LUMINOSA "LUCIA" EN BLANCO Y NEGRO
Pamplona. Teatro Gayarre. 25/11/12. Lucia di Lammermoor (AGAO). Lucia Ashton: Desirée Rancatore (soprano); Edgardo di Ravenswood: José Ferrero (tenor); Lord Enrico Ashton: Borja Quiza (barítono); Raimondo: Rubén Amoretti (bajo); Lord Arturo Bucklaw: Alejandro González (tenor); Alisa: Ariadna Martínez (soprano); Normanno: Víctor Castillejo (tenor); Dirección musical: Miquel Ortega; Dirección de escena: Alfonso Romero Mora; Escenografía: Juan Sánz Ballesteros; Figurinista: Rosa García Andújar; Orquesta de Cambra del Penedés; Coro "Premier Ensemble" de AGAO; Dirección del coro: Íñigo Casalí
La AGAO (Asociación Gayarre de Amigos de la Ópera) continuó su otoño operístico con dos funciones de Lucia di Lammermoor de Donizetti, en el Teatro Gayarre de Pamplona, que tenían el aliciente de contar con la soprano palermitana Désirée Rancatore en el rol titular, y un equipo de destacados cantantes españoles como José Ferrero, Borja Quiza y Ruben Amoretti. La responsabilidad de la dirección musical y escénica se dejó en manos de Miquel Ortega y Alfonso Romero respectivamente. La función se saldo con un notable éxito. En primer lugar, fue una suerte contar con Rancatore, una cantante que se encuentra en un momento dulce de su trayectoria, en el que suma, a la madurez de una carrera de casi dos décadas, el frescor de un timbre todavía joven y una técnica despierta. Su Lucia fue ejemplar, y contó con toda la gama de recursos que cabe demandar a una soprano belcantista. Fue una Lucia con los papeles en regla, técnicamente impecable, capaz de medias voces, reguladores, dinámicas, precisión en los acentos y, además, con un sobreagudo hermosísimo.
La soprano no tiene el típico sobreagudo estridente y forzado que parece más bien un apéndice superpuesto al resto de la voz. En ella suena redondo y armónico, como una prolongación perfecta de su instrumento. Quizá ya no lo pueda sostener con la insultante facilidad con que lo hacía en sus años jóvenes, cuando cantaba tantas Olympias, pero todavía conserva una capacidad asombrosa para recrearse en él y frasear en la franja más alta de su instrumento, donde es tan difícil mantenerse sin una técnica solvente.
Interpretativamente, la trayectoria de Désirée Rancatore no está transcurriendo en vano. A pesar de su juventud lleva ya muchos años sobre los escenarios y son evidentes sus tablas, seguridad y destreza a la hora de manejar el espacio y sostener la tensión en escena. Bravísima Lucia, por tanto, de una cantante a la que cabe augurar una trayectoria en el futuro tan exitosa como hasta ahora.
Para el papel de Edgardo se contró con el tenor albaceteño José Ferrero, que venía de debutar en la Staatsoper de Berlín como Cavaradossi. Palabras mayores. No cabe duda de que Ferrero es un gran cantante, aunque quizá mejor dotado para un repertorio dramático que para un repertorio tan lírico. Ferrero posee un instrumento con un potencial enorme, de centro pastoso y agudo brillante y metálico. El artista tiene por delante una carrera muy prometedora, si el buen juicio y la suerte con los teatros le acompañan. Sería, por ejemplo, un excelente Florestan o un Erik, incluso un Lohengrin, amén de un estupendo Siegmund, como demostró el pasado año en Sevilla. Como Edgardo, quizá se echó de menos una voz más ligera y flexible. No hay duda sobre su solvencia técnica. Recreó la partitura sin mácula, pero la adecuación vocal con un rol tan belcantista quizá no era completa. Muy estimable la media voz con que abordó las frases finales de Edgardo, en la escena de su muerte. Y una suerte, en todo caso, contar en este reparto con un cantante español de tan prometedor futuro.
El caso de Borja Quiza es semejante, pero precisamente en sentido inverso. Tiene un timbre a priori demasiado lírico para un rol belcantista pero de exigencias dramáticas, como es el Enrico de Lucia di Lammermoor. Quiza, al que ya pudimos escuchar en Pamplona como Sharpless en Madama Butterfly, va madurando como un intérprete con un sentido teatral del fraseo y un importante empaque escénico, aunque es evidente que la voz, por juventud y color, más que por proyección (al menos en un teatro pequeño a la italiana como el Gayarre), carece del dramatismo y empuje para abordar roles de la enjundia dramática de un Enrico. En todo caso, salió más o menos airoso en esta ocasión, pero seguramente no sea éste su repertorio natural por el momento. En ocasiones se observó una cierta tendencia a buscar un sonido más robusto, forzando algunos sonidos.
Muy buenas sensaciones dejó Ruben Amoretti, un tenor reconvertido en bajo tras un singular proceso fisiológico. Ojalá los teatros españoles se interesen por este cantante, que posee un timbre singular, pastoso y atractivo, y un desempeño escénico muy estimable. Buen trabajo también el del resto de intérpretes, sobre todo en el caso del Arturo de Alejandro González.
En el foso se encontraba la Orquesta de Cámara del Penedés, una formación joven (una media de edad de 22 años en los atriles) a las órdenes del experimentado Miquel Ortega, que hizo un esfuerzo por subrayar con precisión los tiempos, las melodías, los ambientes, en fin, el rico lenguaje orquestal planteado por Donizetti, que si en ocasiones hubiera requerido de una formación más desenvuelta, estuvo por lo general a la altura del nivel vocal de la noche. Lo mismo cabe decir del bien empastado coro "Premier Ensemble" de AGAO, a las órdenes de Iñigo Casalí, que sonó en esta Lucia mucho más certero que en la Butterfly de octubre.
La propuesta escénica de Alfonso Romero, a pesar de la parquedad de medios con que hubo de trabajar, acertó al subrayar un punto de vista a menudo descuidado, como es la óptica de la propia Lucia, pero al enfatizar esta perspectiva con tanta precisión, se le escaparon muchos otros matices. Digamos que, paradójicamente, con ese lenguaje en blanco y negro, tomado según Romero del expresionismo alemán, ponía el foco en el punto de vista de Lucia, sacando a la luz las sombras que ésta contempla, pero opacando con ello muchos otros elementos que pudieran haber enriquecido la dramaturgia y que quedaron quizá abiertos a la libre intuición de los intérpretes y a la imaginación del espectador. En todo caso, una propuesta en la que al menos había una idea vertebradora, una apuesta interpretativa, y una resolución con claroscuros, sí, pero con elementos destacables, como una acertada iluminación y una resolución escénicamente muy solvente de la siempre comprometida escena de la locura de Lucia. En conjunto pues una Lucia con un nivel general bastante estimable, con claroscuros, pero sobre todo con una protagonista excepcional, rodeada de un cartel de voces españolas a la altura.
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