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CRÍTICA: GRAN ÉXITO DE DEVIA Y KUNDE EN'IL PIRATA' DEL TEATRO DEL LICEO DE BARCELONA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
7 de enero de 2013
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Foto cortesía del Liceu

MEMORABLE DERROCHE DE BELCANTO

Il Pirata (Bellini). Gran Teatro del Liceo, 04/01/13

      Grandiosa noche de belcanto la que pudo disfrutarse el pasado viernes en el Liceo, con Mariella Devia y Gregory Kunde ofreciendo lo mejor de sus facultades en la recreación de Il Pirata de Bellini, en versión concierto. A pesar de que prácticamente un tercio del aforo quedó sin vender, el público asistente mostro su entusiasmo con tal efusión que el Liceo pareció estar lleno hasta la bandera. Y no fue para menos.
      Mariella Devia compuso una Imogene paradigmática, y distinta de las que tuviéramos en el recuerdo, de Callas a Caballé pasando por Fleming. Grande, pues, en su singularidad. Se podrá decir que la voz de Devia no es grande. Quizá, pero la grande es ella, su canto, su absoluto control y su total regulación del sonido. Con pocas cantantes se tiene una sensación tan nítida del proceso por el que el aire se convierte en sonido. La fonación es pluscuamperfecta, el sonido es puro y la afinación intachable. Ni una sola nota está fuera de su sitio. La respiración es un ejercicio magistral de circularidad; un control diafragmático de manual que le permite frasear a placer sin titubear, sosteniendo un legato de factura admirable y sentando cátedra en torno al canto spianato. El grave es escaso en su presencia, sí, pero Devia no lo busca con artificios, y sólo en una ocasión recurrió al registro de pecho para reforzarlo. Toda su interpretación supuso así un ejercicio admirable de regulación, manejo de dinámicas, recreación de las escalas ascendentes y descendentes, ofreciendo además una coloratura cristalina ("Quando a un tratto il mio consorte") y un registro agudo brillante, desahogado y placentero.
      Se le podría reprochar un tono algo hierático, sobre todo en los recitativos, y una actitud siempre contenida, pero esto, lejos de ser un defecto, forma parte de una forma personal y auténtica de concebir el canto como un ejercicio de control casi matemático del instrumento, del que forzosamente termina por emerger la magia. De hecho, un enorme silencio se hizo en la sala en cuanto acometió su entrada con un "Sorgete" en ejemplar regulación del sonido. La teatralidad hecha técnica. El melodrama italiano no recae sólo en el acento teatral. Se basa igualmente en ese control absoluto del sonido que lo convierte en expresivo por sí mismo. Si Devia emocionó como Imogene no fue tanto por el acento sobre el texto como por la dulzura y el dolor que había en los sonidos que salieron de su garganta. La escena final fue de delirio. Exactamente lo que todo el público allí congregado esperaba.

      Era alta la expectación generada por Devia en el Liceo, tras no haber podido acudir a las funciones de Anna Bolena de hace dos años, y el éxito fue completo e incuestionable. Memorable pues su exhibición, en un estado asombroso y envidiable de salud vocal, a años luz del que ofrecen otras divas. Benditos casi 65 años. Mariella Devia, historia viva del belcanto
     
