Crítica de la ópera Adelaide di Borgogna en el Festival Rossini de Pésaro
«Escapada romana» fallida
Por Raúl Chamorro Mena
Pesaro, 16-VIII-2023, 20 horas. Vitrifrigo Arena. Rossini Opera Festival. Adelaide di Borgogna (Gioachino Rossini). Olga Peretyatko (Adelaide), Varduhi Abrahamyan (Ottone), René Barbera (Adelberto), Riccardo Fassi (Berengario), Paola Leoci (Eurice), Valery Makarov (Iroldo), Antonio Mendrillo (Ernesto). Michelle d’Elia, fortepiano. Coro del Teatro Ventidio Basso. Orquesta Sinfonica Nazionale della RAI. Dirección musical: Enrico Lombardi. Dirección de escena: Arnaud Bernard.
El contrato que unía a Gioachino Rossini con Domenico Barbaja, empresario del Teatro San Carlo de Nápoles, posibilitó un fecundo período creativo -1815-1822-, que enriqueció con nueve magníficas óperas el corpus compositivo del genio de Pesaro.
Dicho contrato no era exclusivo y permitía al músico aceptar encargos de otros teatros de la península. Rossini asumió, particularmente, compromisos de Roma, en lo que constituyeron sus “escapadas romanas”.
Uno de esos encargos fue Adelaide di Borgogna (Roma, Teatro Torre Argentina 1817) sobre libreto de Giovanni Schmidt. Una obra que compuso con abundante premura de tiempo y en colaboración con Michele Carafa, en la que la inspiración del Maestro de Pesaro aparece sólo en algunos momentos, además de soportar un libreto anquilosado con un segundo acto más bien tedioso. La Rossini Renaissance del último cuarto del siglo XX permitió el regreso de la ópera en tiempos modernos, primero en el Queen Elisabeth Hall de Londres en 1978 y seis años después en el Festival de Martina Franca con dirección de Alberto Zedda y unas espléndidas Mariella Devia y Martine Dupuy como protagonistas. Por supuesto, constituye toda una oportunidad poder ver en teatro Adelaide de Borgogna, que se representa en esta edición 2023 del Rossini Festival sobre la edición crítica realizada en los ochenta por Alberto Zedda y Gabriele Gravagna.
El Emperador alemán Ottone, que derrota a sus enemigos tanto políticos como amorosos y se hace con el trono Italiano y la mano de Adelaide, corresponde a la vocalidad de contralto músico o in travesti. Varduhi Abrahamyan es una mezzosoprano más guarnecida en la zona alta que en la franja grave y volvió a demostrar ser una cantante aplicada y musical, con buen legato e intachable agilidad. Eso sí, la sensación de monotonía invade a un fraseo tan correcto como plano, sin detalles ni acentos, inevitablemente superficial.
El papel de Adelaide puso de relieve el claro declive de la soprano rusa Olga Peretyatko de centro hueco, emisión gutural y sonido pobretón. Además, con una coloratura tan discreta y aproximativa y un registro agudo al límite es complicado brillar con esta escritura vocal por mucho que puedan rescatarse algunas frases de escritura menos empinada que la rusa delineó con cierta elegancia y pulcritud. La gran gema de la partitura, el aria «Occhi miei piangeste assai», con un acompañamiento orquestal letárgico, pasó sin pena ni gloria. Igualmente, la Peretyatko nos hurtó todo el brillante virtuosismo de su gran aria final «Cingi la benda candida» con sobreagudos escamoteados y coloratura pesantísima, pudiéndose escuchar unos trinos y picchettati menos que discretos.
El mejor del elenco fue el tenor texano René Barbera, que acreditó timbre grato y bien emitido, además de impecable estilo y fraseo bien cuidado como pudo comprobarse en su aria del segundo acto «Grida, o natura, e desta», bien delineada, con cuidado fraseo, solvente agilidad y ascensos bien resueltos.
Emisión dura y engoladísima la del bajo Riccardo Fassi como Berengario. Es imposible articular el sonido cuando la voz se encuentra empotrada en el cogote.
Flojos los secundarios, empezando por la vocecina filiforme del tenor Valery Makarov, cuyo sonido se quedó en el escenario y continuando por los discretos Paolo Leoci y Antonio Mendrillo.
Un accidente de tráfico impidió dirigir al maestro Francesco Lanzillotta, por lo que fue su asistente Enrico Lombardi el que salvó la representación. Sólo agradecimiento, por tanto, a este último siendo el titular Lanzillotta el máximo responsable, lógicamente, de la prestación orquestal. Del foso surgió un sonido aquilatado, refinado y muy pulcro por parte de una orquesta de la RAI a estupendo nivel. El problema radicó en los tempi caídos y extraordinariamente lentos de muchos pasajes y la falta de tensión teatral del discurso orquestal. Algo corto de sonoridad, pero siempre profesional y cumplidor, el coro del Teatro Ventidio Basso de Ascoli Piceno.
La puesta en escena de Arnaud Bernard sobre escenografía de Alessandro Camera se centra en el «rompimiento de la cuarta pared» y una nada original propuesta de metateatro. En Pesaro se ensaya Adelaide di Borgogna y las cuitas de los intérpretes se confunden con las de los propios personajes que encarnan. El fortepiano se sitúa en el escenario, como en Aureliano in Palmira, pero en este caso con más lógica y Bernard también defiende la «huida del realismo» en la defensa de su propuesta en el programa de mano. Lo cierto es que, entre mucha confusión y demasiada gente deambulando por el escenario -por ejemplo, en un pasaje tan exigente como el aria de Adelberto que el tenor Barbera tuvo que resolver como si la estuviera cantando en la Puerta del Sol con riadas de gente moviéndose a su alrededor- destacaron por su atractivo visual los cuadros -totalmente realistas -formados con telones como el templo que consagra la unión entre Ottone y Adelaide.
Fotos: Festival Rossini de Pésaro
Compartir