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CRÍTICA: BRYN TERFEL PROTAGONIZA UN EXITOSO 'HOLANDÉS ERRANTE' EN ZURICH DE SUGERENTE PROPUESTA ESCÉNICA. Por Alejandro Martínez

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Autor: Alejandro Martínez
16 de diciembre de 2012
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Bryn Terfel

LA COMPLEJA FASCINACIÓN DE LA ALTERIDAD

      La Ópera de Zurich presentaba el pasado 12 de diciembre una nueva producción de El holandés errante que había generado no poca expectación, por su protagonista, Bryn Terfel, por el resto del reparto, compuesto por Anja Kampe y Matti Salminen, y por la nueva propuesta escénica de Andreas Homoki, que se verá también en la Scala de Milán y en la Ópera de Oslo. Para más interés si cabe, estas representaciones suponían un triple debut: por un lado los de Terfel y Kampe como intérpretes en la Ópera de Zurich, y por otro el de Homoki, nuevo director artístico del teatro, como responsable escénico de una producción en su propia casa. El resultado global de estas representaciones bien puede calificarse como sobresaliente, amén del completo plantel de cantantes protagonistas y de la brillante propuesta de Homoki. Esta producción tenía además el atractivo de ofrecer la versión en tres actos pero sin interrupciones y con la obertura original, sin ese final "tristanesco" de las revisiones posteriores

 

      Bryn Terfel es, ante todo, un gran comunicador, un cantante de una expresividad vibrante y variada, que trabaja el fraseo con una intensidad reluctante a la indiferencia. A sus casi cincuenta años ofrece, sin duda, una madurez interpretativa y una seguridad vocal dignas de elogio. No es menos cierto que su técnica adolece de una cierta y a veces desconcertante naturalidad. Digamos que su colocación y algunas transiciones sorprenden en ocasiones al oyente por su escasa ortodoxia, aunque funcionan en el teatro. En general, su canto es más admirable cuando busca el sonido en piano y se introduce hacia la media voz, dos recursos que maneja con enorme solvencia y donde su voz luce más que en un forte algo estentóreo, que suena mucho, sí, y con gran presencia, epatando, pero precipitándose también en sonidos abiertos y más descontrolados. Digamos que convence mucho más cuando intenta sonar como un íntimo liderista (sobrecogedor en el 'Wie aus der Ferne') que cuando se aproxima más bien a la expresión de un hooligan.
      En todo caso, ese contraste, esa alternancia entre el intimísimo casi acariciador de algunos pasajes y la agresividad casi animal de otros (riquísimo en matices el desarrollo de 'Die Frist ist um'), lleva a Terfel a recrear un personaje con el que simpatizamos, por su sufrimiento, por su humanidad, pero que al mismo tiempo nos sobrecoge, por su elemento diabólico y salvaje. Realmente siniestro en el sentido en el que Freud desentrañaba la etimología de este término en aleman. Lo siniestro, 'Das Unheimlich", apuntaba Freud, es literalmente lo extraño, lo ajeno que resulta sin embargo inquietante y terriblemente familiar. El Holandés de Homoki, encarnado por Terfel, es precisamente ese extraño indígena que sin embargo trae consigo algo oculto y recóndito de nosotros mismos. Al poner en escena la dialéctica del colonialismo, el perverso juego de fascinación y dominación entre alteridades, Homoki convierte el libreto de Wagner en una historia universal sobre el complejo juego de distancias y engaños que entraña el encuentro con lo otro, con lo radicalmente ajeno y sin embargo familiar. La dialéctica entre lo salvaje y lo humano, entre lo animal y lo domestico, entre la naturaleza y la cultura al fin y al cabo, queda así como el eje fundamental de una propuesta escénica brillante. Terfel sirve con todo su empeño a esta propuesta, vocal e incluso físicamente, conformando en suma una auténtica y total encarnación del rol.

