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CRÍTICA: LA ORCHESTRA OF THE AGE OF ENLIGHTENMENT VISITA EL UNIVERSO BARROCO DEL CNDM. Por Hugo Cachero

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Autor: Hugo Cachero
28 de enero de 2014
Foto: OAE
¡LUZ, MÁS LUZ!

17/01/14. Madrid. Auditorio Nacional. Ciclo Universo Barroco. CNDM. Obras de Biber, J.S. Bach, Telemann, Handel y Purcell. Orchestra of the Age of Enlightenment. Julia Doyle, soprano. David Blackadder, trompeta. Matthew Truscott, director.

   Ofrecía un nuevo concierto del imprescindible ciclo del CNDM un programa compuesto por la unión de piezas de variada procedencia, que solamente tenían en común su pertenencia al universo barroco (muy apropiadamente) y proceder del genio de algunos de los más grandes músicos a caballo entre el siglo XVII y el XVIII, que equivale a decir de toda la historia de la música. De la mano en este caso de la Orchestra of the Age of Enlightenment, una formación que dada su ya larga trayectoria no necesita mayores presentaciones, sin duda entre las más relevantes de las Islas Británicas, y que acudía a Madrid con un plantel reducido (en ninguna pieza superaron los diez instrumentistas) y con las labores de director asumidas por el concertino, Mathew Truscott. En general podemos calificar como muy buena labor la suya, con algunos matices; a destacar especialmente su interpretación del muy conocido Concierto de Brandemburgo nº2 de J.S. Bach, al que no sentó nada mal la plantilla reducida, que no escasez de medios, y donde brillaron sobre todo los vientos (oboe, clarinete y trompeta). En cambio en el Concerto grosso op.6 nº7 de Handel seis músicos se antojaron pocos, echándose en falta una mayor presencia sonora, cuando además la lectura fue demasiado "neutra", poco contrastada y falta de empuje (¿flemática, por aquello del origen de la orquesta?)... con la excepción curiosamente del último movimiento, Hornpipe, pleno de energía y que fue el que más hizo por arrancar fuertes aplausos del respetable (que por cierto llenaba la sala, con contadas localidades vacías). En las piezas que contaron con solista entendieron perfectamente su papel al servicio de éste, así la soprano o el trompeta, aunque aun con todo lograron lucimiento puntual algunos músicos, de los que es justo dejar constancia: Jonathan Manson al violonchelo (sensacional su acompañamiento en el aria Phoebus eilt mit schnellen Pferden) y Alexandra Bellamy al oboe (aria Sich üben im Lieben, in Scherzen sich herzen), ambos en la cantata de Bach.

   Menos comentarios positivos que la orquesta merece, en nuestra opinión, la soprano Julia Doyle. Aunque poseedora de una elegancia muy británica, tanto personal como musical (y es ésta su mayor virtud), no es menos cierto que su voz es un tanto áfona, con poca presencia y escaso volumen, con dificultades para llenar la sala a peser de sus reducidas dimensiones y excelente acústica, y con una zona aguda que produce sonidos febles y de poco interés. En la primera parte, ofreció la cantata Weichet nur, betrübte Schatten, un auténtico caramelo, de una forma tan impecable en el estilo como poco comunicativa, con un fraseo que podría decirse contenido, si somo positivos, o aburrido, si no queremos serlo; en general mayor implicación en los recitativos que en las arias. Mucho más comunicativa sin embargo estuvo en la página de Purcell, el Lamento de Dido, donde la emoción brota por fuerza destilada de la pura belleza de sus acordes y texto; no fue una versión que deje huella, aunque fue muy bien recibida por el público. Al final y tras los aplausos, el aria del Alceste de Handel Gentle Morpheus como propina, poco relevante.
   El otro solista de la noche fue David Blackadder, que hizo frente a la que siempre es una comprometida tarea, la ejecución de la trompeta barroca, con gran seguridad y brillantez. Extraordinario en sendas intervenciones en cada parte, en la primera la Obertura en re mayor de Telemann (de la que no se ofrecieron todas las partes, como figuraba en el programa de mano, cosa que en estos tiempos de recortes se advirtió convenientemente antes del inicio) y sobre todo en los movimientos I y III del Concierto de Brandemburgo.

  En el terreno de la anécdota, apuntar que en el descanso una gran cantidad de espectadores se reincorporó a sus asientos una vez que los músicos ya estaban de nuevo en el escenario a punto de comenzar a tocar, circunstancia que extraña mucho del entendido y educado público que asiste habitualmente a los conciertos del ciclo, y que imaginamos se deberá a alguna circunstancia extraña que no debería repetirse. Por lo demás, agradable tarde-noche pasada entre las armonías de aquella Edad de la Ilustración que quiso traer luces y razón, que nada mal nos vendrían tampo hoy en día.
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