Gregory Kunde estuvo a la altura de la soprano italiana, en el que era su debut como Gualtiero. Su momento vocal es sorprendente y fascinante, aunque no intachable. En los últimos años ha debutado como Arrigo, Riccardo u Otello, por citar tres roles verdianos, y se ha alternado como Arnold (Guillaume Tell), Raoul (Les Huguenots), Idreno (Semiramide) y Rodrigo (La donna del lago). Con semejante repertorio en cartera, de auténtico vértigo, es francamente asombrosa su bravura. Una valentía que se sostiene únicamente en el firme y seguro control técnico que ha ido asentando con el paso de décadas. Ese mismo paso del tiempo tiene un doble efecto: por un lado es cierto que los años no pasan en balde y el instrumento cada vez ofrece un timbre más desgastado y mate en el centro, con sonidos a veces secos y duros, y en general una voz menos flexible y dúctil para acometer el canto variado y fresco que demanda este repertorio; pero el agudo sigue siendo deslumbrante, con squillo, y la voz corre con una presencia y una naturalidad que asombran en un cantante que llegará pronto a los sesenta años. Y sobre todo, domina el estilo, el belcanto corre por sus venas como una actitud casi reverente hacia la técnica. Y es inevitablemente teatral, vibrante.
      A pesar de ser una representación en concierto, no dejó de gesticular e interpretar con el rostro a Gualtiero. Así, en términos vocales, si bien tardó algo en calentar, dejó ya claro que iba a darlo todo con un efusivo "Nel furor delle tempeste". Sin embargo, fue probablemente en el segundo acto, con Devia, donde emocionó más al auditorio. Con ese dúo hubo magia sobre el escenario del Liceo y sus voces se dieron una réplica memorable, a pesar de que en ocasiones la contundencia de Kunde opacaba al volumen de Devia, incluso cuando ambos emitían en forte, a plena voz. Kunde convenció asimismo en su última página, el "Tu vedrai la sventurata", salvo por algún pasaje algo más sfiatato y algún sonido más áspero. En las cabalette, "Per te di vane lagrime" y "Ah! Non fia sempre odiata", no ofreció la optativa repetición, pero si incluyó, como es marca de la casa, las habituales variaciones, de su propia factura. Kunde no tiene la frescura de antaño, pero tiene el oficio, tiene la técnica y tiene noción clara del estilo. ¿Qué más puede pedirse? Seguramente, una voz más dúctil y sensual, pero entonces no tendríamos el oficio, la destreza, la seguridad, en suma, el oficio de un tenor que, reinventándose en la madurez, se ha ganado un hueco en la historia de su cuerda.

 

      Vladimir Stoyanov no es un fino estilista y posee un material demasiado mate y escasamente dúctil como para sonar brillante, ligero y cómodo en este repertorio, pero lo intentó y cabe valorar su trabajo como una faena esmerada. Digamos que tenía claro el concepto, pero ni la técnica ni el material estaban en la vía más recta para recrearlo. Claramente, en un segundo plano, ante el despliegue de recursos de la pareja protagonista, pero suficiente en su ejecución. No siempre se dispone de un elenco de comprimarios a la altura, y en este caso tanto la experiencia de Vicenç Esteve como la prometedora juventud de Fernando Radó, sin olvidar el buen hacer de Elena Copons, se adecuaron al exigente nivel musical planteado por Devia y Kunde.
      Antonino Fogliani era el responsable de la dirección musical y puede valorarse como un acierto su presencia al frente de esta representación en concierto. Tras una algo deslucida y descoordinada obertura, todo fluyó progresivamente bajo su batuta hasta sonar de un modo muy estimable, salvo por esporádicos desajustes. Sabedor del pulso que demandan estas partituras y afín al pathos del melodrama italiano, supo sacar partido de una orquesta y coro titulares que estuvieron, en general, a la altura de la labor vocal de los protagonistas, sobre todo si tenemos en cuenta el escaso calendario de ensayos y que estos días se representa también Rusalka en el coliseo de las Ramblas. Muy destacable, en la labor de Fogliani, el acompañamiento a las voces, tanto en los dúos entre Imogene y Gualtiero como el terceto del segundo acto, y sobre todo la lograda introducción a la escena final, emocionante y exquisita en su ejecución.
      Nada impidió pues un gran éxito de Devia y Kunde con Il Pirata, que volvía al Liceo tras más de cuarenta años, cuando se representó en 1971 con Caballé, Martí y Sardinero. Una noche para el recuerdo la del pasado viernes, con un memorable derroche de belcanto a cargo de sus protagonistas.

 

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