      La réplica de Anja Kampe en el rol de Senta sólo adoleció de un extremo agudo algo estridente y esforzado, aunque ofreció a cambio una gran musicalidad y un sentido intuitivo del drama. El instrumento, con metal en el agudo y denso, carnoso en el centro, así como firme en el grave, posee el color exacto que demandan las dudas y los convencimientos de Senta. Ciertamente, y en consonancia con la propuesta de Homoki, no es la suya una Senta caprichosa y aniñada, fascinada de un modo iluso por el Holandés. Se trata más bien de una Senta temperamental, decidida, resuelta; una mujer joven pero madura que escucha su corazón, que actúa con coraje y que es consciente de su encrucijada. Tanto en la Balada como el gran dúo con el Holandés, Kampe nos dejó momentos de intenso canto wagneriano, sonando ensoñadora y emocionante, creando esa sensación de tiempo detenido que tan grande hace la experiencia teatral cuando se produce. No por casualidad Kampe es la Senta más solicitada por los teatros en nuestros días, a pesar del innegable esfuerzo que le supone resolver el extremo más agudo de esta partitura.
      El veteranísimo Salminen era el responsable de encarnar, una vez más, a Daland en esta producción. No cabe duda de que el desgaste tímbrico se acusa con el paso del tiempo, con sonidos mate aquí y allá y no pocas durezas en la emisión, pero el cantante, tanto por voz como por presencia escénica, sigue teniendo una personalidad singular y una capacidad comunicativa que se imponen al citado desgaste tímbrico. Seguramente siga siendo una de las mejores opciones para el rol, junto a otras voces veteranas como las de Hans-Peter König, Eric Halfvarson, Franz-Josef Selig o Peter Rose y algunas voces más jóvenes, como la de Ain Anger.
      Sorprendió para bien el Erik de Marco Jentzsch. Si bien la voz adolece de algunos sonidos esporádicamente descoloridos y algo menos consistentes, lo cierto es que hay en su canto un fraseo cuidado e intenso, rico en dinámicas, solvente en el agudo y con una proyección importante, al menos en un teatro de dimensiones no demasiado amplias, como la Ópera de Zurich. Sonó romántico y convincente en la piel de Erik, resuelto este rol en la propuesta de Homoki como si de un cazador exótico, propio de un safari, se tratase, rifle en mano.

 

      Musicalmente, la función fue in crescendo, aunque sin alcanzar cotas de genialidad. Partiendo de una algo alborotada y deslucida obertura, Altaniglou destacó más por el acompañamiento a las voces y la buena coordinación con los coros que por la expresividad orquestal propiamente dicha. En este sentido, la orquesta no convenció tanto como cabía esperar, con unos metales mas titubeantes de lo debido y unas cuerdas menos contundentes y tersas de lo que demanda esta orquestación. En conjunto, una resolución orquestal con menos presencia e ímpetu del que exigía el notable nivel del resto de elementos implicados en la representación. A cambio, resultó excelente el desempeño del coro, en términos generales, tanto en las voces masculinas como en las femeninas. Perfectamente empastado y afinado, bajo la dirección de Jürg Hämmerli, y siempre bien coordinado con el foso, así como esforzado en su intenso desempeño escénico, exigente pero muy bien dispuesto por Homoki. Sin duda, una intervención coral a la altura de una partitura de nada fácil resolución.
      La escenografía de Wolfgang Gussmann se basó en  un único espacio, un modulo giratorio que recreó las oficinas de un despacho colonial o quizá la sede de una de esas Compañías de negocio en ultramar. En su propuesta, los marineros son oficinistas y las hilanderas se presentan como telegrafistas y secretarías. Un gran mapa de África preside la escena en el primer acto, y un cuadro de tema marítimo, ingeniosamente animado en ciertas ocasiones, hace lo propio cuando Senta y el Holandés están en escena. Con una escenografía sencilla, de líneas tan claras como clásicas, de atrezzo escueto pero funcional, Homoki y Gusmann, con ayuda de la iluminación de Franck Evin y el vestuario de Susana Mendoza, sitúan de un plumazo la representación en el contexto colonial decimonónico, no por azar contemporáneo del marco cronológico en el que Wagner compuso la obra. A partir de ahí, la llegada del Holandés turba el contexto de seguridad y complacencia de aquellas oficinas dando lugar al juego de encuentros y desencuentros con la alteridad que más arriba comentábamos.
      No ha lugar a desvelar aquí más detalles de una puesta en escena brillante, detallista y teatral que gana todavía más en valía cuando se reposa su recuerdo después de la función. Sí diremos que el final propuesto por Homoki es enigmático, y quizá algunos espectadores entiendan que altera innecesariamente la trama: el Holandés desaparece entre la confusión, sin que apreciemos cómo, y Senta, que estaba dispuesta a marchar con él, agitada por su ausencia, termina por descerrajarse un disparo con el rifle de Erik. En este sentido, cabe destacar la valía de Homoki, al presentarse ante su publico local como director artístico del teatro al mismo tiempo que se estrenaba en casa como responsable escénico de esta producción.
      Con una propuesta escénica brillante y un reparto de primer nivel, comandado por un Terfel espléndido, cabe valorar como sobresaliente el resultado global de esta nueva producción de El holandés errante de la Ópera de Zurich, que habría quedado casi como un hito con un desempeño orquestal más inspirado.

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