado en el llamado «verismo de salón».

   El papel titular de Adriana, eximia actriz de la Comédie-Française, corresponde a «una diva interpretando a una diva» y pide una gran cantante-actriz, que se ve inmersa en una trama de intrigas, celos y venganza. No una actriz que a veces cante o lo haga de cualquier manera. Se debe cantar muy bien y disponer de un material de fuste, pues afronta pasajes de gran belleza y alto vuelo melódico. Por su parte, la tesitura es fundamentalmente central con puntuales ascensos al agudo.  

   En esta ocasión y tras los variados cambios de reparto, la protagonista fue la soprano napolitana Valeria Sepe, que le faltó esa personalidad y carisma que uno espera como Adriana, pero que demostró ser una buena cantante y completó una más que digna interpretación. La Sepe dispone de una voz de soprano lírica justita con un timbre poco atractivo, hasta un punto blanquecino, pero está bien emitida, además de poseer una ortodoxa escuela de canto. La napolitana demostró ser una cantante musical, con buen gusto y cuidada línea canora, no muy variada de fraseo y acentos, bien es verdad. Como Intérprete su entrega y sinceridad fueron indiscutibles, aunque, efectivamente, esa falta de carisma penaliza particularmente en este papel y por ello le faltó impacto a una escena como el monólogo de Fedra del tercer acto, pero tiene mérito enfrentarse y salir indemne a un animal de teatro como la Barcellona. 

   Efectivamente, Daniela Barcellona, la cantante Rossiniana, la prestigiosa belcantista, está afrontando papeles bien distintos en esta fase de su carrera y hay que subrayar que actualmente, su vocalidad se ajusta mejor a estos. Espléndida su creación de la vengativa y arrogante Princesa que no puede admitir que una actriz -que por muy excelsa que sea, es una plebeya- le robe a su amado y la insulte en público. Si es admirable la seguridad y autoridad con las que la Barcellona pisa el escenario, qué decir de sus acentos e intensidad dramática. Impresionante su segundo acto y sus intervenciones en el tercero como ese amenazante «Un tale insulto sconterà!». 

   A pesar de la emisión un tanto muscular y un fraseo aún por pulir, me causó buena impresión el tenor Freddie de Tommaso, voz con cuerpo, redondez y atractivo tímbrico en el centro, agudos un tanto esforzados, pero con pegada, así como arrebato, entrega y arrojo en un papel como Maurizio Conte di Sassonia, personaje estrenado por Enrico Caruso y en el que estos aspectos son esenciales. A su “La dolcissima efigie” le faltó clase, un lirismo de mayores vuelos, pero Di Tommaso resolvió mucho mejor «L’anima ho stanca» por intensidad y acentos apasionados y la muy expuesta “Il ruso Mencikoff” culminada por un estimable agudo. 

   Difícil encontrar un Michonnet más humano y paternal, que el encarnado por Ambrogio Maestri, ayudado por su imponente físico, que potencia su carácter puro y bonachón. No importan algunos sonidos entubados y agudos atacados a la buena de Dios, ante semejante despliegue de acentos y sentido del decir tan fundamental en este papel.  

   Tanto el tenor Didier Pieri como el bajo Felipe Bou encarnaron escénicamente con propiedad a la pareja ligera de intrigantes formada por el abate y el Príncipe de Bouillon. Sin embargo, en lo vocal, el primero exhibió un material tenoril muy liviano y filiforme, pero cierta intención en los acentos. Por su parte, el bajo Bou, emisión engoladísima y timbre leñoso. 

   

«Adriana Lecouvreur» en el Liceu

  La dirección de Patrick Summers no pudo presumir de refinamiento, al contrario, resultó más bien bastorra y borrosa y con las limitaciones de la orquesta siempre presentes, especialmente falta de pulimiento tímbrico y una cuerda muy débil, aunque el violín concertino Kai Gleusteen se lució en sus intervenciones. Sin embargo, Summers sí fue capaz de imprimer nervio, tensión y fuerza teatral tan necesaria en tantos pasajes de la obra, como ese acto segundo y el final del tercero de alto voltaje. 

 Como ya he subrayado, la puesta en escena de David MacVicar se ha convertido en una especie de clásico contemporáneo, que he visto ya en cinco ocasiones, cuatro de ellas en Barcelona y una en Viena. Llegará también a Madrid como apertura de la temporada 24-25 del Teatro Real. El montaje respeta la localización que marca el libreto, el vestuario es espléndido, así como los decorados, aunque no tan bellos como los de la producción de Lamberto Puggelli que he podido ver dos veces en La Scala Milanesa. MacVicar nos presenta el teatro entre bambalinas en el primer acto, con un busto de Moliére presidiendo la escena y un final en el que las máscaras hacen una reverencia a la gran Adriana en su muerte. Bien resuelto el segundo acto y una coreografía del ballet del tercero no más que correcta. El movimiento escénico resulta bien perfilado con libertad para que cada artista desarrolle sus personajes y cante sin posturas extrañas, pues eso es lo principal en este montaje, asaí como contar la historia con fluidez y claridad, y no desarrollar una dramaturgia paralela o un extraño invento conceptual. 

Fotos: Web Liceu

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